Capítulo 2

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Mario había estado toda la tarde jugando con su hijo, cuando dieron las nueve de la noche ayudó al pequeño a bañarse, le puso el pijama y luego lo llevó a la cama, lo arropó y le leyó un cuento hasta que se quedó completamente dormido, besó su frente, salió despacio de su habitación y decidió darse una ducha.

No tardó mucho en llegar al baño, donde se desnudó y, por primera vez en lo que parecía una eternidad, se miró al espejo sin sentirse miserable, sabiendo que al día siguiente todo cambiaría, reiniciaría su vida, podría nuevamente darle a su esposa lo que necesitaba y verla sonreír de nuevo, sería un hombre otra vez, como aquel que desapareció en el momento en que su trabajo se esfumó.

Mirándose al espejó, notó lo descuidado que parecía su rostro, la barba maltratada, el cabello largo y sucio, los pelos de la nariz asomándose por sus fosas nasales. Era tiempo de un cambio y no esperaría un segundo más para que ello ocurriera.

Abrió la gaveta debajo del lavabo y sacó una hoja de afeitar, un depilador especial para cortar los pelos de la nariz y las orejas, una maquina para cortar cabello y comenzó de inmediato a transformar su apariencia.

Con cada pasada de la navaja caía una considerable cantidad de bello facial, mientras Mario pensaba que cada corte implicaba dejar atrás aquella horrible época, todos esos malos momentos en que dejó de sentirse útil y despreciable, ahora sería un hombre nuevo, prometiéndose a sí mismo nunca dejar que la adversidad lo derribara como lo había hecho, llevándose en aquella ola de desgracias a su familia.

Cuando no quedó más bello facial en su rostro, cuando los pelos de la nariz y las orejas desaparecieron, Mario miró con una sonrisa su cabellera, hacía años que la llevaba corta, con el estilo propio de un trabajador de oficina; recordó con nostalgia el último año de prepa, cuando conoció a Gloria, en esos tiempos Mario no era precisamente un tipo muy decente, a pesar de que no lo hacía mal en la escuela, era un adolescente algo problemático, pues le gustaba montar peleas con mucha frecuencia y su grupo de amigos no era nada diferente a él, sin emabrgo, todo eso acabó cuando conoció a Gloria, pues gracias a ella pudo enderezar su vida, terminar una carrera universitaria y formar una familia; gracias a ella, los tiempos de andar con la cabeza rapada, las camisetas de tirantes, pantalones de mezclilla rotos y usar converse se habían terminado; no obstante, también recordó algo de aquellos tiempos que lo llenaba de orgullo: sentir que no había nada en el mundo de lo que no fuera capaz de hacer, un sentimiento que a una edad temprana generalmente suele traer muchos conflictos, pero que en ese momento era lo que más le hacía falta, sentirse capaz de poder ofrecerle el mundo a Gloria y a su hijo; así que, sin nada más que pensar, accionó la máquina y vio como poco a poco su pelo iba cayendo al lavabo, mirando con orgullo la forma en que el contorno de su cabeza iba poco a poco dibujándose en el reflejo del espejo, desvelando la forma achatada de su cráneo que siempre le gustó mirar, pues lo hacía lucir poderoso, fuerte, varonil.

Cuando la máquina terminó de hacer su trabajo, Mario tomó una hoja de afeitar nueva, enjabonó su cabeza y comenzó a cortar los residuos de cabello que la maquina no había sido capaz de eliminar, hasta que todo su cuero cabelludo quedó completamente liso y Mario se miró al espejo con una enorme sonrisa.

La ducha fue una experiencia maravillosa, parecía como si todos sus problemas se hubieran ido por el drenaje junto con todo el cabello que había cortado, recorrió su cuerpo notando que, en el tiempo en que había estado encerrado, perdió una considerable cantidad de masa muscular, decidiendo de inmediato que en cuanto recibiera su primer pago se inscribiría en un gimnasio, quería volver a conquistar a su esposa, quería que ella lo deseara de nuevo y sentir aquella vieja sensación de saberse atractivo ante los ojos de su mujer.

Mario salió del baño con una sonrisa que reflejaba toda la seguridad que sentía y, como una especie de broma, sacó una camiseta de tirantes, unos jeans desgastados y un par de tenis viejos, se miró al espejó y, a pesar de que ahora tenía algunas arrugas, que no era el chico fuerte de antes, el parecido con aquel insensato adolescente era reconfortante.

Gloria: una historia de sumisiónWhere stories live. Discover now