Aquella mañana se pintaba bastante ajetreada para Beatriz Pinzón.

Sus emociones se descolocaron desde el mismo instante en que recibió la llamada de doña Claudia Elena, solicitando una reunión extraordinaria con el presidente de Ecomoda.

Ya que, según parecía, el contrato debía ser reestructurado con la finalidad de adoptar un nuevo modelo de negocio donde ambas empresas adquirieran mayores beneficios.

Beatriz se excusó ipso facto, argumentando que su jefe acudiría a unas citas esa mañana y luego debía asistir a un almuerzo con San Remo.

Armando alcanzó a escuchar la conversación. Dirigió sus pasos hasta la oficina de su asistente y le hizo señas arrugando su nariz, para saber con quién estaba hablando Betty.

Ella, muy diligente, pero con cierto temblor en su voz, cubrió la bocina y mencionó aquel nombre que, hacía apenas unos meses arrancaba suspiros por parte del hombre que tenía en frente y que seguramente había sido protagonista de algún sueño concupiscente.

- Es doña Claudia Elena, don Armando. - Se dibujó una alegría indeleble en el semblante de él, reajustó las mangas de su bléiser y alisó las solapas. Como si la mujer al otro lado de la línea pudiese verlo. - Dice que necesita reunirse con usted antes del mediodía. Pero no se preocupe, ya le dije que su agenda está... - Fue interrumpida por la actitud firme y decidida de su jefe.

Él se encaminó hacia la chica de sentidos enmarañados y le extendió la mano para que le permitiera tomar el teléfono, impidiéndole terminar su discurso.

- Hola Claudia, que rico escucharte. – Esa sonrisa de hoyuelos tiernos y esa mirada seductora, que la hacían temblar, se habían instaurado en el rostro de su jefe. – Sí, claro. Sabes que para mí es un placer tenerte acá. – la chica desvió su mirada al computador. Mordió ligeramente su labio inferior y comenzó a teclear números al azar, para llenar la hoja de cálculos que alumbraba en su monitor. Pretendía, con ese incauto gesto, demostrar que aquello no tenía la menor importancia. - Ya mismo le digo a Betty que cancele todas mis citas. No, no te preocupes. Acá te esperamos. – Colgó el teléfono, dio una fugaz palmada y frotó sus manos, como si estuviese a punto de degustar un delicioso platillo. – Betty, ya escuchó, cancele todas mis citas y prepare los documentos que necesitamos, pídale a Sofía el último reporte de ingresos. Usted ya sabe lo que tiene qué hacer. – Le guiñó el ojo se retiró.

Beatriz farfulló la última frase de su jefe en un tono burlón y casi imperceptible. Arrugó su nariz, alzó las cejas y frunció sus labios en una mueca desagradable.

- "Usted ya sabe lo que tiene qué hacer". ¡Pendejo! – Se permitió aquella mofa para desahogar su molestia, reacomodó sus lentes y volvió a sus labores.

Aquella insignificante e inocente mofa fue una defensa contra la incomodidad que le proporcionaba la insólita circunstancia.

Eficazmente, realizó las llamadas requeridas para dejar libre la agenda de su jefe.

Beatriz observó fijamente la puerta durante un tiempo indescifrable. Un silencio ensordecedor la recubría por completo. Estrujó sus manos bajo el escritorio y torció su boca en un gesto que reflejaba preocupación, apenas si parpadeaba.

La presencia de aquella mujer la enturbiaba en gran manera.

No podía evitar los recuerdos que afloraban en su memoria prodigiosa.

Cómo aquella noche, en el coctel de Rag Tela, él la había olvidado por quedarse conversando con la ex reina de belleza.

Rememoró metódicamente aquel día cuando recorrió junto a don Armando los pasillos de Macro Textil. Él dijo abiertamente que estaba dispuesto a comprar todas las telas, la fábrica, incluyendo todo lo que hay en ella, a los empleados. Y a las ingenieras químicas, por supuesto.

Esto se acabó. (Armetty)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora