13. Ocho horas para recordar tu nombre

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Iba tranquilamente por la calle en horas de siesta. El calor era insoportable
y el asfalto parecía derretirse bajo mis pies. Me encontraba en una calle bastante
ancha que me recordaba a una que conducía a la plaza secundaria. De pronto, vi a
una niña llorando. Tenía el pelo muy corto y su cara me resultaba familiar. La
curiosidad pudo conmigo y finalmente me acerqué a ella.
—Hola, pequeña —me agaché para secarle las lágrimas—. ¿Todo bien?
—No… Un niño… me ha quitado… a mi conejito de peluche y se ha ido… —
señaló una esquina— por ahí.
—¿Cómo era el niñato? —le pregunté.
—No recuerdo su cara… pero parecía no haberse peinado nunca.
Me sobresalté. ¿Qué hacía el sevillan…? Ah, espera, ya debería saberlo.
Parece ser que estoy soñando otra vez. Lo que no entiendo es por qué le habrá
robado un peluche a una niña.
—Por cierto, chiqui, ¿cómo te llamas?
—Esther, ¿y tú? —cuando la niña me respondió, me asusté. Se parecía
demasiado a mí y además tenía mi nombre, no había duda de que era yo de
pequeña.
—¿Tienes algún amigo? —esa pregunta resolvería todas mis dudas.
—Amigos reales no, pero tengo un amigo imaginario que se llama Alan.
—Me has dicho demasiado, ¿y si te digo que yo también tuve un amigo
imaginario que se llamaba Alan, cómo te quedas? Y antes de que respondas, yo
también me llamo Ester.
La pequeña se quedó perpleja por todo lo que le dije, casi olvidamos por
qué estábamos hablando. Le hablé de mi historia de bullying y cómo podría
ayudarla más o menos por la experiencia. No faltó hablarle de mi precioso Antón.
—Ester, deberíamos ir a por el peluche —indicó la pequeña.
—Seguro que es una trampa para que ese chaval nos conduzca hacia él.
¿No ves que lo conozco más que a mí misma? Mira, te puedo decir que esto es un
sueño y podemos hacer lo que nos dé la gana —froté mis dedos contra mi cabeza
y conseguí que mi tocaya tuviera un peluche nuevo—. Prueba a hacer lo que tú
quieras.Esther copió mis movimientos y salió un helado gigante que parecía una
fuente. No sé por qué sueño tanto con este tipo de cosas. De todas formas ya no
me preocupaba caer en los trucos del sevillano.
Me lo pasé bastante bien con mi “hermana pequeña”, si le podemos llamar
así. Nos montamos en colchonetas, en camas elásticas y patinamos sobre una gran
pista de hielo. Más tarde, echamos a volar.
Cuando me quise dar cuenta, ya no podía hacer lo que quisiera. Mi
“hermana” volvió a llorar, pero lo único que podía hacer era seguirla, porque huía
de mí.
Llegamos a una explanada en la cual había una barandilla con vistas al
famoso río de Sevilla. Ahí estaba el chico que me rompió el corazón. Me acerqué
a él.
—Y bien, ¿qué quieres? ¿Para qué me traes aquí después de haber estado
semanas sin hablarme? —dije irritada.
—Antes de que quieras que dejemos de hablarnos, tengo que decirte mi
nombre para que puedas morir tranquila, pero cuando me despierte, no me
acordaré de que te lo he dicho. Sólo tendrás ocho horas desde que te levantes de
la cama hasta que me tengas frente a frente. Y no, no vale apuntarlo. Después de
ese plazo, te olvidarás de este sueño y yo me olvidaré de ti para siempre, como tú
lo has hecho.
—Está bien, pero dime tu nombre de una vez por todas.
—Mi nombre es Alan, saca de ahí tus propias conclusiones.
Mi tocaya intervino:
—¡Alan! ¡Eres tú! ¡Existes de verdad!
De pronto, supe toda la verdad. No me lo podía creer, mi amigo imaginario
no resultó ser tan “imaginario” después de todo. Tras el comentario de Esther,
Alan le miró mal y le respondió.
—¿Y tú para qué le dices nada?
☻♠☻♠☻♠
Mis ojos se abrieron como platos, todavía recordaba el nombre completo
del hispalense. ¿Cómo era posible que existiese? Miré el reloj, eran las doce del
mediodía.
Las preguntas que quería resolver ahora no tenían importancia, sólo
quería recuperar lo que era mío, y no pararía hasta conseguirlo.
Sin ni siquiera desayunar, cogí la bici y fui a casa de Eloy, por muy lejos
que cayese. Él tenía que saber esto, había que ir a Sevilla y hablar con Alan
personalmente. Tan sólo teníamos ocho tristes horas.No tardé tanto como creía y le conté todo el drama a mi mejor amigo,
menos mal que lo entendió.
—Problema resuelto, estoy acostumbrado a estas cosas tan raras que te
pasan, amiga. Ya sabemos quién es el sevillano pues.
—Espera, espera, que todavía queda más.
—Cómo no, siempre hay un “pero”.
—Bien, tengo ocho horas para ir a su casa y decir su nombre en voz alta
para que me perdone. Así seremos amigos otra vez.
—Eso suena demasiado estúpido, ¿quién te va a llevar?
—Ahí quiero llegar. ¿Conoces a alguien? —insistí.
—A ver, conocer, conozco a mucha gente. El problema es que no sé si
nos querrán llevar sólo por ver a tu crush.
—Te recuerdo que ya no es crush…
—Bueno, lo que sea, pero creo que sé quién nos puede llevar.
—Vamos, di.
—Mi hermano puede llevarnos, ya acabó los estudios y no tiene nada
que hacer.
La alegría me duró poco, pues Álvaro no nos quiso llevar porque le daba
pereza y le parecía una tontería ir tan lejos.
Corrí desesperadamente por toda la casa, la ansiedad me recorría todo
el cuerpo. No sabía quién me podría ayudar en este momento, hasta que caí
en alguien que sé que no me fallaría.
Mientras que Eloy estaba en la puerta de la entrada, tecleé el número de
Oriel y le llamé para pedirle ayuda. No tardó en cogerlo.
—Por fin me llamas, rosita —me dijo.
—Va a sonar muy estúpido, pero ¿conoces a alguien que me lleve a
Sevilla?
—¿A Sevilla? Creo que ya hemos hablado de esto… —los celos se
notaban a kilómetros.
—Por favor, y te amaré toda la vida… Tengo hasta las ocho —supliqué,
casi llorando.
—Venga, no te preocupes. Te puede llevar mi padre, pero que conste
que yo iré contigo. Anda, te espero en la plaza principal a las cuatro de la tarde.
—Como quieras, Eloy también se apunta —colgué y miré a mi mejor
amigo, saltando de alegría—. Eloy, en un par de horas nos vemos con Oriel en
la plaza que está más cerca de mi casa.
Mi amigo me miró mal por salirme siempre con la mía y acoplarlo a mis
aventuras.Llegué a casa y mi madre ya estaba poniendo la mesa para comer. Hoy
engullí como si no hubiera un mañana y le conté a mi madre el plan de hoy.
—¿No te enfadaste con el sevillano por una cosa que pasó? —preguntó
ella.
—Sí, pero voy a pedirle perdón y tal.
—Yo pienso que no vale la pena, pero si lo quieres intentar… Adelante.
Ya no quedaba nada para las cuatro, pero como no podía esperar, me
fui lo antes posible. Justo cuando llegué llamé a Eloy para no esperar sola.
Me preocupaba el paso del tiempo, ¿y si llegaba tarde y no conseguía
recuperar a Alan? Menos mal que Oriel y su padre llegaron puntuales y pudimos
llegar antes de las siete.
Por el camino jugamos a formar una historia.
—Vamos, empiezo yo —dijo Oriel—. Había una vez un chico verde.
—Con una camiseta verde —proseguí.
—Que vivía en una casa verde —continuó Eloy, y seguimos el mismo
orden.
—Que le salió un moco verde.
—Y apareció una dama —contuve la risa.
—La dama era completamente azul.
—Y pisó un cartón verde.
—La dama entró en la casa verde.
—De tan verde que era el chiste, explotó.
—Osito, un chiste malo más y esta noche te enteras —le dije a mi novio.
Él me miró con cara de pervertido.
—Ya te he dicho mil veces que no soy un osito, soy tu tigre, bebé.
Nos empezamos a desternillar de la risa. Después de todo, me lo estaba
pasando bastante bien.
Por fin llegamos a Sevilla, ya se veían los increíbles edificios y la
característica noria del lugar.
—Oye, sabes dónde vive Alan, ¿verdad? —me preguntó Eloy. Qué
marrón, he olvidado completamente dónde vivía.
—Pues… No sé qué decirte, no me acuerdo bien… Lo siento, chicos…
Los tres me miraron con muy mala cara, habíamos llegado hasta aquí
para nada.
—A ver, no nos alteremos, chicos… Bien, Ester, ¿tienes su localización por
ahí?
Miré y vi que guardé su ubicación. Aleluya.
—Esta cosa dice que vive frente a un bar llamado “Las tierras”.
—Con eso vale, ahora toca preguntar por ahí —dijo mi suegro, quien
había estado callado durante todo el viaje.
Tan sólo quedaba un minuto, nadie abría la puerta y ya me estaba
empezando a impacientar. Llegué a la conclusión de que no habría nadie.
Pasaban los segundos, ya no había nada que pudiéramos hacer. No
pude evitar echarme a llorar.
—No vayas a llorar, todo va a salir bien —dijo Eloy.
—Recuerda que una vez te dije que si no conseguimos lo que queremos
es porque el destino nos tiene algo mejor preparado, amor, no te agobies…
Tienes a gente increíble a tu lado, como Eloy o Jorge… Ese tal Alan no vale la
pena.
—Él era mi amigo imaginario de la infancia, el único que me salvó del
bullying, me pasé más de mil recreos hablando con él… Y ahora resulta ser un
imbécil. Hasta quienes me quieren me acaban dejando de hablar, no lo
entiendo.
—Oye, ¿qué pasa conmigo? Yo al menos no te he dejado, sigo contigo
desde primero de la ESO… ¿No te habrás olvidado de la noche que me fui a
dormir a tu casa y nos pusimos en tu super terraza a ver a los borrachos pasar?
Me empecé a reír, claro que me acordaba de todo eso. Eloy siempre ha
sido increíble, el único que no me ha fallado.
—Oye, vosotros cuatro, que tengo que entrar en casa.
Todo cambió al darme la vuelta. Ahí estaba Alan con una llave. Frunció
el ceño cuando me vio. Le entregué el ramo de flores.
—Alan, sé que seguirás enfadado conmigo, pero quiero darte estas flores
porque has sido alguien muy importante para mí. Quizás tú no lo sepas, pero los
recreos contigo fueron más llevaderos y no lo pasaba tan mal cuando me
abrían las puertas de los baños. Aprendí muchísimo de ti, y gracias por hacerme
recordar quién eras.
Creo que lo quedé callado, no pudo reaccionar.
—Aún me recuerdas, no me lo puedo creer. Sabes quién soy, sólo quería
que supieras eso… —Alan corrió rápidamente a abrazarme. No me lo pude
creer cuando empezó a llorar.
Pasamos la tarde con él y nos contó que lo dejó con Gis porque era
demasiado controladora. Este viaje valió la pena.
De vuelta a casa, Oriel nos deleitó con sus chistes malos. Cualquiera que
los contara tendría una hostia en la cara, pero él… Él era arte cada vez que
sonreía, cada vez que hablaba o se callase. Simplemente perfecto. No sé si él
se daba cuenta de lo guapo que era.
—Guapo —le dije.
—Mentirosa.
Me entró sueño y me acurruqué junto a mi chico. Soy una chica con
suerte, no merezco esto.
Cuando llegamos, corrí hacia la cama y me tumbé. Había sido un día
tremendo, no me puedo creer que haya conseguido recuperar lo que era mío.

¿Aún me recuerdas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora