Capítulo 6: Comienzos

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Vegetta miró el molinillo de agua sin ninguna expresión en la cara. Vale. Había exagerado. Bastante. No era un dramático, ¿entendido? Había sobrepensado la situación demasiado.

El puzzle per se, no era complicado. Era el típico de poner en funcionamiento el molinillo, con la redstone que habían encontrado entre las ruinas para que este diera electricidad a la isla.

Pero, allí, los cinco reunidos, en un espacio reducido, era un completo espectáculo. Cuando uno se movía para cambiar de lugar las piezas, este se chocaba con el hombro del otro, que, como piezas de dominó, terminaba por empujar a todo el mundo.

Discutían, y gritaban, había maldiciones en inglés, en español. Si Roier terminaba diciendo: "no mames...." los demás, divertidos, lo repetían como loros, con diferentes entonaciones, pronunciados de maneras diferentes. Si Maximus saltaba chillando: "¡Cojones! ¡Que no veo!" Era el turno de copiarlos, los anglosajones intentando decirlo bien, el mexicano aparentando ser un español de la España profunda. Y ni que hablar de las bad words, no faltaba un ¡Shit! ¡Fuck! o ¡Son of a bitch! aleatorios.

Vegetta no paraba de reírse. Sin presión en los hombros porque las misiones saliesen perfectas, estaba disfrutando de ser uno más del grupo.

No sabía lo que estaban tardando, pero sí que supo, al accionar de una vez por todas el maldito molinillo, que en el cielo azul apareció una proyección gigantesca de un pato.

El Dios rodó los ojos, cuando empezó a escucharlo graznar. Que sorpresa... Quackity organiza las vacaciones y aparece un pato en medio del cielo. No podía ser el único que sentía que todo estaba correlacionado, ¿no?

Se calló cuando este comenzó a hablar. Los saludo y explicó un poco de la estructura de la isla Quesadilla. Fue raramente agradable, hasta que, antes de despedirse, bajo el volumen de su voz, los miró con enfado, y tono de rojo el cielo, avisando, que no pulsasen el brillante botón.

Todos se miraron y sonrieron a la par.

Vegetta, más animado que nunca, se marchó directamente a la muralla, recogiendo a su paso, maderas y tierras. Estaba encantado. Iba a hacer todo lo que nunca había podido hacer en Karmaland, dar dolores de cabeza a los demás. Y si Quackity le había gustado hacer un arco de guerras políticas con Luzu, en su hogar, ahora le tocaba a él, causar el caos en la isla del pato.

Casi se sentía como si estuviera tratando de impresionar a Guillermo. Casi. Pero, no podía evitarlo, fuera de las cadenas de ser líder, tenía una isla completa por pintar en rojo.

Fue el primero en llegar a la muralla. La madera se convirtió en tablones y rápidamente se alzó más alto que el resto de la gente.

El botón estaba allí, rojo, brillante. Era similar a las minas que tanto le gustaban a Guille, y Vegetta esperaba, que, si era lo que estaba pensando, terminaría haciendo el mismo caos que estás.

Llego, después presiono el botón. Sonaron unos ensordecedores pitidos durante varios segundos hasta que, de la nada, hubo una explosión.

El Dios chilló. Estuvo a punto de maldecir asustado a Willy, a Rubius, a Quackity, los dos primeros por siempre ser los causantes de los destrozos en Karmaland, y este último por haberlo invitado a la isla. Ya era una vieja costumbre de echarle la culpa siempre a ellos.

Parte de la muralla se cayó, los ladrillos golpearon con fuerza el suelo, el humo se levantó hasta el cielo, y algunos de los que estaban abajo, terminaron golpeados por los escombros. Él se mantuvo en pie, lleno de polvo, pero en pie.

Allí, subido en la torre de materiales basura, mirando a todos los demás como si de nuevo estuviera separado de ellos, solo.

Antes de comenzar a bajar, escuchó que alguien lo llamaba. Desorientado, miró hacia arriba, no era raro que los nuevos Dioses, y no tan nuevos, quisieran hablar con él, pero, nada, no había ni luces, ni ráfagas, ni ninguna presencia extraña.

Un Dios en la IslaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora