IV

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Ese hombre severo e implacable, que tanto amaba, estaba a escasos metros de distancia.

Su traicionero corazón comenzó a latir desbocado. La ansiedad se apoderó de sus débiles nervios.

Necesitaba sacar a su jefe de allí antes de que sus papás regresaran.

- Nicolás. Voy al baño. - Le dijo con nerviosismo a su amigo y colega.

- Yo la acompaño. - dijo sin vacilar. - Porque yo soy su novio. Además... - rascó su cabeza, como buscando algún motivo traspapelado. -Para eso me paga.

- ¡No! - contestó apresuradamente. - Usted me espera aquí, yo no me demoro.

- ¿Usted está bien? Porque esos ojitos yo me los conozco. - Se acercó al rostro de Betty. Desde el ángulo de Armando, aquel gesto pudo malinterpretarse y provocó efectos devastadores en él. -Usted está como asustada.

- ¡Ay, Nicolás! - reajustó sus lentes y retrocedió un par de pasos, deshaciéndose del agarre de su amigo. - Ya déjese de boberías.

- No son boberías. - la tomó de la mano. - Usted ha estado muy rara toda la mañana. - La miró fijamente a los ojos, como escudriñando sus expresiones al detalle. - Venga, que yo la voy a acompañar.

- Nicolás. ¡No sea idiota¡ - Masculló entre dientes. - Quédese aquí. - sentenció con voz fuerte. Y se deshizo de un tirón del enganche de manos.

Nicolás Flamidio Mora Sifuentes conocía el carácter fuerte de su amiga. Y temblaba cuando ella le hablaba de esa forma tan inflexible.

- Está bien jefa. Pero no se ponga brava conmigo, mire que se le puede cansar el novio. Y ese es un lujo que usted no se puede dar. - carcajeó con gracia para amenizar el mal humor de su amiga. Pero a Beatriz no le pareció ninguna jovialidad. - Yo la espero aquí. - se resignó y guardó ambas manos en los bolsillos de su pantalón anticuado.

Beatriz apresuró sus pasos hasta la salida del invernadero. Sus ojos avellanados bailaban inquietos por el lugar, buscando ese rostro que conocía a la perfección.

Las personas a su alrededor la observaban con curiosidad. Ella ya se había acostumbrado a esa clase de miramientos.

Ajustó sus lentes con inquietud, aunque no fuese necesario.

- ¿Por qué tan nerviosa, Beatriz? - Una voz ronca detrás de ella la hizo sobresaltar. - Hace un rato estaba muy a gusto con su amigo. - los celos se evidenciaban en su tono sarcástico.

- ¡Doctor! - Llevó ambas manos a la altura de su corazón. - ¿Qué hace usted aquí? - la sorpresa no se escondió es su tierno rostro. Giró su cuerpo precípitemente hacia su interlocutor, pero no tuvo el valor de conectar con esos ojos implacables.

- ¿Interrumpo? - Ignoró la pregunta de su asistente. Clavó la mirada en dirección a un distraído y desgarbado Nicolás.

Armando no alcanzaba a distinguir ninguna facción del rostro de ese muelón, sólo podía percibir que era un gran idiota.

Ese tipo no representaba ningún ejemplar de competencia para él, pero, sin embargo, Beatriz prefería estar con ese nerd.

- Don Armando. - giró su rostro hacia la misma trayectoria que su jefe y divisó a un Nicolás azorado con algún insecto que volaba a su alrededor. - ¿Qué hace aquí?

- Vine a hablar con usted. - reacomodó las mangas de su bléiser negro. - Vine a que aclaremos las cosas. - Enjuició.

- Doctor, no tenemos nada de qué hablar. - su voz era apenas un hilo entrelazado a sus cuerdas vocales. - Ya todo está claro. Esto se acabó. Terminamos - la última frase quemó su garganta y traspasó el pecho de Armando como un carbón encendido.

Esto se acabó. (Armetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora