Capítulo 1.

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ALEX.

Decir que estoy nervioso por empezar la universidad sería quedarme colosalmente corto. Decir que estoy jodidamente petrificado podría ser más exacto, pero no lo voy a decir porque, por un lado, maldecir es pecado, y por otro lado, si admito mi actual nivel de ansiedad, incluso ante mi propio subconsciente, podría llorar. Y eso es posiblemente lo peor que podría hacerme a mi mismo en esta situación extremadamente aterradora. Además de orinarme encima.

—Alex.

Dejo de mirar por la ventanilla del coche cuando siento la mano de mi madre sobre la mía, en lo que creo es un gesto de consuelo hasta que me doy cuenta que es para calmarme los dedos, que he estado repiqueteando con ansiedad contra mi rodilla.

—Alex, ¿te encuentras bien? Pareces un poco enfermo.

—Sí. Estoy bien —respondo, apretándole la mano—. Sólo estoy nervioso.

Jodidamente petrificado.

—Bueno, eso es normal —dice ella cariñosamente y mira a mi padrastro que está en el asiento del conductor y que se limita a asentir estoicamente, siempre poco interesado en mi angustia emocional—. Es un gran cambio. Todo el mundo está un poco ansioso por ir a la universidad por primera vez.

—Sí —asiento, porque aunque no estoy convencido de que todo el mundo se sienta así al empezar la universidad, en realidad no tengo nada más que decir.

Mi madre, sintiendo mis nervios persistentes, saca el rosario de oración de su muñeca y me lo pone en la mano. Lo miro: la pequeña cruz de madera, los nudos y cuentas que componen el rosario. Siempre lo lleva puesto.

—Llévalo contigo —dice en voz baja, con la mirada fija en las cuentas—. Como recordatorio de que siempre hay alguien que vela por ti y de que las cosas siempre salen bien. Lo usaba mucho cuando estabas fuera. —Levanta los ojos hacia mi cara y me dedica una sonrisa con ojos acuosos.

Sí, todo está saliendo bien. Todo está bien ahora, tal como se supone que debe ser. Soy justo como se supone que debo ser.

—Gracias, mamá —digo, y me coloco el rosario en la muñeca, metiéndolo bajo el puño de mi camisa abotonada. Luego vuelvo a golpear la ventana con los nudillos al ritmo habitual. Mi madre se limita a darme unas palmaditas en la rodilla y se da la vuelta para mirar al parabrisas, dejándome a solas con mi silencioso neuroticismo.

(***)

JAMES

—Así que, Max —digo cuando mi amigo entra en la cocina, con los ojos desorbitados y vestido de boxeador, y le meto un bol de cereales en la mano antes de que pueda siquiera terminar de bostezar—. ¿Quieres ser mi mejor amigo en todo el mundo y llevarme a Target?

Hace tiempo aprendí que Max es más susceptible de conceder favores cuando tiene comida en la boca.

—Ni hablar —rechaza alegremente, alargando las palabras con otro bostezo mientras me acepta el desayuno y se hunde en el sofá frente a Peter—. Los estudiantes nuevos se mudan hoy, ¿verdad? Ese sitio va a estar lleno.

No voy a admitirlo en voz alta, pero tiene razón. La perspectiva de entrar en una multitud de jóvenes de dieciocho años demasiado guais para ir a la universidad y padres demasiado emocionales es... poco atractiva. Pero debo trabajar el doble de turnos en el mostrador de ayuda al estudiante durante toda la orientación de los de primer año, así que esta es la última oportunidad que tengo de convencer a uno de mis compañeros de piso con coche a que me acompañe durante las próximas cuarenta y ocho horas. Por supuesto, todo esto sería mucho más fácil si uno de ellos me prestara su coche, pero le quitas el parachoques a uno una vez y...

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