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La señora alguna vez pidió una consulta con el psicólogo escolar, para que le ayudase y le diera una opinión profesional acerca de Sunoo.

Le explicó que su enajenación hacia mi era inusual y al mismo tiempo común. Los autistas regularmente solían aferrar sus atenciones a conductas u objetos, a rutinas y a palabras, no a personas.

Todo eso terminó por aferrar también a la mujer a mi. Tenía puestas sus esperanzas en mi, porque yo era al parecer lo único que generaba un avance positivo en la vida de su hijo. No quería que me alejara.

Y yo la entendía, era sólo una madre vieja que quería que su hijo pudiese vivir como cualquier persona normal en el mundo.

Me amarró a Sunoo, y yo no pude hacer nada para evitarlo.

Sentía algo por Sunoo, era algo muy bonito, porque la manera en la que me hacía sentir el hecho de que me necesitara era hasta cierto punto, cálida.

Además, me gustaba saber que sólo yo podía conocer lo que escribía en sus cuadernos, los cuentos e historias que inventaba, los dibujos y trazos que desechaba, los libros que le gustaba leer, las sonrisas que nadie más podía ver...

Yo era el único dueño de todo eso, Sunoo me hizo el único merecedor de eso.

𝙡𝙖𝙩𝙞𝙙𝙤𝙨  heesunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora