Prologó

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CUANDO LLEGUÉ, antes de dirigirme a nadie, antes de nada, tenía que purgar mi casa. Dejé que mi nuevo mayordomo, Hao Lun, se lo explicara a las dos hileras de personas, congregadas desde los escalones hasta el vestíbulo principal de la villa.

Mis pasos eran rápidos y enérgicos. Iba escoltado por Jung Hoseok a mi derecha y Min Yoon Gi a mi izquierda. Cuando los guardias que custodiaban las puertas se arrodillaron, les dije que no volvieran a hacerlo. Solo debían hacer lo que les pidiera; no más inclinarse y arrastrarse. Chen Tian, mi sheseru, estaba allí. Tras ponerse rápidamente al tanto, él tradujo con fluidez mi coreano al chino. Ellos se mostraron sorprendidos, pero asintieron de inmediato. Yo reconocía que era diferente y que les tomaría tiempo acostumbrarse a mí.

Tal como había ordenado, Park Bae Sung y Min Deok Hwa, los padres de Jimin y Yoon Gi respectivamente, no habían sido llevados a una celda, aunque era obvio que sus circunstancias habían cambiado. Habían sido aceptados en el hogar por el semel-aten anterior, así que lo único que tuve que hacer fue ponerlos bajo arresto domiciliario y confinarlos a una suite en la villa.

Cuando las puertas se abrieron, crucé a zancadas el área común entre sus dos habitaciones. Los encontré comiendo, disfrutando de sus desayunos; uno leía el periódico y el otro se terminaba su recién exprimido zumo de naranja. Sería el último vaso que bebería.

—¿Quién...?

—Hola —dije en voz baja, mientras ellos boqueaban.

No fui el causante del estremecimiento del hombre que dejó caer el vaso, ni el causante del temblor del que sostenía el periódico. Fue Yoon Gi, mi maahes; solo él. Fue su presencia en el área común lo que los llenó de terror.

—Solía ser el maahes de la tribu de Sun —dije despacio, saboreando la sangre según mis colmillos, superiores e inferiores, se abrían paso a través de mis encías. Tenía los caninos largos y endiabladamente afilados; estaba seguro que eso hacía que la mueca de mis labios se viera un poco siniestra.

—Tú... —dijo en voz baja el más pequeño y atractivo de los hombres. Su rostro era lo suficientemente parecido al de su hijo Jimin como para recordarme el crimen que había cometido contra su propia criatura.

Cayeron de rodillas; sus rostros reflejaban miedo, conmoción y comienzo de comprensión.

—Gané el sepat —dije y me acuclillé ladeando la cabeza, estudiándolos—. Soy el nuevo semel-aten. Mi nombre es Lee Taemin. —A continuación, señalé al hombre a mi izquierda—. Min Yoon Gi es el nuevo maahes de la primera tribu, la tribu de Rahotep.

El padre de Yoon Gi inhaló temblorosamente.

Mis ojos pasaron a Park Bae Sung, el padre de Jeon Jimin.

—Y este hombre —dije, señalando con la cabeza al segundo hombre a mi lado—, es Jung Hoseok. Solía ser el sheseru de la tribu de Sun, guardián del alma gemela del semel-netjer, el único reah varón en el mundo.

Los ojos de Bae Sung se llenaron de lágrimas. Me sorprendió que estos hombres, que durante tanto tiempo habían conspirado para destruir y asesinar, actuaran tan cobardemente al enfrentarse a sus propias muertes.

—Sigo aquí —anunció Yoon Gi, extendiendo sus brazos—. Todavía. Jimin está en casa con su alma gemela, Jeon Jungkook, y pronto serán padres. Nada de lo que hicieron evitó que viviéramos nuestras vidas.

—Al menos, jamás tendrás hijos —escupió su padre, hablando de la castración de su hijo como si estuviera orgulloso de haber empuñado el escalpelo.

Yo estaba seguro de que así era como realmente se sentía.

—Los tendré —corrigió Yoon Gi—. Puede que no sean míos de sangre, pero lo serán en mi corazón. Los amaré como yo no fui amado, ni como Jimin lo fue. Creceremos juntos y, cuando muera, me extrañarán, lamentarán mi muerte y recordarán el amor, las risas y todo lo que les enseñé.

Las lágrimas en los ojos de Yoon Gi no se debían a los hombres que tenía delante, sino al amor que seguramente tendría y a lo que ya tenía. Cuando su mirada se posó en mí, sentí que el pecho se me apretaba por la sonrisa que dejaban entrever sus lágrimas.

—Gracias —dijo Yoon Gi, antes de darse la vuelta y salir del lugar cerrando la puerta detrás de él.

Volví a fijar la mirada en los hombres que tenía delante.

—Mi hijo es una abominación —escupió el padre de Jimin con voz entrecortada—. Y Min Yoon Gi también lo es por amarlo como lo hace.

Chasqueé la lengua. El hombre estaba demasiado ciego.

—Tú —dijo Hoseok, señalando a Bae Sung— viste a tu propio hijo ser casi asesinado a golpes cuando transmutó por primera vez.

—Yo...

—¡Y tú! —Hoseok le rugió a Deok Hwa—. Castraste a tu propio hijo. Sostuviste la daga.

—¡Volvería a hacerlo! —le rugió a mi alma gemela—. ¡Está muerto para mí!

—Como lo estarás tú para él en breve —dijo Hoseok, comenzando a desnudarse, con una voz que se volvía letalmente profunda y fría.

Los hombres se levantaron y se alejaron dando tumbos. El padre de Yoon Gi empujó la mesa y la derribó. El padre de Jimin retrocedió hasta chocar con la pared más lejana.

—Tu intención es asesinarnos —dijo Bae Sung con voz ahogada.

—Mi intención es despedazarlos y después incinerarlos con la basura de todas las noches —declaré animadamente, sonriendo con satisfacción al final.

—¡No puedes! Necesitamos ritos fúnebres y ser...

—Soy el semel-aten. —Me encogí de hombros y, en ese momento, Hoseok terminó de transmutar y se paró a mi lado: una enorme pantera dorada, poderosa y enfurecida—. Puedo hacer lo que me plazca.

—¡Eso es inhumano!

El rugido de Hoseok llenó la habitación justo antes de que se lanzara sobre Deok Hwa. Hombre y pantera volcaron el sofá de dos plazas y golpearon el piso con fuerza al caer al otro lado. Los gritos surgieron rápido, espeluznantes y altos.

Bae Sung comenzó a dar alaridos cuando una espesa salpicadura de sangre bañó las cortinas.

—Es triste —dije por encima de los rugidos de Hoseok, mientras los gritos de Deok Hwa se convertían en despreciables sollozos y gimoteos. Extendí la mano, y largas garras afiladas reemplazaron mis dedos cuando terminé el movimiento— saber que justo aquí y ahora, al final, comprenderás el error de tus acciones, padre del único gato nekhene que existe.

—Enfrentaré mi muerte creyendo que es una abominación.

—Ese es tu derecho —dije, acercándome a él—. Pero ni él ni yo tendremos que volver a escucharte. Empecemos con tu lengua.

—¡Eres un monstruo! —gritó sus últimas palabras. Pero yo sabía quién era el verdadero monstruo.

Bueno chicas a petición de muchas continuaré con esta saga. Para darle una secuencia los personajes seguirán siendo los mismos, los primeros capítulos se basaran en Taemin, pero luego llegaran Jimin y Jungkook.

Muchas gracias por seguir conmigo.

Nos leemos el viernes... Cuídense mucho... Besitos...


Destino 4 -  Saga CambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora