El hogar de la familia Modoroyo gritaba "¡SOCORRO!" a los cuatro vientos. Era inútil, el señor y la señora habían salido de compras, y no existía forma de contactarles. Nada se podía hacer, pues, para impedir el tornado de destrucción que se gestaba allí dentro.
Tomás, de siete años de edad, nunca había hecho enojar a sus padres. En la escuela y en la iglesia era un modelo a seguir para el resto de niños, sin tampoco excederse en su obediencia y convertirse en el enemigo. Dormía temprano y se despertaba temprano. Cuando se enfermaba, tomaba los remedios sin quejarse, incluso disfrutándolos. Pero aquel 2 de agosto algún cable tuvo que cruzarse en su cabeza, porque corría por la casa destruyéndolo todo.
Su primer objetivo fue la cocina. Uno a uno, lanzó los platos de porcelana fina, los vasos, las tazas, las copas de cristal y las fuentes de vidrio contra la pared y con toda su fuerza. Luego se aseguró con un enorme cuchillo para operar a estómago abierto a las cortinas, las alfombras, los almohadones, los colchones, y los finos sillones de Júpiter que tanto le habían costado a su padre.
Pero no era suficiente para agotar la energía destructora que atiborraba sus venas. Buscó un enorme martillo, el cual descargó con odio sobre las costosas placas de mármol de la cocina. Luego fue al baño, y lo redujo a una interminable fuente de agua, que emergía desde las entrañas de una tonelada de escombro.
Con un tenedor en cada mano, trepó el televisor del living, tan grande que ocupaba la pared entera. Justo cuando estaba en la cima, colgando como un embutido, llegaron sus padres.
Damián, su padre, sacó una escopeta del enorme bolso de mano que cargaba su madre, Carla. Apuntó y le voló la cabeza en millones de pedazos. El cuerpo de Tomás cayó con un estruendo.
Carla exclamaba:
—¡Por Dios! ¡Qué horror!
—Tranquila amor. Ya pasó todo.
—¿Cómo que ya pasó todo? ¿No ves lo que el pendejo de mierda le hizo a los sillones?
Damián observó y dijo:
—Ciertamente. Pero debes acordarte que el seguro que pagamos abarca hasta los ocho años.
Carla se desinfló.
—Entonces no es para tanto —dijo mientras se acomodaba su collar de perlas—. De todos modos no podemos quedarnos en esta pocilga. Vamos.
La pareja dejó la escena del crimen tal como la habían encontrado, y pasó una semana entera en el hotel cinco estrellas "El Águila Roc". Transcurrida la semana, la casa estaba nueva, y en la puerta había una carta de disculpas.Señor y Señora Modoroyo:
Sentimos enormemente las molestias causadas. Como bien saben, estos productos son bastante nuevos, y pueden fallar. Esperamos que la reparación de los daños, el generoso cheque de disculpas y el nuevo hijo que les enviamos sean suficientes para sanar la trágica experiencia que vivieron.Atentamente
LTA COMPANY.En el living había un enorme huevo plateado, que se abrió por la mitad. Un nuevo Tomás descansaba adentro, acurrucado en una manta roja. Se despertó y miro alrededor. Vio a sus padres y corrió a abrazarlos.
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Primeros Cuentos
General Fictionlos primeros cuentos en condiciones que pude escribir