Había algo que no funcionaba bien en la vida de Sergio. Desde hacía varias semanas, se sentía mal, pero aún no sabía exactamente qué era. Sin ninguna explicación, su cuerpo parecía haberse vuelto en su contra, llenándolo de náuseas, cansancio extremo y cambios de humor repentinos. No tenía idea de lo que estaba sucediendo, pero una idea comenzaba a rondar en su mente: ¿podía estar embarazado?
El no podía, ¿verdad?
Aunque este pensamiento le asustaba, no se atrevía a compartirlo con nadie. Sergio era un hombre fuerte e independiente, temeroso de que aceptar su posible embarazo lo hiciera parecer vulnerable ante los demás. Además, no tenía una pareja estable y tenía la sensación de que todo su mundo se derrumbaría si esto fuera cierto.
Sergio perseveró y seguía escondiendo sus síntomas, luchando por llevar una vida normal. Cada vez que necesitaba correr al baño para vomitar, trataba de hacerlo con discreción para que nadie sospechara nada. Pero la tensión comenzó a afectar su rendimiento laboral. Aunque se esforzaba por cumplir con todas sus tareas, cada día se volvía más difícil mantenerse en pie y concentrado en la pista.
Un fatídico día, mientras trabajaba, sintió cómo su visión se volvía borrosa y su cuerpo se volvía débil.
-Buenos días, señor Pérez. ¿Cómo se encuentra hoy?- se acercó.
-Buenos días, doctor. Estoy un poco preocupado, la verdad -
-Lo entiendo. Quería hablar con usted sobre los resultados de los exámenes que le hemos realizado-
-Claro, gracias. Estoy un poco nervioso por lo que pueda salir de ahí-
-Comprendo sus preocupaciones, señor Pérez. Quiero ser lo más claro y delicado posible al comunicarle este resultado. Según los análisis realizados, ha quedado confirmado que usted está embarazado-
