Innocence

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Y el avance inamovible del tiempo; lento, pero con una seguridad abrumadora, convirtió al antes recto, gentil e integro rey en un tirano que sólo y en la oscuridad, esperaba una oportunidad para salir.

En medio de su gran salón abovedado, en su enorme trono de hierro, recuerda.

Y con cada rememorar, su corazón se vuelve hielo.

Cierra sus ojos.

Recordando, recordándolo.

Sus gritos. Sus gritos

Implorando perdón, misericordia, piedad, el dolor y el aroma de la sangre, el sabor a hiel por el sufrimiento que era reflejado en su mirada.

En ningún momento dejo de mirar.

Al menos le debía eso. El último pedazo de misericordia se hallaba en lo profundo se su mirada, de lo que esta le transmitía, todo lo que murió con él.

Y su corazón ennegrecido se encuentra a la espera.

Una sola oportunidad.

La luz del sol que se colaba por los respiraderos del techo no era suficiente para despertarlo

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La luz del sol que se colaba por los respiraderos del techo no era suficiente para despertarlo. Sin embargo, si lo era la voz ruidosa de uno de sus mejores amigos.

-¡Furi! - escucho el sonido. Era fuerte, con una cadencia llena de seguridad.

Seguridad.

Un recuerdo lejano que se escondía entre los recovecos de su mente, reacio a salir y ser tocado.

-Ya voy - respondió al poco tiempo de ser llamado.

Su vista se aclaró apareciendo el largo techo del gimnasio, suspira mientras apoya sus manos en la madera del suelo para darse impulso y levantarse, reacciona poco a poco, debido al cansancio del entrenamiento.

-Tenemos que volver antes del toque de queda, además tu vives muy lejos, me preocupa tu seguridad-

"Me preocupa tu seguridad "

El eco de la voz en su recuerdo resuena, pero; así como este llega, se marcha con la misma rapidez, imposibilitado para descifrarlo.

-Si... lo que digas "papá"- le responde.

Empezó poco después de que ganarán la Winter Cup. Y todos le temen.

Muertes que comenzaron al azar, pero que poco a poco ganaron notoriedad debido a la saña y a la forma en la que morían.

Todas personas tan diferentes, nada aparente que las unieran.

Un médico y su familia, un abogado y todo por lo que vivía, un miembro de los altos mandos del gobierno, nadie se salvó en su hogar, un sacerdote, una pequeña secta tan antigua como para ser considerada un patrimonio nacional.

Estoy aquí, contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora