THE ROBBERY

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Treinta y ocho años. 

Una vida ordinaria y monótona. No era protagonista o villano, mucho menos un personaje secundario. Solo un extra, un personaje completamente reemplazable. La leyenda de las almas gemelas o el primer amor, historias cliché que nada tenían que ver con él. Su infancia, terriblemente normal. Sin experiencias de bullying o golpes de fama. Ni un solo evento memorable en la universidad, más allá de su graduación. 

Una vida corta sin emociones. 

Tres relaciones y sexo por mera necesidad biológica. Sus compañeros de oficina guardaban secretos que en cierto modo le daban sentido a su vida, pero él no tenía nada. La relación con sus padres era estable, sus únicos dos amigos compartían una personalidad agradable y normal y desde hace más de un año formaba parte de la lista de solteros de Seúl. 

Por diez años había usando una gama de trajes oscuros y molestas corbatas, desperdiciando doce horas en un reducido cubículo dentro un gigantesco edificio donde no era nada más que un punto negro en la estructura. 

Doce horas, seis días a la semana, cincuenta y dos semanas; trescientos doce días de una miserable rutina. 

Los domingos estaban bautizados como sus días libre, pero no se sentía especialmente libre. Abría los ojos cerca de las ocho de la mañana y después de enviar sus espantosos trajes a la tintorería cogía a su enorme gato amarillo en brazos y se sentaba en el jardín trasero bajo la sombra de un árbol a contemplar las hojas caer. Luego de un rato se aburría y entraba a la casa a mirar la televisión. Para cuando su mente reaccionaba la tarde había pasado e ir a dormir no sonaba tan mal. A la mañana siguiente, el estridente sonido de la alarma iniciaba la tortuosa rutina. 

Para cualquiera un día en el banco era sinónimo de molestia y frustración, para Hyungwon era un escape. Un escape al círculo repetitivo en que su vida se había convertido desde que vio la primera luz hace treinta y ocho años. 

—Maldición. ¡Voy a volverme loco! —exclamó el hombre canoso a su espalda, golpeando el piso blanco con el tacón de su zapato. 

Cinco golpes, pausa, tres golpes y de nuevo al inicio. 

Hyungwon había conseguido encontrar la secuencia en los golpeteos del hombre. Aunque parecía andar a las prisas, mantenía un buen ritmo tanto en sus pies como en la pluma que golpeaba contra el broche metálico de su maletín. 

—¿¡Qué les toma tanto tiempo!? —gritó estirando el cuello. 

Más de veinte personas lo antecedían y Hyungwon le hubiera gustado cederle su lugar, pero no sería un gran cambio y mucho menos resolvería el problema del hombre. 

Inhaló profundamente y pasó su peso a la pierna izquierda. La tela negra del pantalón de vestir rozó la herida diagonal en su pantorrilla, directamente sobre la zona donde el calcetín no cubría, y la sensación de picazón le recordó el pequeño incidente con Dooly, su gato amarillo. Cuando despertó escuchó el sonido de llantas rechinar sobre el pavimento y dos segundos después toda la casa se cubrió de oscuridad. Un camión de carga se estrelló contra el poste de luz dejando a todo el barrio sin uno de los servicios más importantes. Con las ventanas cerradas y las cortinas corridas no fue sencillo llegar hasta la sala, pero Dooly no fue capaz de comprender que Hyungwon jamás tuvo la intención de pisarlo. Aunque el gatito lo disculpo, según Hyungwon, el rasguño continuaba en la pierna del pelinegro alto. 

—¿Quiere callarse? Usted no es el único que quiere salir de aquí. 

Hyungwon abandonó sus pensamientos vacíos para mirar a hacia su derecha. Una mujer bajita, de complexión robusta, cabello estilizado castaño y un caluroso blazer gris fulminaba con la mirada al hombre canoso tras la espalda de Hyungwon. 

『 Right Moment 』 (2won)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora