Aves

40 4 3
                                    

La Nación Gris estaba despedazada, todo parecía indicar que pronto anunciaría su derrota ante la Gran Nación Coral. La resistencia de sus trincheras se vio despedazada cuando las tropas-coral trajeron desde tierras remotas bestias nombradas huay-chivos. En el frente de batalla, cuando recién fueron liberados para iniciar la carnicería, las tropas-grises hablaban sobre sus temores ante tales criaturas cuando llegaba el momento de descansar durante un par de horas o hacer guardia en los campamentos. Dicen que son chupacabras, se comen al ganado decían algunos. Escuchamos que son trolls con máscaras aclaraban otros. Con el paso de los días de laguerra, no se tardó en conocer la verdadera apariencia de los huay-chivos. Las tropas-grises temblaban al verlos acercarse hacia sus trincheras, caminando sobre cuatro alargados y peludos brazos, inmunes a sus disparos, con una cabeza de chivo de ojos inexpresivos que era lo último que sus veían antes de ser despedazados por sus dentaduras en forma de sierra.

Durante los días de guerra, sin embargo, no eran únicamente las bestias las que se movían entre los bosques y las zonas de batalla. Había, como era natural, algunos animales que habían permanecido ocultos y apartados del peligro, pero sabiendo que este se aproximaba día con día y que era importante partir cuanto antes. En la Nación Gris, como en muchas otras naciones del Mundo, existían varios poblados abandonados desde hacía años, en donde las casas había crecido el musgo, las plantas trepadoras y las flores. Era pues, en uno de muchos aquellos pueblos, donde un gran número de animales se habían instalado para formar su hogar antes del inicio del conflicto bélico.

Zory, una ave de plumaje azulado y cromado, había escogido el alféizar de una ventana de un viejo ático para formar su nido y ahí había vivido durante sus años de madurez, protegiendo seis preciados huevos cuya cáscara auguraba con romperse dentro de una temporada.

—¡Yo no me quedaría mucho tiempo si fuera tú! —le dijo un día el Cuervo, un sujetillo que iba de un lado para otro, entregando noticias a todos los animales de la aldea cuya mayoría ya había optado por abandonar el pueblo que durante tantos años les había dado alimento y refugio pero, con la llegada de las detonaciones que se escuchaban a la distancia y los rumores de bestias gigantescas nacidas de las más siniestras pesadillas, se veían con la necesidad de hacerlo sin chistar—. ¡Esos humanos están cada vez más cerca! ¡Volarán este lugar en mil pedazos!

—¿Pero cómo quieres que me vaya si tengo que proteger mis huevos? —respondió Zory—. ¡No hay manera de que los deje aquí a su suerte!

—No tengo idea, señora. Pero todo parece indicar que estarán aquí mañana por la noche.

—Creo que podré resistirlo... Sé que lo haré. Tengo fé en ello.

—Usted no sabe lo que hay allá afuera. Están pasando cosas terribles... ¡Todo lo que dicen sobre las bestias es verdad!

—Correré el riesgo y lucharé si es necesario.

El Cuervo le miró con pena y emprendió el vuelo hasta volverse un lejano punto negro en el cielo gris que cubría el viejo pueblo y el bosque que lo rodeaba. Zory suspiró, pensando que haría cuando cayera la noche siguiente, trayendo consigo toda clase de maldades a su hogar. Vio desde el alfeizar un grupo de ranas que emprendía la marcha fuera del poblado, seguido de una mamá pato con una fila de sus patitos que le seguía desde atrás.

—¿Qué voy a hacer? —se decía a sí misma mientras veía a sus vecinos abandonar el pueblo, poco a poco dejándola en soledad—. ¿Qué voy a hacer?

Intentó mover los huevos de lugar, para protegerlos bajo el techo del ático, pero pronto se percató de que estos eran demasiado pesados y frágiles como para hacer el intento de cambiarlos de posición. Después tuvo la idea de cubrirlos con un improvisado techo conformado gruesas ramas y todo tipo de basura que encontró por ahí, sin embargo supo que aquello no sería suficiente para protegerlos del caos que se aproximaba.

Cuentos de Hadas Para Llorar o DormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora