LA REVUELTA DE LAS AVES NEGRAS

2 0 0
                                    


Corro frenéticamente por los pasillos, el sonido de mis propios pasos resonando en mi cabeza. La tensión en el aire es palpable mientras me adentro en la sala de maestros. Mis ojos escrutan el lugar en busca de algún indicio de lo que está ocurriendo. Pero, para mi sorpresa, la sala está desierta. ¿Dónde están todos los maestros? Deben de haber salido a toda prisa para socorrer a los alumnos.

La realidad parece desmoronarse ante mis ojos, y la incredulidad se apodera de mí. Mis manos se aferran a mi cabeza, como si pudiera contener la avalancha de pensamientos que amenaza con inundar mi mente.

—Esto no puede estar pasando — murmuro para mí misma, mientras doy vueltas por la sala. Mis palabras son un eco de mi propia confusión y miedo.

Siento a Celia, mi amiga de toda la vida, a mi lado. Pero parece estar en su propio mundo de caos y desesperación.

—Celia — intento llamarla, mis palabras salen con un dejo de urgencia. Necesito que se centre, que vuelva a la realidad. Pero no me escucha. Está atrapada en una espiral de pánico.

Decido tomar un enfoque diferente. Me acerco a ella y entrelazo nuestras manos, un gesto que hemos compartido en innumerables ocasiones cuando el miedo se apodera de nosotras.

—Respira conmigo, uno, dos, tres... — comienzo a decir en un intento desesperado de guiarla a través de la tormenta emocional que la consume. Mis propios latidos se convierten en un ritmo al que ambas intentamos aferrarnos en medio de la incertidumbre que nos rodea. Respiramos juntas, profundamente, tratando de encontrar un atisbo de calma en medio de la tormenta que amenaza con arrastrarnos.

Mi mirada se posa inquieta en el panorama a través de la ventana, observando desde la altura la salida del colegio. La ansiedad me oprime el pecho, y siento que cada segundo cuenta en medio de esta pesadilla.

—Tenemos que salir del colegio — afirmo con determinación, tratando de persuadir a mi amiga para que tome acción.

Sin embargo, Celia sacude rápidamente la cabeza en señal de negación, sus ojos transmiten un miedo palpable mientras sostiene su posición.

—No, aquí estaremos seguras. No hay cuervos, y es probable que vengan a rescatarnos —dice con un atisbo de esperanza en su voz.

Mis preocupaciones se entrelazan con mi voz cuando intento convencerla.

—¡Celia, por favor! — mi voz tiembla ligeramente mientras la tomo del brazo con fuerza, consciente de los arañazos en su rostro —. Escúchame — le ruego, mis palabras cargadas de urgencia —. Aquí hay ventanas, en cualquier momento esos monstruos pueden irrumpir. Y, además... —mi mirada se desvía hacia el cielo, que se oscurece aún más con nubes grises — tengo un presentimiento escalofriante, Celia. Tenemos que salir del colegio cuanto antes.

Las lágrimas llenan los ojos de Celia mientras se enfrenta a sus propios miedos.

Decido abrazarla con fuerza, tratando de brindarle un poco de consuelo y fortaleza.

—Te prometo que saldremos de esta, Celia. Estaremos sanas y salvas —le aseguro con determinación. Luego, me encamino hacia las mesas del despacho, tomo una lámpara y la ofrezco a Celia —. Si nos atacan, nos defenderemos con esto.

Ambas sostenemos nuestras lámparas improvisadas y vuelvo a entrelazar nuestras manos mientras nos dirigimos hacia la puerta.

—A la cuenta de tres, correremos a toda velocidad hacia las escaleras de la zona de infantil. Uno, dos... —mi mirada se cruza con la de Celia, y finalmente, digo — ¡tres!

La puerta se abre de un portazo, y las dos salimos corriendo hacia la izquierda, esquivando cuidadosamente los cadáveres que bloquean nuestro camino en el pasillo. Escuchamos los aterradores graznidos de los cuervos detrás de nosotras, pero no permitimos que el miedo nos detenga.

Finalmente, llegamos a la planta baja y corremos frenéticamente hacia la salida. Estamos a solo unos metros de la libertad, y cada paso nos acerca un poco más a la seguridad que tanto anhelamos.

Pero de repente, la tranquilidad se rompió con la violencia de una ventana que estalló en mil pedazos, y a través de ella, una horda de cuervos se abalanzó sin piedad sobre mi amiga. Los gritos desesperados de Celia se entremezclaron con los chillidos aterradores de los cuervos, cuyas garras afiladas arañaban cruelmente la piel de mi amiga. Era como si el mundo entero se hubiera vuelto un lugar de pesadilla.

Desesperada por ayudar, intenté tirar de Celia, separarla de la pesadilla alada que la asediaba. Sin embargo, en medio del caos, todo lo que podía ver era su pequeña mano, aferrándose a la mía, mientras los cuervos la sometían a un tormento inimaginable. La vida se desgarraba ante mis ojos, y la impotencia me oprimía el pecho mientras los dedos de Celia se iban despegando lentamente de los míos, cayendo al suelo como lágrimas de una tragedia insoportable.

En ese momento, entre el dolor, el sufrimiento, los gritos y la desesperación, algo en mí se encendió. Sentí una energía poderosa brotar desde lo más profundo de mi ser. De repente, todos esos cuervos explotaron en una orgía de plumas y sangre, cubriendo las paredes, mi rostro y el instituto entero, como si el mismo infierno hubiera irrumpido en nuestra realidad, como en aquel libro que me atormentaba últimamente, "Carrie".

Y allí, en medio de la masacre de cuervos, yacía el cuerpo inerte de mi amiga.

Caí al suelo junto a ella, mis sollozos resonando en la devastación a nuestro alrededor, y mis manos temblorosas buscaron las de Celia.

—Lo siento —susurré entre lágrimas, una disculpa cargada de culpa y tristeza—. Te prometí que saldríamos sanas y salvas, lo siento tanto.

Mi cabello rubio dorado comenzó a enredarse con un aura azul celeste, un fenómeno que crecía a medida que mi dolor se intensificaba. El suelo tembló bajo mis pies, las paredes se agrietaron y, de repente, todo lo que alguna vez fue un colegio se derrumbó, cayendo en un colapso devastador mientras mis lágrimas fluían sin cesar.

A pesar de los gritos angustiosos, nadie nunca vino a ayudarla.




Yelena había estado sola desde el fatídico día en que los cuervos enloquecidos aparecieron en su vida. Recordaba haber buscado a su madre en su casa, pero solo encontró el vacío, un silencio opresivo que se había instalado en cada rincón. La sociedad que conocía se había fracturado en fragmentos caóticos, y ella había quedado a merced de una naturaleza desenfrenada y las catastróficas mareas de cambio que habían asolado el mundo.

Tras la llegada de los cuervos, vino un gran deshielo que inundó las ciudades costeras y forzó a las personas a huir. Al año siguiente, la lluvia ácida hizo su entrada triunfal, dejando tras de sí la huella de la destrucción y la muerte. Más tarde, llegó la desoladora sequía, una implacable calamidad que secó ríos, agotó las cosechas y sumió a la tierra en un letargo mortal.

A medida que los años avanzaban, apareció la misteriosa "grieta", un monstruoso surco en la tierra que engullía regiones enteras y se cernía amenazante en el horizonte, recordándoles constantemente la fragilidad del mundo tal como lo conocían. Tormentas de arena habían convertido vastos territorios en desiertos abrasadores e inhóspitos, donde la vida apenas podía sobrevivir.

Pero en medio de todo ese caos y desastre, también surgieron los prodigios humanos. Niños que, por alguna extraña razón, habían adquirido poderes sobrenaturales. Fue una paradoja cruel que los cuervos, en su enloquecida búsqueda, fueran la causa de la muerte de aquellos niños que no poseían el don en su interior. Sin embargo, para los más mayores, esos niños con dones se convirtieron en la esperanza y salvación en un mundo que se desmoronaba.

Con el tiempo, se crearon bases para entrenar y proteger a aquellos que poseían estos dones especiales. Pero Yelena había permanecido al margen de estas estructuras. Había sobrevivido a todo lo que el mundo le había arrojado, sola pero con un poder creciendo dentro de su ser. Sus habilidades extraordinarias la habían mantenido a salvo, pero también la habían mantenido aislada de otros seres humanos, temerosa de lo que podrían pensar o hacer si descubrían la magnitud de su poder. La soledad se había convertido en su fiel compañera, pero también en su escudo contra el mundo implacable que la rodeaba.

La Gran FracturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora