O4

80 18 5
                                    

Entonces Sunoo se sentaba conmigo todos los días en los descansos. Me seguía a donde iba sin decir ninguna sola palabra, se acostumbró a estar conmigo, y yo no podía quejarme.

Su torpeza social era solo un síntoma de su discapacidad. Él no hablaba con nadie. A penas e intercambiaba unas cuantas palabras con su madre, a penas y la miraba.

Pero sin embargo a mi me miraba, y tomaba de la mano, me sonreía con frecuencia y pronunciaba mi nombre siempre que necesitaba algo.

Era un sentido de posesión que había adquirido. Y a su madre le resultaba impresionante, y casi milagroso, después de lo poco que se sabe acerca del autismo.

A mi también me lo parecía, de acuerdo a lo poco que sabía. Tenía entendido que muchos de ellos no sólo carecen de sus habilidades sociales, sino que podían sacar a relucir sus obsesiones en momentos y maneras inapropiadas, pero la manera en la que Sunoo se relajaba cada vez que enredaba su mano con la mía me daba a entender que eso no podía ser inapropiado de ninguna forma posible.

Sabía que emocionalmente todo podía salirse de control al instante, el menor incidente podía convertirse en una crisis, lo que no molesta a la mayoría de las personas lo podría molestar a él, sus problemas de comunicación lo condujeron cruelmente a la inseguridad social, el contacto visual también era un problema pues las personas no autistas mal interpretaban su falta de contacto visual con indiferencia o falta de respeto, luchaba con la intimidad porque repelía con potencia cualquier acercamiento, interactuaba de distintas maneras, conocía otro mundo.

Y era un mundo que estuve dispuesto a conocer, porque él estuvo dispuesto a mostrármelo.

𝙡𝙖𝙩𝙞𝙙𝙤𝙨  heesunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora