Capítulo 3

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Queenslet Nova

No era viernes, así que era casi imposible que algo interesante pasara en mi vida si no era viernes, porque no salía de casa a nada y si lo hacía era a la tienda de comestibles y volvía.

Pero era jueves y aunque él nunca me había visitado, hoy era probablemente el día que había elegido para venir y me había advertido que sería un día como hoy; jueves.

La puerta de mi habitación estaba abierta y yo siempre dormía con ella cerrada, por supuesto, no era sonámbula. Aunque si lo fuera no lo sabría.

La otra cosa consternante era que, se escuchaba ruido de cubiertos en mi cocina.

Cualquiera se asustaría, pero en mi caso, solo elegí salir de la cama e ir en dirección al ruido, la puerta abierta era una clara invitación al desayuno.

Cada paso que daba hacia la cocina se sentía como si estuviera caminando al precipicio. O como si fuera una oveja que iba directo al matadero. Pero, tal vez las cosas no estaban tan fuera de la realidad.

Ni siquiera pregunté, solo tomé la silla vacía frente a él y me dejé caer en ella para mirarlo directo a la cara.

—Cada día pierdes más y más los modales —atinó a decir con esa voz tan suya. Esa que te hacía sentir que hacías todo mal.

—Lo siento, padrino, lo olvidé.

Ambas de mis manos se levantaron de su lugar, por encima de la mesa y las puse hacia arriba esperando que él me ofreciera su mano derecha que portaba un anillo de oro puro.

Cuando lo hizo, sostuve la suya con ambas de las mías y la llevé a mi boca para besar suavemente su anillo. No me desgradaba tal acto, era más la sensación de ser obligada a hacerlo lo que me había cohibirme a la hora de tal evento.

Solo que mi padrino no era muy bueno tolerado mis supuestas indecencias y se las cobraba en el instante, como un animal feroz que ataca en cuanto es amenazado... el mismo anillo que había besado fue el que me rompió el labio cuando mi padrino golpeó mi boca con el dorso de su mano.

No hice ningún disturbio ante aquello, tampoco me atreví a gemir de dolor. Solo guardé silencio y compostura.

—¿Has hecho contacto con la universidad? —cuestionó mientras tomaba los utensilios para comer.

Yo por inercia tomé los míos y comencé a picotear la fruta de mi plato con el cubierto de forma lenta.

—Todavía no —mi respuesta fue despacio, con calma y con cuidado de irritarlo. Él parecía ser más voluble que el gas.

—Todavia no —repite.

Así que me llevé un pedazo de fruta a la boda para no tener que responder en el futuro cercano.

—¿Sabes todo el esfuerzo que he tenido que hacer para traerte hasta aquí? —cuestionó con su ceño fruncido y yo asentí sabiendo todo lo que el hombre había hecho por mi.

Me quedé huérfana a los cinco años, él me recogió y me hizo llamarlo padrino, me dió educación, cuidó de mi y me guió por el camino que creía correcto.

El hombre salvó mi vida, si, tal vez. Pero hay tantas cosas detrás de esa hermosa y gloriosa salvación...

—¿Solo necesitas hacer una sola cosa y ni eso puedes hacer? Solo necesitas hacer contacto... estar al pendiente de las cosas que se suponen son importantes, no recluyéndote en esta casa como si no te hubiese enviado aquí a aprender todo lo que tienes que aprender.

—Lo siento —susurré sintiendo el hilo de sangre correr por mi comisura por primera vez.

Solo que el líquido carmesí no fue lo único que noté. También comencé a notar cambios significativos en mi cuerpo. La forma en la que mis pulmones estaban ralentizando sus latidos, como mi cuerpo comenzaba a sentirse muy acalamabrado y luego pasó a estar adormilado, como si no lo sintiera.

Mis manos cayeron sobre la mesa con un estruendo y mi padrino no pareció consternado ante aquello.

Él lo había hecho.

Mi cuerpo, sin poder mantenerse erguido me hizo caer de mi silla de lado y me golpeé contra el duro suelo, solo que ni siquiera lo sentí.

—Es un veneno muy potente, lo saqué de una serpiente de Costa Rica y lo modifiqué para que fuera de rápida acción para que tú cuerpo lo absorbe con más facilidad. Te paraliza completamente y ralentiza los latidos de tu corazón hasta que simplemente deja de funcionar y te vuelves una presa muy fácil.

Ni siquiera podía hablar. Mi lengua estaba adormecida y mi visión comenzó a tornarse borrosa.

No había forma de que sobreviviera si él no me administraba un antídoto, probablemente moriría en algunos quince minutos o menos.

—De verdad que no me gusta hacerte pasar por esto —comenzó a decir mientras se inclinaba en su asiento, aunque apenas lo veía con esa nube borrosa que tapaba mi vista.

—Pero es necesario, parece que siempre encuentras algo por lo qué ser reprendida.

Él suspiró como si esto le pesara y luego solo clavó una aguja en mi cuello.

Mi padrino era un hombre no muy viejo. Tenía unos cuarenta y tres años, solo que se conservaba demasiado bien por el constante ejercicio. Era un hombre hermoso según lo que decían muchas mujeres y muy atractivo, pero siempre he sabido que las caras más bonitas esconden demonios muy feos y mi padrino tenía demasiados.

Su forma de criar era esta. Había sido un estudiante prodigio de la carrera de bioquímica, cuando a penas terminaba la carrera me acogió a mi, pero siempre había tenido suficiente dinero como para darse cualquier gusto, el era esa clase de personas que venía de dinero viejo.

Y yo, bueno, yo había sido su juguete perfecto para experimentar. Me había criado, si. Me había dado todo, incluso amor, por supuesto.

Pero todo eso había tenido un costo tan, pero tan alto. Ahora no sabía si la mitad de la composición de mi organismo era química o natural.

La cantidad de venenos sutiles y otros no tantos, que había tomado, era incontable.

Solo que nunca parecía acabar.

Mis ojos intentaron derramar lágrimas, pero me las arreglé para contenerlas mientras recuperaba la movilidad de mi cuerpo ante el neutralizante que estaba haciendo efecto.

—Volveré pronto —advirtió poniéndose de pie.

Sin reparo me miró desde arriba y sacó de la solapa de su traje azul marino un fajo bien ordenado de billetes de cien dólares. Lo dejó sobre la mesa y me miró por una última vez.

—Espero que te inscribas en la universidad, que dejes de llegar tarde a las citas con el señor Fitzgerald, que no te encierres en casa toda la semana y salgas afuera a hacer contacto con alguien, cualquiera, enserio.

Luego, se inclinó, palmeó mi cabeza como si de un perro me tratara y luego solo se fue de casa, dejándome en el suelo mientras todavía me recuperaba del efecto de su maldito veneno.

Ruthless SoulsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora