CAPÍTULO 5: SALÓN 222

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Oscuridad. La oscuridad fue lo único que nos recibió. Todos entramos, tratando de encontrar la mínima fuente de luz. Y sin darnos cuenta, la puerta se cerró, dejándonos encerrados.
No debimos haber entrado, no debimos haber entrado, no debimos hacerlo. Todo fue un error.
No podemos ver nada. No pasó ni un minuto para que entremos en pánico. Tratábamos desesperadamente de tocar alguna superficie, lo que sea. Era como si hubiésemos perdido todos nuestros sentidos.

Un minúsculo punto de luz apareció. Comenzó a crecer, como si de un pequeño faro se tratase.

Los 6 pudimos reunirnos al rededor de aquella luz creciente, la cual poco a poco fue avanzando, guiándonos en el proceso.
Antes de que nos diéramos cuenta, el pasto comenzó a aparecer entre nuestros pies, envolviendo suavemente nuestras piernas.
A lo lejos, en lo profundo del abismo, vislumbramos una luz aún más grande y brillante.
El pequeño faro qué nos acompañaba se adelantó y se volvió uno con la luz al final de la oscuridad.
Continuamos caminando. Con los cuerpos temblantes, llegamos al final de esta extraña habitación. Una puerta se encontraba abierta, dejando entrar una luz cegadora.

Después de haber pasado casi una hora en la completa oscuridad, salimos por aquella misteriosa puerta.
Nunca en nuestras vidas habíamos quedado tan desconcertados como en aquella ocasión.
Era la misma escuela, exactamente lo mismo. No había diferencia, como si nunca hubiésemos entrado a ese salón 222.
Caminamos por la desolada escuela una vez más. El cielo azulado había sido cubierto por un techo de grises nubes y nuestro entorno había sido envuelto por una densa neblina.

Era la misma escuela, el mismo aire, lo mismo todo. Pero, por alguna razón, todo se sentía distinto.

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