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28 de octubre de 1995

Querida Madre:

Espero que recibas pronto esta carta, no sabes cuánto te extraño, anhelo y ansío verte. Ya ha pasado un mes, ha sido una eternidad sin ti y sin poder escribirte. Rosita extenderá su permiso, ya que tiene aún asuntos que solucionar, por tanto, deberé seguir reemplazándola.  Trabajo con una joven llamada Margarita, es tal cual como Rosita nos había dicho; muy sencilla y amistosa. Con ella comparto habitación, su vida es muy dura, pero yo intento  animarla. Como tú dices, siempre habrá alguien que tendrá más problemas. Los dueños de casa; la señora Francisca y don Santiago son muy buenas personas como también su hijo Alejandro, me han tratado muy bien desde el primer día en que llegue a su hogar. No debes de preocuparte, hago lo que siempre me dices, “hacer bien las cosas” por mínimas que sean.

Me preocupa tu estado de salud, pero Rosita amablemente me dijo que irá a verte, te llevará mi carta y un dinero que he ahorrado para ti, recuerda tomar tus medicamentos y no hagas mayores esfuerzos.  Acá no faltan los quehaceres, es una casa muy grande y hermosa. Mamá si tan solo pudieses verla, te asombrarías. Te amo mamita querida, por favor cuídate, para mí es muy difícil estar tan lejos y no poder ayudarte, pero todo sea por seguir esos sueños a los que me aferro con tanta fuerza para hacerlos realidad.

Se despide tu hija, quien te ama y se siente orgullosa de ti.

Camila Núñez.











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La casa de la familia Echeverría

Todo comenzó aquella tarde sofocante de octubre del año 1995, Camila bajó del radiotaxi y cruzó la calle, se armó de valor y tocó la puerta paulatinamente, mientras observaba todo a su alrededor. Aquella casa gigantesca color blanca, expandía su belleza con su antejardín rico en árboles, plantas y flores, en distintos ángulos.
La joven veía todo con asombro, cuando en aquel instante se sintieron unos pasos firmes e incluso hasta agresivos acercándose por la puerta interior de la casa. Además de, oír algunos gritos y exclamaciones de disgusto en aquella persona.


             —Hola, ¿quién eres tú?       —exclamó aquella mujer pálida de rostro alargado, con un leve rubor en su rostro y labios pintados de color vino, peinada a la perfección, su estatura era alta y vestía una chaqueta negra, pantalones blancos y calzado de tacones. Con su mirada indiferente no dejo de observarla de pie a cabeza, mientras la joven contestó a su pregunta.

—Mi nombre es Camila Núñez, he venido por el reemplazo de Rosita. Su esposo don Santiago coordinó todo con ella —respondió con mucho nerviosismo, apenas le salía la voz y le temblaban las piernas sentía unas ganas inmensas de escapar de esa mujer tan intimidante. Sus nervios incrementaban a cada segundo, mientras un leve silencio se interpuso entre ambas. En aquel momento, se oyó una voz masculina que interrumpió la frase que iba a formular aquella mujer.

—Si no cometo un error es la señorita Camila, quien reemplazará a Rosita. Francisca es la joven de la que te hable ayer. 

Aquella voz tan armoniosa del jefe de hogar, permitió un leve descanso en Camila, asintiendo con la cabeza. Mientras él le brindaba una sonrisa gratificante.

—Ok—respondió en seco, Francisca—. Entonces que entre, no se va a quedar aquí en la puerta.

A medida que Camila avanzaba con su bolso, observaba cada rincón de la casa, distraída con tanta belleza y elegancia que ella nunca había visto, a la par, Francisca le reclamaba a Santiago por qué Margarita no estaba para abrir la puerta, él le explicaba que ella había solicitado un día extra para estar con su hija. 

CARICIA DE MADREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora