U N O

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Cuarenta y dos seres humanos y un muy horroroso demonio fueron enviados a su destino. Terminando por el momento me paré en mis plenos seis pies. Yo era una bestia en comparación con otros hombres y siendo el líder del infierno, eso funcionaba bien. Este lugar era como una zona de espera. Los muertos esperando una eternidad horrible mientras estaban hacinados en constante calor y con gritos resonando. Algunas personas lo llamaban aterrador; yo lo llamo hogar.

Detrás de mi trono había un largo y sinuoso camino hecho con tierra roja y alineado con huesos. Este llevaba a mi castillo. Yo no caminaba ese largo sendero, sino que tronaba mis dedos y abría un portal. Azules se arremolinaban en un vórtice similar a un tornado. Entré en el y fui transportado al instante a mi casa. Las paredes estaban hechas de huesos, dejando pequeñas aberturas en todas partes por las que los gritos de los condenados podían penetrar. Los pisos eran de oro con diamantes triturados haciéndolos brillar. Había largas cortinas en las ventanas sin cristales y una flota de sirvientes para hacer mi voluntad.

Les eché un vistazo. Diez hombres atractivos se alineaban en la sala en nada más que sus trajes de cumpleaños* (*desnudos). Bueno, aquí abajo, yo era el rey y era mi cumpleaños todos los días. Sonreí hasta que mis ojos se posaron sobre Soobin. En realidad estaba sin habla. El joven era impresionante. Su pelo negro había sido lavado y cepillado. Su piel ahora era de un rosa limpio. Hizo que mi media sonrisa se volviera una sonrisa mostrando mis colmillos. Su pecho estaba desnudo. La herida en su pecho ahora era una cicatriz enorme, pero no estropeaba su belleza. En su lugar, le hacía parecer más maduro, casi peligroso. Su torso era delgado, como si se hubiera muerto de hambre durante meses, y sus caderas estrechas. Mis ojos se esforzaron por ver su polla, pero fueron bloqueados. Llevaba un par de boxers en las caderas. Gruñí.

―Él no obedeció, señor, ―dijo el sirviente más cercano, con un temblor en la voz.

―¡Acaso no sabes el significado del infierno! ―Grité, me acerqué a Soobin y lo puse de pie―. Tú eres mi esclavo, yo soy el amo, haz lo que te dicen. ―Fije los ojos con él. Cada vez que estaba enojado, mis irises se volvían de un rojo brillante y supe el momento en que lo hicieron por la mirada de asombro en su rostro.

Soobin frunció el ceño, farfullando alguna excusa. ―¡Yo no quiero caminar alrededor desnudo!

―¿Te gustaría ir a los mismos abismos del infierno para ver lo que tu futuro podría contener? ―Solté su barbilla―. Esta Baby el dragón caliente de dos cabezas, el lamento del demonio, donde los gritos son tan fuertes que harían que tus propios oídos sangren, o solo te podría lanzar en el Pozo de Hielo. Estas atrapado, incapaz de moverte mientras cada hora el hielo se mueve sobre tu cuerpo, asfixiándote y después de que te desmayas... todo comienza de nuevo.

Soobin dio un suspiro tembloroso.

―Ahora quítate la ropa, ―ordene, y esta sería la última vez que me desafiara.

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