10. La primera vez

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No quedaban ni dos días para las vacaciones, eso significaba no ver a
los que me caen mal por un tiempo, jugar a las cartas en la piscina con mis
amigos y salir algunas noches con Oriel. Buen plan.
Ahí estaba yo, en clase de inglés haciendo el examen final. No era tan
difícil, hasta un niño de doce años sería capaz de hacerlo. Fui la primera en
entregarlo.
Me fui a los baños a ver las notificaciones que me habían llegado y vi un
mensaje de Oriel:
“¿Qué te parece si te recojo esta noche y vamos a mi casa a ver una
peli?”
Acepté rápidamente, ya no tenía miedo de mi vieja pesadilla, pero me
sentía nerviosa al recibir mensajes suyos o verle.

Me puse una camiseta ajustada, me maquillé un poco y él ya estaba en
la puerta. No me acababa de acostumbrar a las salidas con él.
—Hija, está aquí tu amiguito…—dijo mi madre.
—¡Voy!
—¿No era éste el que te pegaba? —susurró ella.
—Sí, pero ya sabes que no pasa nada.
—Si ocurre algo, llámame.
—Que sii, madre…
Ya estaba ahí, con esa dulce sonrisa ligeramente torcida, mirándome
con sus pequeños ojos. Nos pusimos a hablar de camino al mirador de la ciudad.
—Buenas noches —saludé.
—Hoy estás guapísima.
—El físico no es lo primero… Me habré vuelto más guapa, pero mi forma
de ser no ha cambiado.
—Sí has cambiado la personalidad, y más estúpida.
—Cuando te hacen daño, claro que cambias.
—Lo sé, lo sé, no te hagas más la víctima. Te hice daño, perdón, soy
consciente de ello, puedo hacer lo que quieras para compensarte.
—No te preocupes, no sólo hablo de ti. Me refiero a todos los demás —se
me vino una idea de pronto—. Espera, Oriel, ya sé qué puedes hacer por mí.
—Dime —me echó otra sonrisa torcida. Se podría malpensar en cualquier
momento.
—Defiéndeme, no dejes que nadie me haga nada.
—Eso es ridículo, si tú sabes defenderte muy bien, me lo has demostrado.
—Dijiste que harías cualquier cosa por mí. Y también quiero contarte un
secreto, si eres capaz de guardarlo, yo también haré algo por ti. Llevamos
bastante tiempo quedando ya.
—¿De verdad confías tanto en mí?
—Oye, no te hagas ilusiones, sólo quiero que me lo guardes. Sabrás algo
nuevo de mí y yo me quitaré un gran peso de encima.
—Está bien, suéltalo ya…
—Bueno, ¿te acuerdas cuando te pedí que me llevases a Sevilla?
—Claro.
—Vale, te lo dije porque conocí a un chico de allí por Instagram.
Oriel asintió, y yo continué:
—Entonces, Gis, que era antes mi amiga, le pidió por mí a un amigo que
nos llevase a Sevilla.
—Te escucho.
—Todo iba viento en popa, hasta que me di cuenta de que Gis gustaba
de él, tras haberle dicho mil veces que a mí me gustaba mucho.
—Cuánto cabrón suelto.
—Y ahora me he distanciado de medio grupo menos de Eloy, Jorge y
Valentina.
—No sé qué decir…
—Mi conclusión es que soy asquerosa y lo tenía todo bien merecido, por
conocer gente a través de internet. No tengo suerte con los chicos, así que algo
me dice que no estoy preparada.
—No es tu culpa, eres increíble —como él suele hacer, puso su mano
debajo de mi barbilla y me levantó la cabeza para que le mirase— y no quiero
que llores por un chico que no te quería.
—Si fuera así, no estaría mal por él, ya que nos gustábamos, hasta que le
presenté a Gis. De verdad que se lo dije mil veces…
En ese momento, me zafé del chico que tenía delante, agaché la
cabeza y como no podía más, acabé llorando. Pasó lo que menos quería, que
mi viejo enemigo me viese mal, nunca se lo permití.
—Es la primera vez que te veo llorar…
—Todos lloramos… no lo niegues —intenté decir con dificultad—. Y no es
la primera vez que me pasa —me puse la mano en la cara, queriendo
esconderme—, sólo que… no me gusta que la gente me vea… mal.
Él me abrazó de forma reconfortante, necesitaba esto, pero un abrazo
suyo ahora no, por favor. Ojalá estuviera aquí Eloy.
Después, me miró.
—Calma, estás muy tensa. Respira hondo…
Cuando dejé de llorar, me quedé mirándole. Esto era demasiado raro.
—Eres muy fuerte, en serio.
—No.
Después de este vergonzoso momento, llegamos a su casa para ver una
película y así me animaba mientras comíamos una pizza barbacoa.
Fue buen plan, la peli fue de auto superación, esa típica que te dice:
“Oye, tú también puedes hacer lo que te propongas.” Iba de una mujer que
tenía trastorno de ansiedad generalizada, y que lo fue superando gracias a sus
amigos y a su novio. Al terminar la película, miré al chico que tenía al lado y le
dije:
—Este día me recuerda al viernes que fui con Eloy y Gis a ver “Mi amor
perdido”. No te lo he contado, pero Antón Lofer me encanta.
—Gis… Deja de pensar en ella, te hizo daño.
—Si fue culpa mía, total…
—No la fue, en serio. Le dijiste cuánto querías al sevillano, ¿verdad?
—Sí, pero quizás no me escuchó.
—Los amigos escuchan, siempre, a pesar de todo.
—Es lo que estás haciendo ahora.
No podía creerlo. ¿Era él? ¿O era su hermano separado de él cuando
nació y por eso se parecen tanto? Oriel, el chico que me habría pegado en
cualquier momento, me estaba abrazando ahora mismo. Quien me abría la
puerta de los baños, quien me tiraba piedras… Ahora estaba haciendo lo
contrario. Nunca pensé que pasaría esto justo antes de entrar a la puerta de
esa cafetería de carretera. Me dejé llevar y le devolví el abrazo.
—Te adoro —le dije, no sé por qué eso salió de mí.
—Yo sí que te adoro.
No sé si me sorprendió más lo que le dije o lo que me respondió, pero eso
no importaba ahora. Lo importante era que me sentía segura con él. Todo esto
se lo debo a Eloy, quien le dio mi número para arreglar las cosas, y mira que lo
hemos arreglado. Le mandé un WhatsApp con un testamento:
“Muchísimas gracias, eres un amigo increíble. Gracias por no dejarme
sola, por avisarme con antelación sobre las cosas. Sé que no me quieres ver mal,
y es cierto que me comporto como una niña pequeña, por eso te estoyescribiendo. Muchas gracias por haberle dado mi número a alguien que me
odiaba, he recuperado la fe en que las personas pueden cambiar, gracias por
no irte como la mitad del grupo, ya son cinco años llenos de risas, lágrimas,
nervios, emoción, apoyo. Siento como si hubieras sido mi psicólogo, amigo y
mucho más. Creo que me ha quedado corto, aun así te lo mando ya.”
Reconozco que cuatro lágrimas se me habían escapado, pero de alegría
por todo. Mientras tanto, vi que Oriel se quedó dormido en una de las camas.
Parecía un osito de peluche, como si nunca hubiera hecho daño a nadie. Me
encantaba verle dormido con sus pequeños ojos cerrados, esa sonrisa tan dulce
que años atrás era inexistente. Me entraron ganas de darle un beso en la frente,
justo en el lunar que tenía a su derecha. No sé por qué lo hice, pero era
demasiado tierno. Lo peor es que se despertó, no tengo cuidado.
—¿Qué ha pasado? No me digas que me he dormido…
—Sí, y no quería despertarte… Ya me iba a casa.
—Es un poco tarde, te puede pasar algo en la calle de camino. Además,
te recuerdo que vivimos lejos. ¿Quieres quedarte a dormir?
—Lo siento, Oriel, me tengo que ir. Si quieres, puedes acompañarme.
—De acuerdo… Pero me apetecía que te quedases un rato más
conmigo, me siento un poco solo, ¿sabes? Por favor, quédate al menos media
hora, si quieres luego yo te acompaño a casa.
—Deberías odiarme, no entiendo ese cambio.
—Yo tampoco, no te voy a mentir. Me siento fatal por haberte hecho
tanto daño. Cuando te volví a ver en la puerta de ese bar, no me lo podía creer.
Me vinieron los remordimientos casi sin darme cuenta.
—Sería mejor que olvidemos el pasado y empecemos de nuevo, como si
nunca me hubieras hecho bullying.
—Sí, yo lo veo. Es mejor dejar de hablar de esto y disfrutar. No sé si te lo he
dicho, pero me encantas.
—No, nunca me lo has dicho, y tú también me encantas.
Se levantó de la cama y me dio un abrazo bastante cálido. Sin pensarlo
dos veces, se lo devolví. Lo que antes era un calor suave, se convirtió en un calor
abrumador. Me solté despacio de Oriel.
—Oye, ¿qué te pasa? —me preguntó.
—Nada, sólo que quiero mirarte.
—Como si yo fuera un dios griego.
—No te rayes, si eres muy adorable, pareces un peluche.
—¿En serio?
—Si yo lo digo es por algo. Vamos, sonríe, que me encanta.En ese momento, Oriel se ruborizó. Nunca lo había visto así, pero me
empecé a incomodar. Pensé en volver a casa antes de que se hiciera más
tarde.
—Creo que se ha hecho algo tarde, ¿me acompañas?
—Está bien, mi pesada… Pero mañana quiero verte de seguro, ¿eh?
—Dios, qué empeño. Venga, acompáñame.
—Vamos —dijo convencido.
En la calle no había un alma. Íbamos él y yo solos, sin nadie alrededor. Por
primera vez en años me sentía tranquila a su lado. Felizmente, me puse a pensar
otra vez qué sería de mi antiguo grupo de amigos, con los cuales no pasé tanto
tiempo como quisiera, pero pasamos buenos momentos. Aún recuerdo las
charlas nocturnas con Raúl, pensando que yo le gustaba y que saldríamos
juntos, o las tardes que nos íbamos Gis y yo al parque a comernos unas chuches.
Es una pena que las personas se vayan. Nuestra vida es como un tren, hay
personas que suben y bajan. Unas bajan para no volver, pero otras siguen ahí
como si no estuvieran. De pronto, Oriel interrumpió mis oscuros pensamientos.
—Te noto mal, ¿de verdad estás bien?
—Claro, pero me atormenta la idea de haber perdido a mis amigos por
un error que cometió Gis… Si nunca le hubiera hablado de Balces, seguro que
estaría saliendo con él. Sería una relación a distancia, pero bonita.
—Si las circunstancias no se dieron, déjalo pasar. Él sería increíble, pero es
obvio que las cosas no iban a salir bien, y tus amigos te han dejado de lado, eso
es porque no son tus amigos. Recuerda que lo bueno no es tan bueno después
de todo, y lo malo no es tan malo.
—Parece ser. Al menos me quedan Eloy y algunos más.
—Eloy me dio tu número, creo que es lo mejor que ha podido hacer.
—Sí, y yo creía que la había cagado del todo.
—Me alegro que hayas confiado en mí. Bueno, ahí está tu casa, ¿no?
—Esa es. Muchísimas gracias por acompañarme.
—Bueno, que descanses. Espero que todo se solucione con tus amigos.
—Adiós.
Nos miramos por unos segundos sin decir nada, hasta que él me acabó
abrazando y levantando en peso. Me sorprende, porque a pesar de ser bajo,
tiene fuerza.
—Entonces, ¿mañana por la tarde nos podemos ver?
—Que sí, peluche…
La expresión se le iluminó cuando dije que sí. Esbozó otra sonrisa. Nunca
en mi vida lo había visto sonreír tanto. La cosa se estaba poniendo rara, así que
me despedí. Entré en casa y no pasó nada.Me tiré a la cama, pensando en todo. En cómo me había quedado con
las facciones de su cara. Me va a ser difícil no pensar en esos ojos tan pequeños
o esos labios algo grandes y rosados. Esa sonrisa en la que se pierde cualquiera.
Al día siguiente, me escribió mi amigo, el que me quedaba.
“Buenos días, espero que estés bien. Pd: me encantó el texto.”
Le respondí:
“Todo bien, cada vez me cae mejor Oriel. Por cierto, me apetece quedar
ahora.”
Me dijo que no podía, así que me fui a desayunar y a estudiar para los
finales, ya que no quedaba nada de curso. No me lo puedo creer.
A pesar de todo, no podía dejar de pensar en mi antigua pesadilla, ¿por
qué ha cambiado tanto? Sé que soy muy pesada haciéndome esta pregunta,
pero aquí pasa algo raro, siempre me han enseñado que las personas no
cambian. Oriel quiso quedar conmigo esta tarde para llevarme a un sitio que
me dijo que le encantaba, aunque quedase lejos de la ciudad. Le dije que sí,
que iría encantada.
Justo después de comer, él ya estaba aquí. Traía una mochila negra y
naranja. Me dio unas palmadas en el hombro a modo de saludo mientras esa
sonrisa tonta no le desaparecía. Creo que me está vacilando.
—Entonces, ¿dónde vamos?
—A mi sitio favorito, estoy seguro que no vas a querer irte de ahí.
No respondió directamente a mi pregunta, pero me quedé conforme
con lo que dijo.
Nos fuimos alejando de la ciudad y llegamos a las casas que hay en los
alrededores. Me entró nostalgia porque por aquí vivía Gis, me hacía recordar el
daño que me hizo.
Mi amigo y yo seguíamos en silencio sin saber qué decir, hasta que él
rompió el silencio.
—No te preocupes, ya casi estamos llegando. ¿Ves esa verja de ahí? Pues
cuando la abramos, estaremos en mi lugar favorito.
Justo después de abrir la oxidada verja, encontré un montón de árboles
increíblemente verdes. La hierba era fresca, y el cielo hacía una combinación
impresionante junto con las grandes piedras que se encontraban en corro. En el
medio había una mesa con un florero. Me quedé impactada.
—Ester, ¿te gusta? Es el campo de mi tío.
—Me encanta, nos vamos a hacer unas buenas fotos aquí, ¿eh?
—Pues no me he traído la cámara.
Le miré con cara de querer matarle, pero no importaba, al menos era un
sitio estupendo para echar la tarde.Se acercó a una de las piedras a sentarse y me hizo señas para que me
acercase. Le hice caso, pero sólo me paré frente a él.
—Vamos, siéntate, que no muerdo —me dijo—.
—Es que me da apuro…
Me cogió de la mano, me tropecé y caí sobre él. Me quedé sentada en
su regazo mientras me miraba, y sí, estaba sonriendo. No entiendo cómo no le
dolía la cara, pero es imposible pensar que él me pegó.
—Me encanta lo poco que pesas, eres una muñeca.
—Perdona que te diga, pero para ser tan bajito eres muy fuerte.
Los dos nos echamos a reír, su risa apenas se escuchaba, pero era
continua y contagiosa.
Ya cuando se estaba haciendo tarde, cogimos las cosas y nos fuimos a
casa. Le pedí que me acompañase y que se quedase a cenar, ya que él vivía
lejos. Además de que se lo debo por lo de ayer.
Por el camino, Oriel me estuvo diciendo que tuvo una novia que lo hizo
cambiar completamente. Su historia me sorprendió.
—Me alegro de que me hiciera cambiar de esa forma, aunque me
destrozó completamente. Fue una persona muy tóxica conmigo.
—Entonces por eso ahora eres así.
—No del todo, también han influido varias cosas en la familia y en clases.
Después de todo, alguien madura.
—Ya veo… Por cierto, ¿sabes quién es Fernando Núñez?
—Ah, ese es un pringado. Ten mucho cuidado con él, que ese tiene a
siete de lío y luego las deja a la semana.
—Es verdad, a mí me encantaba, pero llegó el sevillano y se me fueron
las tonterías…
—Ya estás otra vez con ese… Escúchame, no vale la pena.
—Lo siento, pero el amor es así. Da igual quién sea, los años que te lleve
o de dónde sea, porque si te enamoras, te enamoras. No entiendes lo que me
gustaba ese chico. Seguro que te sonará surrealista, pero te lo voy a contar:
hace tres meses, cada noche, solía soñarme con un chico con gafas y con los
pelos revueltos que me decía que se acordaba de mí y que me echaba de
menos. Yo no sabía quién era y se lo conté a Eloy para que investigase. Se lo
tomó bastante en serio, la verdad. Gis también se enteró de todo. Un día, el
chico me empezó a seguir en Instagram y me di cuenta de que tenía un canal
de YouTube. Las cosas cada vez se salían más de control, hasta que di con él y
lo conocí en persona. Antes de eso, le conté a mi ex amiga que el sevillano me
gustaba, ella parecía entenderlo. Todo iba bien, hasta que mi crush se volvió frío
conmigo. No sabía a qué se debía, hasta que vi las manos de ella y él juntos. Ahí
el mundo se me echó encima. Lo peor es que no sé de qué conozco a ese
chico.Oriel se quedó maravillado al escuchar mi trágica historia que parecía
sacada de la Biblia.
—No te lo estarás inventando, ¿verdad?
—Qué va, todo está basado en hechos reales. Si fuera mentira ni te lo
contaba.
—Pues estoy sin palabras.
—Yo creo que si el destino existiera, ahora él estaría aquí conmigo.
—Quizás simplemente el destino te tenía algo preparado de una forma
diferente. Además, los clichés de acabar con quien quieres de verdad sólo
ocurren en las películas y en los libros. Esto es la vida real.
—Eso me dijo Gis una vez.
—Y te lo dirán más personas.
—También es verdad. Mira, después de tanto hablar, ya llegamos a casa.
Vamos a entrar.
—Vamos —dijo decidido.
Entramos en el salón, y como eran las ocho, mis padres aún no habían
llegado. Oriel y yo decidimos ver la tele mientras esperábamos que llegasen. A
estas horas echaban una telenovela turca de esas que acababas llorando.
Pasado un tiempo, vi que Oriel se estaba escurriendo en el sofá mientras
me miraba con esa cara de niño travieso. Cada vez estaba más cerca del suelo.
—Ester, ayúdame, que me caigo…
—Si te puedes levantar solito…
—Ayúdame, por favor, se agradece.
Le hice caso y lo subí a mi lado. Puso un brazo alrededor de mi cuello y
no lo movió en toda la tarde.
Poco a poco, fui notando su cabeza contra la mía. Las cosas se estaban
poniendo cada vez más raras.
—Tío, pareces un oso de peluche abrazándome así.
—Espera, ¿cómo me has llamado?
—Lo que has oído.
—No, ahora me lo dices o te la lío.
—No hablaré.
—De verdad, que te vas a cagar como no me digas nada.
—¿Y qué me vas a hacer? ¿Pegarme? Porque si me pegas, sabes que te
llevas una denuncia tan… —casi sin darme cuenta, noté que sus labios
colisionaron contra los míos, no me lo podía creer.Sentí que mi cabeza iba a volar. No sabía qué hacer, así que me dejé
llevar y copié todo lo que él hacía. Mi estómago empujaba a mi corazón hacia
la garganta. Menos mal que esto duró tan solo veinte segundos contados.
Después de lo que había pasado, Oriel se quedó mirándome, intentando
contener esa sonrisa tan dulce.
—Anda, hijo —dije—, sonríe, que te veo venir. Además, que estarías más
guapo.
Así hice que se le escapase una carcajada. Su clara piel enseguida se
volvió roja como el carmín.
—Ahora me dirás qué me dijiste.
—Oso de peluche, ¿querías escucharlo otra vez?
—Vale, pues yo te diré que no me gustas.
—Ah, ¿y por qué me has besado entonces?
—Porque no me gustas, me encantas.
—Tú sí que me encantas, precioso.
—Quiero ser tu novio… ¿Qué te parece?
—¿Tan pronto? No creo que acabe muy bien, aunque… Sí… Podemos
intentarlo, supongo…
—Vamos —apoyó su pequeña frente contra la mía—, y si no, podemos
dejarlo cuando quieras, que sé que te ha gustado.
Nos quedamos durante un tiempo así hasta que entraron mis padres,
llegando del trabajo.
—Hola, cariño, ¿qué tal todo?
—Hola, mamá. ¿Te importa si Oriel se queda a cenar?
—Claro, en nada os preparo la cena y salís por ahí.
Mis padres subieron a ducharse mientras yo intentaba asimilar qué había
pasado. Oriel estuvo un rato sin mirarme a la cara.

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