Lucas

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"El miedo, como un fuego ardiente, consume nuestros sueños y esperanzas, dejándonos atrapados en un laberinto de terror y desesperación."

3

Los sueños son como estrellas distantes en el vasto cielo nocturno de nuestras vidas, destellos de esperanza que nos guían en medio de la oscuridad y nos motivan a querer vivir. Son esos anhelos, que, como fuegos ardientes en nuestro interior, nos impulsan a buscar un propósito y a trazar un camino.

Pero, ¿qué ocurre cuando esos sueños y anhelos chocan con la dura realidad? ¿Qué sucede cuando la vida nos recuerda, con crudeza implacable, que no todos los deseos se cumplen?

Cada paso, cada desafío, nos moldea y nos transforma. Y sí, pueden desvanecerse como estrellas fugaces, pero los recuerdos, las experiencias y las lecciones perduran en nuestra memoria y en la de otros. Por eso, mientras los perseguimos, valorar el viaje es esencial.

Cuando Daniel cruzó la puerta de la mansión y entró, creyó que en un punto de esa acción se había quedado dormido, porque lo que estaba delante de sus ojos era completamente irreal.

Se encontró en un mundo distorsionado. Los pasillos se extendían hasta donde alcanzaba la vista, una maraña retorcida de corredores y habitaciones interconectados por una arquitectura imposible. Espejos antiguos cubrían las paredes, reflejando su propia imagen en muchas direcciones. La luz de su linterna rebotaba en los cristales desgastados, creando destellos fugaces que solo aumentaban la sensación de desorientación.

La disposición de los espejos era extraña y caótica, como si hubieran sido colocados al azar para representar el típico escenario de una película de terror. Daniel tenía la horrible impresión de que cada reflejo ocultaba algo más allá de su propia imagen. Sombras acechantes se movían detrás de los cristales, como si fueran presencias invisibles que observaban cada uno de sus movimientos.

Daniel avanzó con cautela, con los ojos casi desorbitados y la garganta seca. Entonces, notó algo aún más perturbador: los reflejos atrapados en los espejos comenzaron a moverse, a separarse de las superficies reflectantes. Eran figuras etéreas, espectros pálidos y difuminados que emergían con gestos de advertencia y desesperación.

Uno de ellos, un hombre mayor con ojos vacíos y manos temblorosas, se acercó a Daniel y extendió una mano huesuda hacia él. Su voz, un susurro débil y quebrado, resonó en el aire enrarecido.

—¡Sal de aquí! —imploró—. Esta mansión es una trampa, un laberinto sin fin. No hay escapatoria y él está ahí.

Daniel retrocedió, con el corazón latiendo desbocado. Otros reflejos atrapados se acercaron, cada uno con su propia advertencia desesperada, pero otros más parecían haber perdido todo rastro de humanidad, con una expresión de agonía, como si hubieran perdido la escancia misma de la vida.

Allí comprendió, que lo que había leído en la biblioteca, en realidad, se había quedado pequeño, en comparación con la imagen que se le presentaba.

Entonces, entendió. Aquellos reflejos, eran las almas perdidas de quiénes habían entrado en la mansión antes que él, condenadas a vagar en sus propios infiernos.

¿Debía huir?

Antes de hallar alguna respuesta, algo más le aterró todavía más, vio detrás de los espectros, una figura oscura y siniestra, se movió con parsimonia y se materializó en medio de los espejos. Sus ojos brillaban con una malicia inhumana, y una sonrisa retorcida se extendía por su rostro.

—Bienvenido a mi dominio —susurró la figura oscura, con una voz que parecía emanar de las sombras mismas—. Al fin, Daniel.

El aire le faltó, cuando vio la figura avanzar hacia él, rodeado por los espectros atrapados en los espejos. Lo que eso fuera, le permitió observar que estaba a punto de vivir el horror más grande de su vida.

La Mansión de los SilenciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora