Prologo - Una coincidencia del destino

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No son más de las diez de la mañana y ya están los de siempre tocando los huevos, joder

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No son más de las diez de la mañana y ya están los de siempre tocando los huevos, joder.

Puede que esté llegando tarde, pero escucho los berridos de la de Química desde las escaleras. Dios, ¿este instituto tiene escaleras infinitas o algo así?

Llego hasta la puerta de mi clase, 2ºA de Bachillerato, y llamo a la puerta, cansado por toda la que acabo de liar... pero bueno, era necesario. Aunque como me duelen las piernas, joder.

Esto de que las clases de bachillerato estén en el quinto y último piso es una puta mierda.

—¡Adelante! —chilla la profesora desde dentro. Mierda, se le nota la mala hostia desde aquí. Estoy bien jodido.

Abro la puerta mientras suspiro, y al instante la encantadora Sosa, la profesora de Química (si, lo repito por si no quedo claro), me fulmina con la mirada.

—¿Pero qué tenemos aquí? ¿Es el señor Méndez honrándonos con su presencia? ¡Lo que ven mis ojos!

¿Cuánto veneno puede expulsar una sola persona en una frase? Bueno, ambos podemos jugar a este juego.

—Así es, querida profesora mía. En este hermoso día, de lluvia, he decidido honrarles a ustedes con mi maravillosa presencia —digo mientras hago una pequeña reverencia y todos estallan en carcajadas.

Veo cómo la Sosa se pone roja, seguramente de ira, y se levanta para acercarse a mí.

—¿¡Como te atreves a hablarme así!? —me grita en la cara. El aliento le huele a atún. Qué asco de señora, joder.

Me agarro el codo con una mano y con la otra me agarro el mentón, fingiendo que estoy pensando, lo cual solo la hace enfadarse aún más. Pero de perdidos al rio, hace mucho que no piso el despecho de la jefa de estudios, seguro quiere hablar conmigo un rato.

—Usted fue la primera en atacar verbalmente, mi buena Sosa. Oh perdóneme usted, quería decir señorita Nuria. No me lo tenga en cuenta, por favor, no ha sido más que un desafortunado accidente obra de una ligera (y probable) enajenación mental por mi parte —cuando termino de hablar, nadie se está riendo. Si por algo es conocida la Sosa es por que odia ese mote y explota cada vez que lo escucha, ósea que, ¿listos para la explosión? Tranquilos, yo tampoco.

Me cubro los oídos y la mayoría de los chavales de la primera fila hacen lo mismo, esperando que detone, pero aún con esas no funciona en lo más mínimo.

Para ahorrar drama, os diré solo que la ristra de gritos que lanza la Sosa es tan alta que hasta logré ver, desde el umbral de la puerta, como se asomaban algunos otros profesores a ver qué ocurre, al verme a mí en el pasillo suspiraban y volvían a cerrar la puerta, pero no hice nada, del todo, fue la loca de la Sosa chillando.

—¡No puedo creer esta falta de respeto! ¡Se acabó! —suelta, casi sin aire, mientras se gira y camina dando pisotones hasta su sitio tomando grandes bocanadas de aire. Escribe rápidamente en un papel, que estoy seguro de que es un parte (otro para la colección, ¡yei!), y luego se acerca nuevamente a mí, para después girarse y mira hacia una de mis compañeras, concretamente la delegada de la clase.

Mi extraño compañeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora