Capítulo 13.

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Bella.

No nos detenemos ni cuando vamos a lavarnos. Estamos metidos en un espiral de placer del que no podemos salir. Descansamos unos minutos, los suficientes para que vuelvan a ponerse duros y volvemos a hacerlo

Bestia sujeta mis piernas y a orillas del río me penetra con fuerza. Grito, pero mi coño ya está acostumbrado a su envergadura y sus tremendas sacudidas. Encima suya, me hace saltar. Me sube y me baja a su antojo con las piernas envueltas en sus brazos. Su polla parece un vibrador de lo bien que se mueve y que me mueve. Mi ano pronto siente la polla de Gastón y me nubla los sentidos.

Me besan por el cuello. Bestia muerde mis pechos, los absorbe y lame, quitándome quejidos que ahogo en la boca de Gastón mientras me besa. Noto cada centímetro de sus miembros. Duros, erectos, con venas prominentes y un tamaño que me perfora las entrañas. Amo sentirme tan abierta y los amo a ellos.

Nos tumbamos acostados, jadeando, cuando nuestros cuerpos ya no dan de sí. Y, aun así, los dos llevan la mano a mi coño y empiezan a palpar y acariciarme. No pueden estar ni un segundo sin tocarme el coño. Eso me produce gracia, por lo que sonrío.

—Chicos, si no dejáis de estimularme no vamos a acabar nunca —comento.

—Es que eres demasiado perfecta para parar —confiesa Gastón.

Bestia se pone de lado y Gastón también, ambos se observan sin dejar de estimularme. No se dan cuenta de que voy mojándome por momentos.

—¿A qué habías venido? —le pregunta Bestia.

—Ah, sí, por poco lo olvido. —Los dos deslizan los dedos a la vez, acompasados y me abren. Gimo.

—Chicos —gimoteo—. No sé si sois conscientes de lo que hacéis.

—Calla —me ordena Bestia.

Cubre mi boca con la mano libre y junto a los dedos de Gastón se introduce en mi coño. Están los dos dentro, a la vez. Ahogo un grito en la palma de su mano.

—Estás en peligro, Bestia. —Intento prestar atención, preocuparme, pero empiezan a masturbarme y tocar el punto G a la vez. Se me nubla la mente. Ya no escucho nada más, me retuerzo por el suelo y pronto los fluidos salen a chorro de mi interior. No se detienen ni sacan los dedos de mi interior hasta que se dan cuenta que ya no puedo expulsar ni una gota de fluido. Me miran a la vez, complacidos por mi orgasmo y ahora sí, se detienen.

—¿Cómo que estoy en peligro? —pregunta Bestia, limpiando su mano con lamidas. Se relame.

—Digamos que tuve un poco la culpa —confiesa Gastón. Él se lava la mano con el agua del río—. Estaba enfadado, así que conté lo que me hiciste y el por qué aparecí en mi casa herido. Habías matado a mis hombres cuando salimos en búsqueda de Bella y, además, me quitaste un dedo —muestra la mano izquierda—. Dije que habías sido tú y seguramente, a más tardar en la mañana, una horda de aldeanos atacará la cueva y no descansarán hasta matarte.

¿Qué? Siento un nudo en la garganta. Bestia salta y le sujeta del cuello a Gastón. Lo levanta del suelo, ahorcándolo. La ira puede sentirse en sus ojos oscuros y las venas de su rostro empiezan a marcarse de color negro.

—¡Bestia, para! —Me levanto del suelo y sujeto su brazo—. ¡Déjalo, ha venido para avisarte y disculparse!

El puño de Bestia se eleva. Gastón cierra los ojos esperando el puñetazo, pero en cambio, lo suelta y cae al suelo de espaldas.

—Mierda, aunque quisiera no puedo romperte la puta cara de payaso que tienes.

—Inhala, exhala —intento calmarlo.

—¡De todas formas el que ha hecho las cosas mal eres tú! —contraataca Gastón—. Llevas años atemorizando a los aldeanos, matando gente, Bestia. ¿Esperabas que siempre estuvieran mansos ante ti?

—¿Crees que yo decidí esto? —Se señala—. ¿Has pensado por un momento que yo no puedo elegir?

Recuerdo lo que leí en el diario de Bestia. Él se convirtió en esto involuntariamente. Gastón lo comprende al escuchar su reclamo y ambos nos compadecemos de él en silencio.

—Debe de haber una forma de acabar con esto —susurro.

—Acabando conmigo —sentencia Bestia.

—¡¿Qué?! ¡No! —se niega Gastón—. ¡Justo vine para impedir eso!

—Es la única manera.

—Debe de haber otra —me opongo también—. La rosa que me regalaste brilló esta mañana y ya no se marchitó.

—Tiene que ver con mi estado de ánimo —asume—. Pero la rosa original se terminó de marchitar hace muchísimos años. Nadie amó a la bestia, llegaron tarde. Así que háganlo por mí y sed vosotros los que rompáis mi maldición. Aunque sea atravesándome el pecho con una daga. Es lo único que os pediré.

Es la primera vez desde que estoy en esta cueva, que Bestia me deja ropa suficiente para cubrir mi cuerpo del todo. Pasa frente a mí y para mi sorpresa, me acaricia el pelo y deja un beso en mi frente. Se ve afectado, pero nos lo ha pedido encarecidamente, así que Gastón y yo aguantamos el llanto. A él le funciona más que a mí.

Solo hay una forma de romper con su inmortalidad. Una daga bañada con las lágrimas de sus victimas cuyo filo está compactado por los pétalos de la rosa que se marchitó en antaño. La bruja lo endureció para hacerlo cortante y le avisó, que solo las personas que lo amaran podrían romper su corazón para siempre si la usaban.

Sobre un altar de piedra maciza en medio del bosque, se escriben unas letras en sangre cuando llegamos y sin esfuerzo, se prenden las antorchas a nuestro alrededor formando una estrella de magia negra.

Bestia sube los escalones. No puedo, no quiero que lo haga. Le sostengo la mano y me observa. Ya no soy capaz de contener las lágrimas. Gastón tampoco. Nos observa y sonríe. Nunca lo vi sonreír con tanta sinceridad.

—También lo hago por vosotros —confiesa—. No es bueno estar al lado de un asesino y no pienso dejar que os maten por mi culpa.

—Sigo pensando que debe haber otra forma —se me rompe la voz mientras hablo—. Por favor.

Me acaricia la mejilla y niega.

—Solo haced lo que os pedí, ¿de acuerdo? —Asentimos con dolor.

Las rosas del caníbal. (CUENTO ERÓTICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora