El lomo de un lobo era perfecto sin necesidad de una montura, suave, cálido, firme a la vez. Fengxian no necesitaba de correas ni estribos, no necesitaba sillas ni rodilleros o una manta siquiera. Su padre no había criado a alguien débil e inútil.
Pero su padre ya no estaba más.
Los días eran largos, aún en el lomo de su fiel compañero de viaje. Gou era enorme y su pelaje lo protegía del frío por las noches. Era un silencioso espectador de sus peleas, y como si fuese un obediente perro casero, se comía sin problemas las sobras de los contrincantes derrotados por su amo. Pero no hacía más.
No es que Fengxian necesitara mucho más tampoco. Era un chico de pocas palabras, con una mirada fría y un corazón de piedra, capaz de enfrentar a los oponentes más fuertes y defenderse de los depredadores más feroces. Pero en algún lugar de su ser reposaban todavía los recuerdos. Y dolían, de una manera que LüBu no sabía cómo describir.
Esa extraña sensación de frío aún en las noches más calurosas, porque faltaba esa presencia a sus espaldas intentando darle su espacio aún sobre la esterilla destinada a un único usuario.
Esa punzada de hambre en el estómago aún después de los más grandes banquetes, que carecían de cierta sazón a pesar de que LüBu fuese diestro en la cocina desde temprana edad.
Esa extraña comezón en su cabello rebelde y desordenado, que tan solo el viento llegaba a peinar, porque faltaba la caricia de esa mano pesada. La mano que había sostenido ese fatídico día, desprendida de su propietario, mientras una furia como ninguna otra empezaba a bullir en su interior, cargada de deseo de venganza.
No es como que tuviese alguien a quién describirselo de todos modos.
Y al final, todo eso que hacía falta, no sabía cómo suplirlo, ni tenía el deseo de averiguarlo. En alguna parte de su corazón infantil, le aterraba llenar ese vacío y volver a perderlo todo, otra vez. No puedes perder aquello que no tienes, y bajo esa lógica tan simple, se aventuró al mundo olvidando todo aquello que una vez le llegó a causar dolor.
Y así pasó un año, luego dos, y tres, y sin darse cuenta, había llegado al fin del mundo montado en el lomo de Gou.
- ¿Qué lugar es este...?
Cuestionó en un murmullo, mientras descendía del lomo del viejo lobo. Hacia donde dirigiese la mirada le daban la bienvenida montañas, picos y cordilleras cubiertas de blanco, como silenciosos guardianes de la infinita pradera sobre la que sus pies se apoyaban, enfundados en gruesas pieles de jabalí. Sobre sus hombros reposaba un bello pelaje de oso, que no dudó en apretar sobre su cuerpo cuando una brisa helada descendió por las montañas, calando sus huesos sin piedad a manera de bienvenida.
- Gou...- Le dirigió la mirada al lobo, el cual se tumbó en el pasto con un suspiro cansado y extendió sus patas delanteras cuan largas eran, dando a entender a su humano que este era el final de su recorrido. Después de todo, cuando se conocieron, el cánido no era precisamente un cachorro. - ...oh...
El chino se arrodilló junto al animal, acariciando entre sus orejas con suavidad impropia de un guerrero, pero justa para un compañero. El viaje había sido largo, pero era momento de continuarlo con su propio andar.
El lobo soltó un chillido suave, un lamento. No era una disculpa, ni el arrepentimiento, y a LüBu no le costó mucho entenderlo.
- ...me hubiera gustado seguir el camino contigo - Cuidadosamente cerró los ojos del cánido, permitiéndole relajarse mientras apoyaba su cabeza en su gran lomo con una sonrisa en los labios, escuchando el latido de su leal corazón, cómo este se apagaba lentamente, hasta que el sonido por fin se extinguió - ...gracias por todo, compañero...
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Eindridi.
FanfictionDonde el pequeño LüBu encuentra al Berserker del Trueno en su camino, después de haberlo perdido todo.