Ave María

82 3 0
                                    

Madres de Norteamérica,
¡dejen a sus hijos ir al cine!
sáquenlos de casa para que no sepan lo que ustedes traman,
es cierto que el aire fresco hace bien al cuerpo.

Pero qué hay del alma
que crece a oscuras,
repujada por imágenes plateadas
y cuando ustedes envejezcan
porque habrán de envejecer,
ellos no las odiarán,
no las criticarán,
ni lo sabrán.

Estarán en algún país sofisticado
del que oyeron por primera vez un sábado a la tarde
o al hacerse la rabona
tal vez incluso les estén agradecidos,
por su primera experiencia sexual,
que a ustedes les costó solo veinticinco centavos
y no alteró la paz hogareña.

Así sabrán de dónde vienen las golosinas
y las bolsas gratuitas de pochoclos
tan gratuitas como irse antes de que termine la película
con un amable desconocido
cuyo departamento queda en el edificio Cielo en la Tierra
cerca del puente Williamsburg.

Oh, madres cuán felices
habrán hecho
a los pequeñitos
porque si no se van con nadie del cine
no sabrán de qué se pierden
y si se van con alguien
será un valor agregado
y se habrán divertido de veras en cualquiera de los dos casos
en vez de haraganear en el patio
o arriba en sus cuartos,
odiándolas prematuramente
ya que ustedes no habrán hecho nada terriblemente malo,
todavía,
salvo por alejarlos de los placeres más oscuros.

Lo último es imperdonable
así que no me culpen
si no siguen este consejo
y la familia se desintegra
y sus hijos se vuelven viejos
y ciegos frente al televisor
mirandolas películas
que no los dejaban ver cuando eran jóvenes.

Frank O'HaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora