Prólogo

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CUATRO HORAS ANTES


—¡No te olvides del almuerzo! —grita mi madre desde la cocina, a pesar de que estamos en la misma habitación. La prisa se apodera de mí mientras intento ponerme una zapatilla en el pie que falta, saltando a la pata coja.

Mi madre ha preparado unas tostadas y huevos en la sartén, pero sé que si me detengo a desayunar todo lo que cocinó, llegaré tarde al autobús escolar. Ella frunce el ceño mientras observa los huevos en la sartén y comenta.

—Te dije que no te quedaras hasta tarde leyendo aquel libro.

—Me lo comeré todo al volver del colegio — digo con la boca llena de tostada, prometiendo sin pensar. Mi madre suspira, resignada a mis hábitos de lectura nocturna.

Me despido dándole un beso rápido y salgo de casa cerrando la puerta de un portazo. Aunque amo a mi madre con todo mi corazón, a veces desearía no estar en casa y así para evitar escuchar sus quejas de madre.

Corro hacia la parada de autobuses, que se encuentra a dos calles de mi casa. Mientras corro, puedo sentir el aire fresco de la mañana en mi rostro y escucho el suave murmullo de los pájaros en los árboles. Mi falda de uniforme ondea con cada paso, y coleta se agita en el viento.

El autobús llega en menos de cinco minutos. Saludo al conductor, un hombre amable con gafas y una sonrisa reconfortante, y me dirijo al fondo del autobús, donde me espera mi mejor amiga, Celia.

—¿Coleta? — es lo primero que dice nada más me ve llegar. Celia arquea una ceja mientras agarra su mochila para cederme el asiento.

—Me levanté muy tarde y salí tan rápido que no me dio tiempo a peinarme. — Respondo mientras tomo asiento. El cambio de peinado parece haber desconcertado a Celia, quien está acostumbrada a verme con mis habituales trenzas a cada lado de las orejas.

Celia y yo nos sumergimos en una larga charla durante el trayecto en autobús. Hablamos sobre lo que hicimos durante el fin de semana y compartimos anécdotas divertidas. Celia me cuenta que pasó todo el fin de semana en la casa del lago de sus padres para celebrar el cumpleaños de uno de sus primos.

—Deberías haber estado allí. Era la primera vez que conocía a mis primos Keir y Dorian.

—¿Y qué pinto yo allí? — pregunto, curiosa.

—Porque estaba completamente sola — Celia pone una mueca de asco—. Verás, Keir tiene unos quince años, así que alguien de mi edad no tiene mucho en común con él, y Dorian, aunque tiene solo un año más que nosotras, es un chico bastante raro.

No puedo evitar reírme de la descripción que Celia está dando de sus primos. Aunque Celia me invitó a unirme, preferí quedarme en casa durante el fin de semana para leer uno de los libros que tenía prestado de la biblioteca, "Carrie", un clásico de Stephen King. Mi madre me regañó por leer un libro tan escalofriante, pero a mí me encanta el genero de terror, misterio, drama thriller...

—Iré al próximo cumpleaños — prometo, sonriendo.

De repente, un fuerte golpe resuena en la ventana del autobús. Choca tan violentamente contra el cristal que provoca el pánico entre los estudiantes. El impacto hace que el autobús se tambalee peligrosamente al borde de la carretera.

El conductor del autobús lucha por mantener el control mientras los estudiantes a bordo se aferran a los asientos y a otros compañeros. Gritos y exclamaciones llenan el aire, y el miedo se apodera de todos.

La Gran FracturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora