Capítulo 1: El impostor.

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WESTON

Ibor deja en manifiesto sus tratornos de ansiedad de varias maneras y no todos ellas están relacionados con la comida. Tras tanto tiempo conociéndolo y compartiendo con él la misma habitación, desde que éramos compañeros de cuarto en nuestra fraternidad en la universidad, aprendí a identificar los tres estados anímicos en los que se puede encontrar.

El primero de ellos está caracterizado por la calma absoluta, la tranquilidad y la serenidad que incluso la isla más tranquila desearía poder replicar para sus turistas, siempre amable y extremadamente gentil con los demás. Así se encuentra la mayor parte del tiempo, lo que se equilibra a la perfección con mi personalidad y con el estrés de nuestro día a día en el ámbito laboral.

El segundo es un estado de atracones de comida y visitas nocturnas a la cocina mientras cree que duermo. Mientras cree que no puedo escucharlo vomitar.

El tercero es el fútbol.

Cuando estábamos en la universidad el fútbol era en lo que descargaba toda su rabia, su ira, para poder permitirse ser dulce y bueno con los demás, pero el campo también era el lugar en el que podía concentrarse en taclear a alguien o arrojar un balón y no en cómo la chica que le gustaba jugaba con sus sentimientos o en cómo su familia esperaba que algún día volviera a su pueblo natal con dinero o preparado para despertarse a las cuatro de la mañana por el resto de su vida, dispuesto a ordeñar vacas y sembrar maíz.

Así que no me sorprende que ahora, después de lo que pasó con Sofía, haya dececidido volver al equipo para esta temporada cuando anteriormente había dicho que no y pese al hecho de que las posibilidades de que puedan clasificar para las finales son ridículamente bajas. Tan bajas que hice lo más inteligente y aposté parte de mi dinero a favor de los equipos contrarios con los que los Cowboys han jugado y gané varios millones.

Pero es que ellos entrenaban juntos todas las mañanas.

Almorzaban juntos todos los días.

Ibor incluso le llevaba meriendas y batidos durante sus clases en línea y Sofía limpiaba el sudor de su cuerpo y le preparaba limonadas mientras entrenaba arduamente bajo el sol para la temprada, siendo malditamente perfectos el uno para el otro de una manera en la que yo nunca podré.

Por eso no lo puedo culpar por no querer quedarse todos las mañanas en la Mansión Whertheirmer y preferir el campo. Al igual que yo, se acostumbró a ella.

Al igual que a mí, todo le recuerda a ella.

Aunque amo mi maldita casa, la casa más hermosa y lujosa de Dallas, hecha desde los cimientos por una de las mejores arquitectas de Texas y alguien a quién aprecio, por mi bienestar y el del resto de mi familia deberemos mudarnos pronto. El siguiente problema que veo venir, sin embargo, es que no hay ni un solo centímetro de la ciudad que no nos recuerde a Sofía García. Todos nuestros restaurantes favoritos, incluido el puto KFC. Todos los sitios que solemos frecuentar tanto por trabajo como por placer. Todas las calles.

Nuestro tiempo juntos fue breve, pero intenso.

—Entonces... déjame ver si te entendí, West —ríe Savannah frente a mí, su voz apagada, pero no es como si estuviese atravesando la mejor época de su vida. La que un día fue mi novia y también amante de Ibor se ha divorciado recientemente de su esposo, el hermano de su verdadero amor tóxico, enfermizo y aberrante. El insecto de Tanner Reed, mi peor enemigo sobre la faz de la tierra—. Te quieres mudar a otra casa en el mismo vecindario en el que vives después de que pasé casi un año creando tu hogar de ensueño.

Me encojo de hombros, envolviéndome todavía más en la jodida manta en mi sofá que nunca pensé en utilizar, buscando confort y calor, pero sin encontrar una maldita cosa que alivie mi frío y vacío interior.

Suyos (Posesión #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora