Capítulo 9: A dos pasos de ti

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High Enough-k. Flay

Isabella

—Toña, no seas cruel y espérame para comer juntas —dije con el teléfono en el oído.

—Pero no te demores, tengo mucha hambre y el pastel de chocolate nos está esperando en el refrigerador.

—Tranquila, en media hora estoy en casa, no empieces sin mí —con una mano me abroché el cinturón de seguridad y encajé las llaves del auto en la ranura.

Lo haré, conduce con cuidado.

—Sip, nos vemos.

Colgué el teléfono y eché andar el auto muy molesta al ver a Santiago por el retrovisor, sentado en la pileta sin ninguna preocupación fumándose un cigarrillo. Era un descarado, no tenía vergüenza, en qué cabeza cabe que me invite a salir. Yo soy su jefa, no una de sus amiguitas, por eso le dejé las cosas bien claras, diciéndole en su cara que ni en toda mi vida saldría con un hombre tan despreciable como él.

Salí tan rápido que lo dejé comiendo polvo, ya mañana hablaría con Carlos, el subjefe de la obra y él está a cargo de todo en mi ausencia. Le hablaría de todo este tema, de su desfachatez y que no quiero a un hombre como él cerca de mí y de mis proyectos. Se prestaría para habladurías y no quería que mi buena reputación como paisajista, fuera arruinada por un tipejo como él.

Me deslicé la mano por el cabello tratando de alejar la frustración, pero la sensación arenosa en mi mano me llamó la atención. Solo debe ser tierra, había levantado sacos, escarbado y arrancado mala hierba, es natural que me hayan quedado restos de tierra en el cabello, pero por inercia olí mi mano.

Al cabo de unos minutos todo comenzó a darme vueltas, mi vista se volvió borrosa y distorsionada, en un movimiento frágil logré orillar el Jeep a un lado de la carretera. Abrí la ventana, necesitaba respirar, pero mi pulso parecía acelerado y asustada me apoyé sobre el volante tratando de contener mi propio peso. Cada segundo que permanecía detenida, mi cuerpo pesaba más y oía todo como si estuviera demasiado lejos. Esforzándome, me giré hacia el asiento del copiloto, ahí estaba la mochila con mis cosas y podía oír el sonido de mi teléfono.

Las luces intermitentes se escuchaban tan, tan extrañas, y no saber qué es lo que me sucedía, me provocaba taquicardia. Clavada en el asiento del conductor, una vez más, intenté alcanzar la mochila para sacar el teléfono, pero fue inútil, el cuerpo me pesaba una tonelada y no respondía a ninguna de las órdenes que le daba.

Dios mío, ayúdame; pensé con las lágrimas saltándome en los ojos, estaba muy aterrada.

Los síntomas no mejoraban y estaba varada en medio de una carretera solitaria, y ni siquiera lograba alcanzar mi maldito teléfono para pedir ayuda. Pero no podía rendirme, no estaba muy lejos de la casa de Hansel, quizá si logro bajar del auto alguien me vea.

Luchando por moverme, estiré uno de mis dedos y logré alcanzar la manilla de la puerta, al ver que mi cuerpo había logrado obedecer, me alegré. Pero, una figura alta estaba parada justo ahí, mi emoción al distinguir a esa persona fue grande, pero no podía moverme o explicarle qué es lo que me pasaba. No distinguía facción alguna o reconocer si era un hombre o una mujer, solo sabía que metió la mano por la ventana y abrió la puerta.

La esperanza brotó en mi pecho al ver a la persona parada a mi lado, me sacaría de aquí y me llevaría a un hospital. Lo que más necesitaba en este momento era asistencia médica, los síntomas no mejoraban y cada vez era peor.

Por fin estamos solos —dijo una voz distorsionada, que apenas lograba entender—. Isabella, Isabella, Isabella, no debiste ser tan cruel conmigo.

Intenta no enamorarte de mí, florecita EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora