Capítulo 6.2

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Ben corrió velozmente. Ni siquiera se molestó en quitarse la bata, abrió la puerta corrediza de una patada y bajó las escaleras de dos o tres escalones a la vez. Casi tropezando, Ben corrió por el pasillo del primer piso. Por suerte, las clases seguían en curso, así que nadie le vio salir corriendo al patio. Si alguien lo hubiera visto, habría dudado de sus propios ojos. El profesor de ciencias nunca se le había visto con tanta prisa. Todos los estudiantes en el patio de recreo estaban concentrados en la pelota que rebotaba en sus muñecas, no vieron a Ben recogiendo a Aiden.

No había nadie en la enfermería. Ben dejó a Aiden en la cama, tomó una toalla del lavabo y la sumergió en agua fría. Ni siquiera escuchó el chapoteo detrás de él del agua del grifo salpicando. Cuando Ben le puso la toallita fría en la frente, Aiden no pudo evitar reírse.

—Oye, ¿estás cansado?

Los ojos de Ben se entrecerraron. Miró de cerca el rostro de Aiden. Ahora que lo pensaba, su tez se veía bien para decir que era un golpe de calor o presión arterial baja. Cuando sus ojos se encontraron, Aiden sonrió tímidamente.

—No sabía que te gustaba tanto estar en mis brazos.

Ben dejó escapar un suspiro de alivio. Recogió la toallita húmeda que se le había caído en la almohada de tanto reírse y se la volvió a colocar en la frente.

—Como faltaste a clase, más te vale fingir que estás enfermo correctamente.

—Toma, deja que te refresque aquí

Aiden apartó la toalla y tomó la mano fría de Ben entre las suyas, metiéndola en sus pantalones cortos de gimnasia. Las yemas de sus dedos palparon los boxers de algodón caídos, el vello púbico que se había engrosado recientemente, la mucosa húmeda y resbaladiza.

Desde la semana pasada le quitó el cinturón de castidad. Fue porque había pillado a Aiden masturbándose en secreto varias veces. Lo castigó hasta que no pudo sentarse derecho con un consolador tan grande que se le abultó el estómago, pero el hábito había empeorado.

Sólo rozar sus pezones la hacía entrar en celo, y con una palmada en el trasero se corría en menos de diez segundos. El castigo parecía animarle a masturbarse. De hecho, incluso mientras Ben lo recostaba sobre sus piernas y le azotaba el culo, Aiden chorreaba jugo del coño y le rogaba que le diera más azotes.

La semana pasada Ben compró un conjunto bonito de bragas de algodón. Tenía en color marfil, color limón claro, color flor de cerezo y azul cielo blanquecino, e incluso tenían un lacito en el centro para marcar la parte delantera. Definitivamente no era algo que usaría un chico de instituto.

Las bragas apenas podían contener sus testículos abultados y su pene. Se inclinó y lo obligué a meterlo, pero toda la piel era visible en el lado delgado, y parecía que se iba a salir en cualquier momento.

Cuando metió los pies por los dos agujeros de las bragas y los subió hasta la pelvis, de modo que quedaron entre la entrepierna, se veían la marca de la división de sus labios. Ben incluso le ordenó a Aiden que no se bajara las bragas mientras se tomaba el té. Bebió muy lentamente, saboreando el aroma del té. Esperando a que su excitado coño goteara fluidos y se hiciera visible la marca del hacha(*) a través de sus bragas.

Nota (*): Marca de hacha es la forma vulgar en la que se refieren en corea a la marca que se hace en la parte íntima de las mujeres con ropa ajustada, acá se le conoce como pata de camello.

Las bragas de algodón eran cómodas en muchos sentidos. Fue porque si metías la mano en los pantalones, podía saber fácilmente dónde tenía el agujero del coño y dónde estaba el clítoris . En la enfermería, Ben buscó en silencio debajo de sus testículos. Tenía una expresión seca, como si lo estuviera regañando, pero su mano tocó activamente la parte inferior. Mientras movía descuidadamente la carne ya húmeda y presionaba el clítoris entre los labios menores, Aiden apretó la parte interna de sus muslos y se aferró a su mano.

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