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El ángel tenía aquella sensación de no pertenecer, sabía que estaba cumpliendo una misión dada por la suerte y a su vez, por su padre. Pero eso también implicaba estar en ese lugar moribundo y vivir todos sus horrores.

Había perdido todo, sentía que había quedado con vacío imposible de llenar.

En los días siguientes a la presentación del ángel, no pasó ningún acontecimiento especial. A excepción de nuevas almas que habían llegado el día anterior.

Todas ellas habían muerto por suicidio, por lo que habían sido condenadas.

Ahora podía comprender un poco más la sensación de querer morir, de sentir la vida tan mala al punto de preferir la muerte.

Pero la muerte del cuerpo no se comparaba en nada a la condena eterna del alma.

Pasar la eternidad sufriendo cada segundo el desgarrante dolor interminable y la añoranza por abandonar el infierno, eso era aún peor.

Aquello pensaba el ángel, quién siempre había estado privado de vivir si quiera un día como un humano.

La vida humana para el ángel era simple y sencilla, si se trataba de cumplir las órdenes de su padre, ¿por qué no hacerlo al pie de la letra?

Lloraba cada vez que pensaba en las personas, en el sufrimiento y el dolor del alma que pasarían en el infierno. Él no quería eso, pesando en eso le daba significado a los mil años que pasaría en el infierno. Una alma por año, para el ángel eso era suficiente para intentarlo una vez más.

Últimamente no hacía más que quedarse horas tras horas analizando y pensando todo lo que implicaba existir, lo que implicaba la nada y el todo, lo que había más allá de cualquier plano.

En algún momento de su larga vida quiso saberlo todo, tener conocimiento y tratar de entender cada pequeña cosa. Sin embargo, ahora cada vez que exploraba en su don, quería ser ignorante y evitar viajar tan lejos en sus pensamientos.

Quizá no había pasado mucho tiempo, pero para el ángel se sentía como una eternidad. Tenía más libertad, o lo poco que eso significaba; vagar por los pasillos ardientes del infierno y ver el sufrimiento de las almas.

No había visto al señor Jeon desde la última vez que espió sin querer. Al parecer había abandonado el infierno hacía algunos días, ahora todo parecía estar más calmado y tranquilo. Irónico, porque esas palabras perdían su verdadero significado.

Sin saber si era de mañana o tarde, desconociendo por completo el tiempo, dormía de vez en cuando, oraba y meditaba.

Joongki era con el único ser viviente que podía hablar y pasar el rato. Iba en la mañana y regresaba a verlo por la tarde.

Había cuidado de él todo ese tiempo, sus heridas habían mejorado y su cuerpo ya no dolía tanto. Podía hablar con él, se sentía en confianza y el aura del demonio era muy especial.

Cambiaba sus ropas blancas de vez en cuando, comía alguna especie de comida humana que Joongki le preparaba y enviaba mensajes a sus hermanos con la paloma parlanchina.

Uno de esos días, caminando despreocupadamente dió con un orificio en la pared posterior del trono de Jeon, al lado de su aposento privado.

Caminó a través de el y pasó al otro lado, halló un lugar; por lo que podía ver de unos cuantos metros cuadrados, con una apertura en la parte superior que dejaba entrar un poco de luz del exterior y más allá solo había oscuridad, no lograba divisar con claridad.

Un lugar para los lotos.

Miró a su alrededor y rió, lo que intentaba hacer era casi imposible. Un imposible para un ángel hijo de Dios, vaya locura.

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2023 ⏰

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