Capítulo-8 Desvelando al mago tras la cortina

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09-octubre-1899.

Bayou Nwa — Lemoyne.

En mi viaje de vuelta a Shady Belle, cabalgué durante horas cientos de kilómetros. Al pasar por los alrededores de Bluewater Marsh me detuve para hacer noche, volviendo a montar mi tienda de campaña y encendiendo una fogata para mantener alejados a las bestias. En esta ocasión, conforme cenaba, echaba de menos a Goldwyn, le había cogido cariño y me preguntaba que había sido de él.

De pronto volví a sentir un intenso escalofrío, al mirar a mi alrededor, a lo lejos divisé la columna de humo de una fogata, apenas visible por la oscuridad de la noche, pero aun así, podía llegar a percibirla si prestaba la debida atención.

Con mucha cautela me acerqué al campamento para divisar a un grupo de Pinkerton encabezados por el agente Andrew Milton. La mayoría se mantenía ocupados limpiando sus armas, cenando o jugando a las cartas. Mi prodigiosa audición me permitió escuchar el plan de Milton de acribillar a balazos a la banda de Dutch, conviniendo con sus más allegados de dejar con vida únicamente a Dutch y Arthur con el fin de llevarlos a la horca. Tras retroceder sobre mis pasos hasta mi campamento, lo desmantelé apresuradamente comprendiendo la gravedad de la situación. A toda prisa cabalgué a lomos de mi corcel. Al alcanzar el puente situado al norte de Caliga Hall se me ocurrió una idea para retrasar a los Pinkerton. Aprovechándome de la oscuridad de la noche coloqué explosivos en la base del puente para luego volarlo en pedazos. Seguidamente repetí la operación con el puente que conectaba Caliga Hall con Saint Denis. Si bien podían cruzar por el rio, la operación resultaba más complicada y peligrosa, dado el elevado número de caimanes que infestaban las aguas de Kamassa River.

Nada más llegar a Shady Belle observé que el campamento estaba muy vacío. Abigail se acercó a mí dándome un abrazo, al contarle lo que había visto me puso en antecedentes. Con la voz afectada por los nervios me explicó la encerrona de Ángelo Bronte en la estación de tranvías, el atraco fallido al banco de Saint Denis, la muerte de Hosea y Lenny a manos de los Pinkerton, la detención de su marido, y como el resto de los hombres se hallaban en paradero desconocido.

En vista de que se aproximaban una cincuentena de Pinkerton y su intención no era la de hacer prisioneros, el tiempo apremiaba. Entre Abigail y yo comenzamos a apurar a los integrantes del campamento para que recogiéramos todo y nos pusiéramos en marcha. A ritmo acelerado cargamos las carretas, desmantelamos el campamento y antes de marchar dejé una nota en clave para Arthur a nombre de "tío Tacitus."

Una vez que estábamos listas, dirigimos nuestros carruajes hacia nuestro nuevo asentamiento, desviándonos por Rhodes, donde se encontraba el puente más cercano, después de volar los dos puentes aledaños a Caliga Hall. Al tener que dar un rodeo considerable, tardamos más de lo que habría sido habitual si hubiéramos cruzado por las inmediaciones de Caliga hall, pero por otro lado, de esa manera evitábamos el riesgo de encontrarnos con los Pinkerton. Después de un día de cabalgata, Charles y yo nos adelantamos con la intención de expulsar a los ocupantes de Lakay.

A nuestra llegada, desde la distancia observamos a un grupo de salvajes conocidos como "el pueblo de la noche" que se habían asentado en el poblado abandonado. Charles y yo utilizamos el sigilo para despachar a la mayoría y a golpe de revolver eliminamos a los pocos que quedaban. Algunas horas después llegaron el resto de los integrantes de la banda. En vista de que este asentamiento seria temporal no nos molestamos en descargar las carretas, pues solo estaríamos hasta que volvieran los hombres.

Al día siguiente, con la ayuda de Charles nos colamos en la Morgue de Saint Denis con el fin de robar los cuerpos de Hosea y Lenny y darles sepultura como era debido. La convivencia a lo largo de los días siguientes se volvió un poco complicada a causa de Molly que no dejaba de protestar porque yo tuviera más relevancia que ella, todo el mundo me pidiera consejo o me hiciera más caso que a ella y demás tonterías suyas. Karen se dio a la bebida con más frecuencia de lo que iba siendo habitual, añorando a su Sean por mucho que ella lo negara públicamente. Mary-Beth echaba de menos a Kieran, Abigail se apoyaba en mí aunque estaba preocupada por su marido tanto como Jack por su padre, y Uncle y el reverendo Swanson no dejaban de decir tonterías o causar su malestar al no aportar demasiado a la banda.

La paradoja de SadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora