Capitulo 8

249 12 1
                                    

Dolor Fermentado.
Llegamos a mi taller, un viejo garaje con la puerta frente a un callejón, con un pequeño apartamento arriba. Saco mis llaves de mi bolsillo, abro la puerta lateral del taller, y enciendo las luces.

Suelo de concreto agrietado y manchado, luces fluorescentes colgando y parpadeando en jaulas torcidas, pila tras pila de cajas para herramientas rojas y plateadas a lo largo de las paredes, mostradores con más herramientas colgando de ganchos, cadenas desde el techo colgando con motores, la estructura metálica de un Mustang Shelby GT '66, un par de grandes cubos de basura de plástico, ceniceros rebosantes y abandonadas botellas de cerveza y cajas de pizzas...

—No es mucho, pero es mío. —Río—. Realmente, realmente no es mucho. No puedo creer que te haya traido aquí. Está tan sucio y feo.

Lo estoy viendo por primera vez, de alguna manera. Nunca había traído a una chica aquí antes. Chicas han venido a mi lugar antes, pero nunca quieren ver el taller; solo están interesadas en la cama. Miro alrededor, viendo lo que ella debe ver.

Entonces, me sorprende.

—Me encanta. Se... siente como casa. Es un lugar que obviamente amas.

La miro fijamente.

—Es casa. Puedo dormir arriba, pero este garaje es casa. Más de lo que crees.

Pienso en todas las veces que dormí en un saco de dormir en el suelo donde está el Mustang ahora, antes de que el apartamento de arriba fuera renovado para ser habitable. Compré este lugar por una miseria, porque era un basurero. Marginado, abandonado, no deseado.
Como yo. Lo reparé. Lo hice mío.

Suelta mi mano y vaga por el taller, abriendo cajones y examinando herramientas, las que se ven gigantescas, peligrosas y sucias en sus limpias y delicadas manos. Siempre coloca de nuevo las herramientas exactamente donde estaban. Me pregunto si se da cuenta cuán obsesivo soy por ello, o si es solo cortés. Probablemente es solo cortés. En realidad nosotros no nos conocemos el uno al otro en absoluto. Ella no podría saber de mi trastorno obsesivo compulsivo con las herramientas.

—Muéstrame qué haces —dice.

Me encojo de hombros. Apunto al motor.

—Ese motor de allí. —Me acerco y paso mi dedo alrededor de la apertura de un pistón—. Lo compré en un depósito de chatarra hace unas semanas. Estaba oxidado, sucio y arruinado, básicamente. Estaba en un viejo auto que había estado en un accidente, chocado en la parte de atrás y totalmente destrozado. Un Barracuda '77. Tomé el motor, arreglé las partes que pude arreglar, reemplacé las que no pude. Lo desarmé completamente, hacia los componentes. Quito el toldo de una gran y larga mesa en la esquina, mostrando un motor diseccionado, cada parte distribuida en un muy específico patrón.

—Como esto. Luego junto todo, pieza a pieza, hasta que lo ves allí.

Casi hecho. Solo se instala un par de piezas más y está hecho, listo para ser puesto en un coche.

Ella mira de la mesa hacia el motor desensamblado.

—Así que conviertes eso... —Ella apunta a las piezas en la mesa—, en eso.

Me encojo de hombros.

—Sí. Esos son motores completamente diferentes, pero sí.

—Eso es increíble. ¿Cómo sabes dónde van todas las diferentes partes? ¿Cómo las arreglas?

Río.

—Mucha experiencia. Lo sé de haberlo hecho un millón de veces. Todos los motores son básicamente los mismos, solo con pequeñas diferencias que hacen único cada tipo de motor. Desarmé mi primer motor cuando tenía... ¿trece? Por supuesto, una vez que lo conseguí desarmarlo, no lo pude juntar de nuevo, pero eso fue parte del proceso de aprendizaje. Jugué con ese motor de mierda por meses, descubriendo cómo hacer funcionar la cosa, dónde iban las partes, qué hacían y cómo conseguir unirlas. Finalmente conseguí juntarlas y hacerlo funcionar, pero me llevó como, no lo sé, más de un año de no hacer nada con él cada día. Lo desarmé de nuevo, y lo junté después de eso. Una y otra vez, hasta que pude hacerlo sin detenerme en pensar en lo que venía después.

La calma que necesitaba Donde viven las historias. Descúbrelo ahora