Capítulo 2

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Beomgyu se sentó encorvado en su escritorio, apretando una pelota anti-estrés mientras observaba el código frente a él. Había descartado la posibilidad de que hubiese sido encriptado usando la sustitución monoalfabética —el Índice de Coincidencia era muy bajo—. En esta etapa de la competición, un cifrado afín era mucho desear. Seguro que el código implicaba uno de los esquemas más complejos de cifrado. Estaba casi seguro que era polialfabético. ¿Tal vez Vigenère? Si era así, el método de Kasiski sugería que la longitud de la palabra clave sería un múltiplo de siete.

Bueno, era un inicio.

Su ordenador portátil sonó, sobresaltándolo.

—Ahora no, Ryujin —gruñó. Por supuesto, ella no podía escucharle porque él no había respondido la llamada. Disfrutaba de sus sesiones en Skype, pero ella tenía la habilidad de llamarle en los peores momentos posibles. Realmente necesitaba hacer algún progreso en su reto de criptología. Se las había ingeniado para romper cada uno de los otros códigos con relativa facilidad, poniéndolo a la cabeza de la competición. Y esperaba descifrar el mensaje esa noche, para así poder pasar a la siguiente ronda antes que los otros concursantes. Beomgyu abrió su explorador web y navegó a su herramienta favorita de craqueo de Vigenère. Si tenía suerte sería capaz de encontrar la palabra clave en menos de una hora. Por supuesto, también existía la posibilidad de que la clave tuviese una longitud de catorce o incluso veintiún caracteres, o que no estuviese lidiando para nada con un cifrado de Vigenère, en cuyo caso, tendría que empezar de cero.

Su teléfono móvil vibró con un mensaje de texto:

Responde mi llamada, Anchoa, Sé que estás ahí.

Él se rió ante el apodo cariñoso, pero silenció el teléfono y lo puso bocabajo en su escritorio. Volviendo a la materia en cuestión. Ajustó el histograma de frecuencia de las letras que aparecían en el mensaje hasta que asemejaron burdamente al alfabeto en inglés. La hipótesis mejor respaldada para la primera letra de la palabra clave era la T.

Había muchas palabras de siete letras que empezaban por T. También podía ser una palabra extranjera, o una que no fuese una palabra real en absoluto, pero esperaba que fuera algo reconocible.

Su ordenador sonó de nuevo. Demonios, Ryujin era persistente. Si no contestaba la llamada, terminaría teniendo que inventar alguna excusa acerca de dónde estaba y qué hacía. No tenía sentido desconectarlo. Ryujin se negaba a ser ignorada.

Contestó la llamada con su saludo habitual: ¿Qué pasa, botón de oro?

—Hey, Ryujin —se sorprendió un poco cuando la vio. Normalmente no usaba maquillaje, pero esa noche estaba toda arreglada, con su largo cabello castaño claro suelto alrededor de los hombros en lugar de hacia atrás en su típica cola de caballo. No estaba acostumbrado a verla parecer tan... femenina.

—¿Qué haces? —preguntó ella—. Y no digas que tarea.

—No estoy haciendo tarea.

—Bien. ¿Qué estás haciendo?

—Criptología.

Ella gruñó.

—Es lo mismo. Es sábado por la noche. Deberías estar fuera divirtiéndote.

Me estoy divirtiendo.

—Claaaaaro. —Ella meneó la cabeza—. Estás sentado en tu cuarto, solo, machacando números. Suena a desmadre.

—Ryujin...

—Lo sé, lo sé. Es tu vida. Pero tú eres una monada. No puedo creer que no tengas novio aún. Quiero decir, estás en la Universidad. Se supone que deberías disfrutar de tu juventud. Hay tiempo de sobra para las cosas serias después.

A un golpe de la victoria [Yeongyu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora