Capítulo 7.2

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—...No.

Aiden cubrió resueltamente su entrepierna con ambas manos. Destacaban tres o cuatro de sus uñas rotas. Ben no quitó la vista del sujeto quien tenía un moretón negro del tamaño de un puño en una mejilla. Como un animal salvaje que se cubre las heridas, Aiden se agachó para ocultar sus genitales, especialmente su vagina manchada de semen.

—Solo comprobaré si está infectado.

Ben le agarró la muñeca rígida e intentó apartarla, pero Aiden se resistió.

—Es necesario ver dónde está lesionado antes de poder tratarte.

Incluso si Aiden no hubiera estado herido, lo habría inmovilizado, o peor, esposado. Ben lo habría hecho, si no fuera por los moretones en sus muñecas y sus pechos enrojecidos por haber sido frotados descuidadamente.

—¿Realmente solo vas a mirar?

—Lo prometo.

De todos modos, no tenía ningún interés en follarse una vagina llena de sangre y semen. Sin embargo, era un gran problema si la herida era lo suficientemente grande como para ir al hospital. También existía la posibilidad de haberse infectado de SIDA, sífilis o herpes. La sangre siguió fluyendo por sus muslos. Ben pensó que en algún lugar la hemorragia no paraba.

Aiden sujetó ambos muslos y rodillas y mostró con cuidado la entrada. Luego levantó las rodillas para que Ben pudiera ver mejor el perineo.

No había cortes en los genitales externos lo suficientemente profundos como para requerir cirugía o puntos de sutura. Había una línea de hematomas a lo largo de la ingle donde lo habían golpeado con el cinturón. Ben levantó su pene fláccido y sus testículos con sus propias manos.

Su vagina estaba despeinada como una flor pisoteada, y el agujero estaba estirado verticalmente como si hubiera sido usado también como su agujero trasero. El agujero trasero estaba ligeramente desgarrado y sus labios menores estaban hinchados como gelatina barata que se vende en bolsa en la calle, pero aparte de eso, no hubo lesiones importantes. La inflamación provocada por los desgarres y rozaduras desaparecería tras unos días de reposo y aplicación de pomada. Sin embargo, la línea de sangre que fluía desde el interior de la vagina era un poco diferente de lo que esperaba.

Ben quitó los dedos y miró el rostro de Aiden. Estaba pálido, con los ojos cerrados y los labios apretados, esperando a que Ben hiciera algo. Estaba a punto de llorar al menor contacto. No, era algo peor que llorar, pensó Ben. Las marcas de lágrimas en las cuencas hundidas de sus ojos eran testimonio de la violación y la brutalidad que le habían infligido. Se había mordido los labios y los cortes verticales estaban cubiertos de costras. Ben suspiró profundamente y se incorporó.

Aiden entrecerró los ojos ante el agua tibia que golpeaba su perineo. Ben lo lavó, limpiando donde hacía falta. Lo enjabonó con una pastilla del tamaño de un huevo y lo frotó entre sus axilas, nalgas e incluso su ombligo.

Los espejos estaban empañados y todo el baño se calentaba con un vapor espeso. Sus manos y pies, que se habían endurecido en el frío piso de tierra, se aflojaron. El clítoris arrugado se hinchó como pudín en agua caliente. Como si acabara de beber una taza de chocolate caliente con malvaviscos, podía sentir cómo se le aflojaban los nervios. La sangre coagulada, la suciedad de sus muslos, el semen y la sangre fresca se fueron por el desagüe. El débil olor a piel de melocotón volvió lentamente.

—Parece que te has lastimado gravemente por dentro.

Ben estaba preocupado por la sangre que escurria por su perineo.

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