WESTON
Fue un mal día en la escuela. La Señorita Kenneth no me agrupó con mis compañeros para la feria de ciencias y reaccioné de una mala manera. El enojo se apoderó de mí sin que pudiera controlarlo, y le arrojé un lápiz después de que se negara a cambiarme. Ella me odia, siempre ha dicho que soy un chico mimado de papá, pero no quería hacerle daño.
Menos un daño tan grave como el que creo que le hice.
El lápiz cayó en su ojo.
Ahora la Señorita Kenneth está en emergencias, y yo en la dirección.
Temo que la Señorita Kenneth vaya a perder un ojo por mi culpa. Tengo tanto miedo de eso que mis manos no dejan de temblar. Sé que debería estar asustado por las consecuencias, pero la verdad es que no me importa que mi padre vaya a castigarme, que me prohíba ir a clases de tenis o que las personas ya no me hablen. Lo único que quiero es que la Señorita Kenneth esté bien. Que vuelva a clases y prometerle que ya no seré tan mimado, ni malo.
Que me perdone.
—¿Qué pasa, Weston?
Giro el rostro ante el sonido de su voz una vez sale de la oficina del director, usando un elegante traje que escogimos juntos. Su mano izquierda brilla con un costoso reloj dorado que pinté una vez con marcador permanente, cuando era más pequeño. Mi padre pudo haberlo borrado, pero no lo hizo.
—Papá. Yo...
Pensé que estaría molesto, pero papá se arrodilla frente a mí con una sonrisa.
—Nada de lo que pasó es tu culpa. Ella debió darte lo que querías y no separarte de tus amigos. Eres mi hijo y siempre deberías obtener lo que deseas. Para eso tenemos dinero. —Despeina mi cabello, el cual es igual al suyo—. No te preocupes. No volverás a ver a esa mujer otra vez. Ya me encargué. —Se levanta y me ofrece su mano—. Ven, debemos llevarte a tu práctica de tenis. Eres la joya de esta escuela en el campeonato estatal.
Mis labios se curvan hacia arriba, el alivio llenándome. Papá siempre resuelve las cosas con dinero, y el dinero hace sentir mejor a las personas. Quizás la Señorita Kenneth se sienta mejor ahora. Quizás el dinero de papá, el cual es mágico, la ayudó. Caminamos a través de los pasillos de escuela, los cuales están vacíos, hasta alcanzar las canchas de tenis en el exterior, dónde mi entrenador nos espera para seguir preparándome para el campeonato inter-escolar en unos meses. Nate es un hombre que antes fue un jugador de tenis, segundo lugar en varios Masters de París, que se lesionó y luego dedicó su vida a ser profesor. Es mi segunda persona favorita en el mundo después de mi padre, quién se sienta con el resto de los padres para verme practicar, y siempre lo hago sentir orgulloso.
Hoy, sin embargo, su mirada hacia mí es diferente.
—Pensé que no te vería en un tiempo. Me dijeron que estarías castigado por algo que hiciste. —Dice mientras prepara mi raqueta. Me tenso al recordar que la Señorita Kenneth y él son amigos, pero Nate, a diferencia de ella, siempre fue amable y bueno conmigo—. ¿No crees que es injusto?
Parpadeo.
Siento la necesidad de llorar, pero ninguna lágrima sale.
Mi padre dice que llorar es para mujeres y perdedores, que nosotros, los Wertheirmer, no tenemos ninguna razón para hacerlo. Que incluso de bebé no necesité llorar para que mis niñeras supieran qué hacer conmigo.
No tenemos ninguna carencia o necesidad.
Todo lo que deseemos, podemos tenerlo con un chasquear de dedos. Aún así me siento mal por lo que hice, pero no es mi culpa que no sea castigado como la gente común. No es mi culpa ser un niño dorado. Rico. Especial. Valioso.
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Suyos (Posesión #2)
RomanceCuando la contrataron como la niñera de sus hijos Weston e Ibor jamás habrían podido prevenir el efecto que Sofía García tendría en sus vidas. La manera en la que encajaría a la perfección en su familia, con sus hijos y con ellos. Cuando la despidie...