Otro trabajo

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Gabriel no tiene problemas para compartir el trabajo, pero, de todos los sirvientes de Dios, aquel querubín con la boca deslenguada es el peor. Baalah (1) se sienta en medio de su ordenada oficina entre un montón de papeles esparcidos por el piso, revisando los protocolos en cada uno de ellos con su túnica arremangada hasta las rodillas y mordiendo la punta de su lápiz. Lleva haciendo eso el tiempo suficiente para que Gabriel requiera de carraspear alto para solicitar silencio.

―Sé que tienes tus "métodos" para trabajar, pero... podrías no hacer esos sonidos molestos ―pide, desde su lugar, en su muy cuidado escritorio, donde las formas se agrupan en carpetas.

El querubín levanta la cabeza, todavía con el lápiz entre los labios y mostrando sus dientes como si se tratase de un juego. ¿Por qué parecía que Dios no se había esmerado en el momento de hacerlo?

―¿Qué sonido molesto? ―cuestiona, mordiendo adrede―. Yo solo estoy haciendo mi trabajo.

No puede evitar mirarle a los ojos con suprema suspicacia. Baalah es el comandante de una de las legiones de cuidado principales, Dios no ha dicho para cuidarse de qué, pero sospecha que será de él mismo de quien tendrá que velar. Han sido asignados a revisar los requerimientos necesarios para crear lo que el Todopoderoso ha llamado "Tierra". Será el centro de su universo y los veinte millones de ángeles deberán cuidar de él y mantener su estabilidad.

―Tus mordidas a ese lápiz no me ayudan a concentrarme.

Baalah vuelve a morder. Una, dos, tres veces. Los ojos claros están fijos en los suyos cuando lo hace, así como mantiene la espalda recta y las piernas tiradas hacia adelante en un ángulo tan incómodo como espeluznante. Lo peor son las alas, de los dos pares, ninguna concuerda con su compañera en una posición clara; la superior derecha, se da el lujo de aletear solo con las plumas primarias hacia arriba. Es el peor ángel que ha visto nunca.

―Estoy aburrido. Necesito algo en que desahogarme.

Gabriel toma una respiración, que no necesita, para pensar. Podría irse de aquí, claramente, pero este es su espacio de trabajo, Dios se lo dio para que le ayudase a poner todo en orden, ¿por qué esta pequeña bestia tendría que echarlo de allí?

―Lo que llamas aburrimiento es solo ociosidad. Nos dieron una tarea y no la estamos cumpliendo.

Él se ofende, su pequeña nariz se frunce.

―¿Si sabes que mientras estamos aquí estancados, hay algunos otros haciendo todo un mundo allá abajo? ―Con un dedo, señala hacia la informidad que es el espacio―. Estamos leyendo papeles y alguien más los hace realidad.

―Es nuestro trabajo.

―Quiero otro trabajo. ―La idea es horrorosa, un ángel no decide, un ángel obedece.

Por bondad, Gabriel debería consolarlo.

―Un día te van a llamar a pelear ―asegura, moviendo algunas carpetas―. Te hicieron para eso, ¿no?

Él se ríe, una cosa estruendosa y sin forma que de alguna manera abruma.

―¿Contra quién? Somos los únicos que existen. ¿Vas a pelear conmigo Gabriel?

...

Parado frente a su estatua, en Edimburgo, Gabriel acaricia la posibilidad de que Dios, en su sabiduría, haya hecho a Beelzebub para pelear porque sabía que Lucifer no sería un gran estratega una vez decididos a rebelarse. Las fuerzas debían igualarse para no desaparecer. Los ángeles tenían a Miguel, así que era justo que Baalah tuviera un poco de esa malicia militarista.

Le gustaría preguntar por ello, por los planes que se concretaron y firmaron mientras él lo veía masticar lápices en el piso de su oficina. Había estado allí, todo el tiempo, pensando en la traición y la rebelión. Él también lo ha pensado, mucho, en los últimos meses. Mira el escritorio, mira las carpetas siempre llenas de formularios y duda de su deber y su trabajo. ¿Debía ser siempre así? Cuando está con Beelzebub, olvida por completo su deber y piensa más en las cosas que podría disfrutar de tener más tiempo.

Ahora incluso aprecia más la ropa y sus mañanas de ejercicio en los bonitos parques que los humanos han hecho en el centro de sus ciudades. Ahora entiende porque habían tantas solicitudes sobre plantas y animales, porque importa que cada uno sea diferente y cumpla un papel, sino existiera tal diversidad ¿sería interesante viajar, o pintar, o estudiar? Gabriel existe desde antes de que se inventara el abecedario, pero le anima el saber que puede recordar como llaman a los gorriones en cada lengua que ha existido y que él mismo ya sabía que sería un gorrión, muy diferente de un águila, mucho antes de que existiera.

¿También está aburrido?

Un zumbido le alerta. Una nube de insectos navega entre las brumas de la noche escocesa. ¿A las moscas les gustan los cadáveres, no? El pequeño regalo de Beelz se mueve dentro de su caja, escondida en su pecho, y le recuerda un poco el molesto sonido de los dientes de su dueño sobre el pobre costado de un lápiz.

Lord Beelzebub se materializa como una aparición. Su ecléctico atuendo no lleva hoy su característica banda de guerra anaranjada, tampoco hay rastros de medallas o insignias. Se ve más casual, aunque su enorme sombrero de mosca ha vuelto una vez más.

―¿Otro cambio estético importante? ―pregunta, intentando no sonar demasiado atrevido.

Beelz mueve la cabeza hacia un lado, con una medio sonrisa coqueta que hace cosas no muy santas en la corporación de Gabriel.

―Algo así, angelito tonto ―dice―. Estoy pensando en deshacerme de algunas cosas innecesarias.

―¿Innecesarias? ―No quiere ser una de esas cosas innecesarias.

―Sí, cosas que no necesito.

El demonio le ofrece una mano antes de seguir charlando, es una invitación tácita para ir a pasear. Gabriel acepta y se prende de esos dedos que guían el camino. Las mañanas de otoño son divertidas, hay suficiente oxígeno fresco para que no se distinga el humo de los autos y la bruma casi desaparece lo peor de la ciudad.

―Ahora que estoy viniendo a verte de manera regular, tengo que inventar un par de excusas de más. Así que puse a los más chismosos a encontrar una supuesta segunda banda, idéntica a la primera, que alguien robó ―explica el señor de las moscas, con una sonrisa cada vez más sardónica―. Dejé la original expuesta sobre la cabeza de un prófugo, como advertencia para quien no esté buscando mi preciado tesoro.

―Oh, cariño, eso es... ¿divertido y malvado?.

―Las dos mejores palabras ―asegura Beelzebub, quien lo empuja a caminar más rápido―. Vale la pena sacrificar un par de almas por venir a verte.

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Notas de autor:

(1) Es la versión femenina del nombre Baal.

Por otro lado, escribiendo esto pensé Gabriel es a Diosita, lo que las botargas y los repartidores de panfletos a las tiendas.

Tengo el headcanon de que Miguel no logró matar a Lucifer por qué dudó (no podía creer que su compañero los traicionará, además no se permitía pensar que alguien pudiera odiar su naturaleza), por eso también se ha vuelto frío y manipulador, por miedo a dudar de nuevo.

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