Capítulo 1

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Violeta

Todavía no me creo que acabe de aterrizar en Rovaniemi. Hace 25 años que mis padres dejaron esta ciudad, que terminaron sus meses de Erasmus. Desde entonces, nunca han dejado de hablarme sobre todo lo que significó Finlandia para ellos. Por eso, he decidido lanzarme y probar la experiencia de vivir aquí. Si para mis padres representó tanto y fue el lugar en el que creció su amor, tengo que descubrirlo.

He elegido venir a Rovaniemi porque me agobian las grandes ciudades y porque, a quién vamos a engañar, vivir en el círculo polar ártico tiene que ser una pasada. A pesar de que mi madre no está muy segura de que pueda aguantar las bajas temperaturas que llegarán dentro de un mes o de que pueda llegar a comprender el suomi, la lengua oficial en Finlandia. Espero que sirva el inglés.

También les preocupa que me pierda tras mi cámara y no observe bien la realidad. Puede decirse que ese es un defecto mío o, quizás, una virtud. Todo depende de cómo se miren las cosas.

Eso sí, a pesar de todas sus preocupaciones, siempre me han apoyado en todas las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida. Incluso me han obligado a hacer cosas que en un principio no me habría visto capaz de realizar. Por ejemplo, me apuntaron por sorpresa durante primero de bachillerato a un concurso de tráileres cinematográficos. Había dos premios para los mejores tráileres que se realizaran y acabé ganando. También me dieron el empujoncito final para que me inscribiera en el grado superior de Comunicación y Cámara, en vez de en Medicina porque, aunque estaba decidida a seguir los pasos de mis padres, la sangre me aterra. Ellos querían que luchara para que mi trabajo fuese un hobby, que fuese algo que me encantara y, sin duda, eso es el mundo audiovisual.

Mi madre, Clara, dice que si no hubiera sido por sus padres nunca habría conocido a mi padre. Así que, está empeñada en que yo viva mi propia vida, persiguiendo la meta que me plazca.

Mientras salgo del avión pienso en lo afortunada que soy por tenerlos.

Por lo que aquí estoy. Acabo de terminar mi grado superior en Comunicación y Cámara y sé a ciencia cierta que este es el mejor momento de mi vida para viajar a Finlandia, y vivir mi propia experiencia, algo más de dos décadas después que mis padres.

He cursado el grado, en vez de la carrera, porque buscaba más la parte práctica. Además, no estoy demasiado de acuerdo con eso de que si no estudias una carrera no vas a llegar muy lejos. Pero bueno, eso es otro tema. Me he hecho la promesa de intentar pensar solo, y exclusivamente, en el presente. Quiero dejar que los acontecimientos se vayan desarrollando poco a poco. Aunque, a decir verdad, a quién voy a engañar.

«Violeta, sabes que tú necesitas tenerlo todo controlado», me digo.

No obstante, me esfuerzo por acallar la voz de mi cabeza porque esta vez sí lo voy a conseguir. Esta experiencia, dure lo que dure, merecerá la pena.

—¡Joder! ¡Qué frío!

Ya entiendo por qué mi madre está preocupada por las temperaturas que tendré que soportar en breve. Si esto no es frío, que venga un esquimal y me lo cuente. Estamos a principios de octubre y ya noto los deditos de las manos congelados. Incluso estoy empezando a dejar de sentir la nariz. Vale..., puede que sea un poco exagerada, pero estoy acostumbrada a las temperaturas de la Costa del Sol que suelen ser cálidas.

Saco con rapidez los guantes y el chaquetón que me ha comprado mi tía Rosa y me dispongo a coger un autobús al centro de la ciudad. Me he informado y está a solo diez kilómetros del aeropuerto.

En el autobús me reafirmo en el frío que hace. ¡El termómetro marca cuatro grados!

Durante el trayecto, me dedico a observar las carreteras y el paisaje que veo a mi alrededor. Me sorprende lo llano que es todo y el color tan bonito que tiene la atmósfera. Tan claro y brillante, sin tanta contaminación. Mañana iré a grabar y a hacer fotos. Tengo que aprovechar antes de que los días empiecen a hacerse más y más cortos, y solo haya penumbra.

Todavía no ha nevado, aunque según he mirado en el tiempo, la semana que viene comenzarán a danzar por el ambiente los copitos blancos. Por ahora, la carretera es muy salvaje o, al menos, lo es para mí. Está llena de pinos y más pinos. A Rovaniemi la rodean bastos y frondosos bosques. El marrón está en todas partes, pero, al mezclarlo con el azul del cielo, se forma una composición de colores preciosa. No puedo despegar mis ojos de la ventana del cristal y, al igual que me sucede a mí, veo muchas caras llenas de ilusión.

Llego al pequeño hostal en el que se encuentra la habitación que he reservado para las dos próximas semanas. Está situado cerca de la calle Rovakatu, una de las avenidas principales de la ciudad.

Cuando pasen las dos semanas, pensaré qué hacer. Espero haber podido encontrar algún trabajo en ese tiempo.

El hostal es muy bonito. Su interior está pintado de colores burdeos, con un suelo de madera y muchas alfombras. Además, tiene cuadros de renos, de nieve y de la aurora boreal. ¡Me muero por verla!

Levanto la vista hacia el mostrador y veo a una joven rubia que tendrá más o menos mi edad, de estatura media, con la tez muy blanquecina, unos ojos azules y una sonrisa preciosa.

—¡Hola! ¿En qué puedo ayudarte? —me pregunta en un perfecto inglés. Se debe de notar a leguas que no soy de aquí.

—Hola, tengo una habitación reservada para dos semanas —respondo también en inglés.

—Claro —me dice con una sonrisa—. ¿Cómo te llamas?

—Violeta Arriola —le contesto devolviéndole la sonrisa.

—Perfecto, tu habitación está en la última planta. Es una pequeña buhardilla. Espero que te sientas cómoda. Acompáñame, por favor.

Le sigo por las escaleras. Me sorprende que no haya ascensor. Supongo que, si solo tiene tres plantas, no lo ven necesario.

En el último piso solo hay una puerta.

Al entrar, me impregno de un olor delicioso a bosque y madera.

Me quedo asombrada de lo bonita que es. Cuando la reservé, me gustó mucho, pero no me imaginaba que fuera a ser tan acogedora.

Lo primero que se ve, nada más entrar, es una cama bastante grande con muchos cojines en tonos blancos y grises, con imágenes de renos y osos polares. A la derecha, hay un pequeño armario y, justo al lado, un cuarto de baño con bañera y una luz azulada. A la izquierda, hay un escritorio pequeño, perfecto para usar mi portátil y mis libretas, y unas ventanitas que llegan hasta el techo. Y, enfrente de la cama, ¡hay una cocina! No es muy grande, pero tiene todo lo necesario. Además, el suelo está cubierto por alfombras y el color burdeos sigue empapando las paredes.

Sonrío y asiento con la cabeza.

—Muchas gracias. ¡Me encanta! —lo digo de verdad.

—De nada. Para cualquier cosa, estoy abajo. Disfruta estas vacaciones.

Cuando sale por la puerta, me tumbo en la cama y noto una sensación agradable en el pecho. Me siento tranquila y feliz por estar aquí; con muchas ganas de andar, fotografiar, grabar y empaparme del aura de esta ciudad. Además, espero que no solo sean unas vacaciones, sino que mi viaje se pueda alargar hasta... ¿quién sabe cuándo?


La noche que acaricié el frío polar*primeros capítulos*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora