Capítulo-1 La caída en el abismo de sombras

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-Sadie-

14-mayo-1899.

Grizzlies, Ambarino.

Nunca imaginé que el final del siglo estaría marcado por el peor año de mi vida. En el año 1899, Estados Unidos se estaba convirtiendo en una tierra de leyes, donde las pocas bandas de forajidos que quedaban eran perseguidas y masacradas. Los tiempos del salvaje oeste donde campaba la anarquía, el pillaje, la venganza y los tiroteos estaban a la orden del día. llegaban a su fin.

Sin embargo, Jake y yo vivíamos alejados de todo eso. El rancho Adler se encontraba al norte de Grizzlies, en la región de Ambarino, rodeados de cientos de kilómetros de agreste paisaje. Tan distanciados del resto de la civilización que difícilmente nadie se aproximaría a nuestras tierras por causalidad.

La primavera de ese año se tornó extraña, sufriendo una gran nevada y gélidas temperaturas que nos impedían salir de casa, la chimenea ardía con más fuerza que el mismísimo infierno. El comienzo del fin de mi vida tranquila se produjo tres días atrás. Jake y yo cenábamos entre agradables conversaciones, súbitamente escuchamos el estruendo de decenas de caballos aproximándose. Jake miró por la ventana informándome de como una turba de al menos 20 jinetes se aproximaba a paso acelerado. Pese a coger mi rifle con el fin de defender nuestro rancho entre los dos, Jake me hizo ver que eran demasiados. Contra mi voluntad me obligó a refugiarme en el sótano, para poco después cerrar la trampilla tras de mí. Durante unos segundos permanecí en penumbras hasta que encendí mi candil.

Poco después escuché como Jake conversaba con los extraños que se acercaron a nuestra puerta. La conversación fue subiendo de tono hasta que oí algunos disparos y un grito ahogado. Al instante supe que Jake había sacrificado su vida por protegerme, él estaba seguro de que ni siquiera los dos juntos habríamos podido con los intrusos. Pese a rogarle que me acompañase, se negó, pues el hecho de que el rancho estuviera vacío a esa hora de la noche habría resultado sospechoso, y en el caso de que registrasen la vivienda no habrían tardado en encontrarnos. Desde la rendija del suelo pude ver al desgraciado que le quitó la vida a mi marido, un tipo alto y robusto con el que pasaría cuentas algún tiempo después en el futuro. A continuación pude observar cómo los forajidos saqueaban nuestras pertenencias, maldecían, blasfemaban y reían sádicamente. Apresuradamente apagué el candil para que la luz no escapara por las rendijas. Tal y como Jake había colocado la mesa sobre la trampilla no podrían encontrarme, pero tampoco podría salir, aunque solo el hecho de intentarlo me hubiera llevado a la muerte, tiroteada por la panda de degenerados que asaltaron nuestro hogar. Enseguida identifiqué al líder de los forajidos, por el desprecio con el que se dirigía a sus subordinados. Larguirucho, con el cabello largo, la barba y el bigote grisáceos. Su rostro me resultaba familiar sin saber por qué, sin embargo, aún no logré recordar de que lo conocía.

Después de maldecir por el frio del exterior, increpó a sus hombres por perder el tiempo, les exhortó a que se llevasen lo que encontrasen de valor, y posteriormente comenzaron a abandonar la vivienda. Únicamente dejó a una decena por si alguien más se acercaba al rancho.

Los tres días siguientes para mi fueron una pesadilla, una pesadilla que hasta ese momento desconocía cuanto se dilataría en el tiempo. Apenas pude dormir, la perdida de mi esposo me causó tal vacío que no era capaz de comer nada. Siempre me había caracterizado por mi duro carácter, no dispuesta a que nadie me doblegara, aun así, me sentía impotente, prisionera de una situación que no era capaz de controlar. Rodeada de oscuridad, pues de haber encendido el candil, la luz de este me habría delatado. Los forajidos pasaron los tres días siguientes bebiendo, emborrachándose y jugando al póker, según podía deducir por sus conversaciones. Hambrienta, aterida de frio, desolada por la pérdida de mi esposo, me sentía como si el tiempo se hubiera detenido en una pesadilla que nunca acabaría. Tres años de feliz matrimonio acabaron súbitamente con dos disparos mortales, que me arrebataron lo que más amaba en este mundo. De pronto, después de haber perdido la noción del tiempo, noté como los hombres comenzaron a ponerse nerviosos. Algunos de ellos salieron. Escuché algunos disparos, un tiroteo que duró unos instantes, el resto de los forajidos abandonó la estancia, más disparos, gritos y maldiciones y luego silencio, un profundo silencio que no auguraba nada bueno. La puerta volvió a abrirse y entraron dos desconocidos. Uno de ellos mostraba un porte elegante, desde mi posición solo podía ver su abrigo cubierto de nieve. El otro desconocido parecía más rudo por cómo se movía y en su modo de actuar. Registraron la casa como si buscasen cualquier cosa que hubieran pasado por alto mis anteriores ocupantes. Luego volvieron a salir. Por unos segundos el silencio volvió a reinar en el ambiente. Mis esfuerzos por empujar la trampilla fueron inútiles, Jake debió de asegurarse de que quedase fuertemente atrancada para que no la descubrieran.

La paradoja de SadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora