Primer acto

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Chuuya Nakahara nunca soñaba.

Había sido de esa manera desde que tenía memoria. Sin embargo, cuando dormía, su conciencia flotaba en medio de una oscuridad aplastante, casi cómo si estuviese en una pesadilla. Incapaz de moverse o hablar, estaba limitado a ser un simple espectador de ese caótico poder que habitaba en él.

Arahabaki.

Chuuya sabía perfectamente que era el recipiente de un Dios. Uno con una fuerza ridículamente abrumadora, que era capaz de destruir el mundo si llegaba a liberarse. El cuál, además, era terriblemente ruidoso. Solía escuchar los constantes susurros en el fondo de su mente, molestos sonidos guturales que no llegaba a identificar como palabras, aunque sospechaba que profesaban la muerte y la destrucción de todo lo que conocía.

Naturalmente, poseer una habilidad de tal calibre implica que el portador debe mantenerla bajo control todo el tiempo.

Eso en teoría.

Esa noche, Chuuya despertó debido al doloroso escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Se sentó en la cama respirando con dificultad. Mientras su mente procesaba el hecho de haber despertado, se dió cuenta de que la atmósfera de la habitación se había vuelto más pesada de lo normal, por lo que suprimió su habilidad al instante.

Se levantó lo más rápido que pudo y se dirigió al baño. Sus ojos se abrieron de más cuando observó su reflejo en el espejo. Pudo constatar con algo de angustia como las marcas de tono carmesí abandonaban lentamente su piel. Se había convertido en una inquietante costumbre el despertar en medio de su habitación hecha un desastre por usar su habilidad de manera inconsciente, con las marcas, las cuales parecían asemejarse un poco a las runas, desapareciendo poco a poco.

Observó su aspecto con estudiado interés. En los últimos meses había tenido complicaciones para poder mantener una rutina que era cada vez más ajetreada. La manera en la que se veía justo ahora era una prueba indiscutible de ello. Sonrió sin gracia a su reflejo.

Bajo la escasa iluminación del baño su mente empezó a vagar. Sabía que lo más lógico sería volver a la cama e intentar descansar un poco, pero también sabía que una vez allí estaría demasiado ansioso para poder dormir. Ese día se había programado una reunión con los ejecutivos, la primera en meses, y no podía dejar de darle vueltas al asunto. Tal vez todo lo que necesitaba era salir a tomar algo de aire.

Dejó salir un suspiro. Al menos debería intentar arreglarse un poco, aunque no le apeteciera en lo más mínimo. En su mente resonaron las palabras de Mori diciendo lo importante que era la apariencia para cualquier figura de poder.

Se tomó su tiempo en la ducha, tratando de borrar las marcas casi invisibles que quedaban acentuadas en su piel cada vez que su habilidad se salía de control. Era una acción inútil, claro, pero prefería hacerlo de todos modos. En cuanto terminó, se vistió con rapidez, buscando las prendas esparcidas entre el desorden que reinaba en su habitación.

Se detuvo por un segundo a examinar con la mirada el lugar. Casi todas las cosas (las pocas que se había permitido tener allí) estaban desperdigadas por el suelo. Ropa, libros, algunos discos de vinilo, su reproductor de música... Y su cama. De hecho, esta se encontraba hundida algunos centímetros por debajo del nivel del suelo, en medio de un pequeño cráter. Sin molestarse en limpiar, caminó hasta la ventana y se encaramó sobre el alféizar para salir. Haciendo uso de su poder empezó a caminar por la pared para llegar a la azotea del edificio donde vivía.

Desde hace un par de meses decidió alojarse en algún lugar lejos de su trabajo, bajo la pobre excusa de que su antigua habitación (sí, aquella que había usado los últimos 7 años) era demasiado pequeña para él.

Dedicated to a DragonflyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora