La vida de los espíritus era inmortal, mas no infinita. Experimentaban más cosas que cualquier otro ser humano.
La Guarda era uno de ellos, uno de los espíritus más importantes y reconocidos entre su panteón. Su labor era guiar a las almas de los fallecidos al descanso eterno, sólo si estos decidían hacerlo.
Conocida también como la vulpina, su naturaleza curiosa y juguetona la han llevado a enterarse de varias cosas que han sucedido en el reino espiritual y el mundo mortal.
Como aquella vez que su curiosidad la llevó a seguir a Yasuo, al principio no le dio tanta importancia el camino que tomaba. Él se había detenido en un tramo para apreciar el florecimiento de varias flores que brotaban de los árboles. Se fijó en varias, pero sólo cortó una, la admiró con ternura, como si a sus ojos fuera lo más bello que alguna vez haya visto.
"No sabía que le gustaran las flores" Pensó la vulpina.
No muy lejos de ahí se encontraba el rio Tama. El espadachín se inclinó a la orilla de este para dejar que la flor fluyera por sus aguas. La vulpina la siguió rio abajo, preguntándose por qué la dejó ahí.
Vaya fue su sorpresa al llegar hasta el final y ver a Riven acogiendo a la flor entre sus manos, viéndola de la misma forma que Yasuo lo había hecho.
Tal acto de amor la cautivó. El romance entre los Akana y los Kanmei era posible pero no bien visto. Eran el poder de fuerzas opuestas que no debían juntarse para mantener el equilibrio. ¿De qué? Ni siquiera ella lo sabía.
Pero la vulpina hubiese preferido enamorarse de un Akana antes que de un humano...
Si los Akana no debían enamorarse de un Kanmei y viceversa, menos de un mortal, pertenecían a dos mundos distintos donde habían claros límites que no se debían cruzar.
A veces su curiosidad terminaba siendo una maldición. No era su plan enamorarse, si hubiese sabido que caería en las garras del amor ese día que visitó el mundo mortal, hubiera evitado a toda costa encontrarse con el ser que invadía sus pensamientos y le sacaba suspiros como una adolescente.
Ese día, o más bien, esa noche aventurándose por el mundo mortal había descubierto dos facetas del hombre que llamó su atención: la del tipo rudo, un jefe de una aclamada arena de batalla, esa versión que se creía intocable pero perdido en la cotidianidad y la otra, el hijo bueno y atento, siempre intentando enorgullecer a su madre protegiéndola de su otra cara. Settrigh, ese era su nombre.
Todas las noches lo visitaba, o más bien, lo observaba a lo lejos, poco a poco fue perdiendo el miedo y se fue acercando más, pero aún no la notaba. No quería aparecerse físicamente ante él todavía, por lo que comenzó a dejar las mismas flores que Yasuo le regalaba a Riven como una forma de demostrarle su amor.
Los meses pasaron y esta vez, la vulpina quería dar un paso más y presentarse físicamente al jefe. Tomó la forma de una mujer sin perder sus características zorrunas. Y consigo cargaba una flor igual a las demás para dársela a él. Pero ni bien entró a la arena estando cerca de sus aposentos, Yasuo se le interpuso.
—¿Qué estás haciendo, Ahri? —en un susurró algo elevado intentó llamar la atención de la vulpina.
—¿Yasuo? ¿Qué haces aquí? —sus ojos se alargaron de la sorpresa de verlo ahí.
—Tenemos que irnos —agarró el antebrazo de su compañera y la jaló para llevársela, desaparecieron del pasillo por medio de una pared sin puerta, para terminar en los campos del reino espiritual.
—¿¡A qué se debe esto, Yasuo!? —no sólo interrumpió sus planes sino que también la siguió, pero una vez más se sorprendió al ver a varios Kanmei alrededor de ella —¿Qué está pasando? —cuestionó la vulpina preocupada.
—Seremos directos contigo, Ahri —respondió Yone —. Tus visitas al mundo humano nos han estado preocupando.
—¿Qué tiene? Me gusta ir a ver, no es raro que viaje de aquí para allá.
—Ahri, como todos aquí, eres consiente de los problemas que puede causar el visitar el mundo mortal tan recurrentemente —habló la oveja.
—... ¿Me han estado siguiendo?
—Eres la menos indicada para indignarte porque hayamos querido saber la razón de tus visitas al otro lado —dijo Yasuo en un tono molesto —. Tienes que dejar de ver a ese mortal.
—¿... Qué? No les estoy haciendo daño a nad... —el espadachín la interrumpió con un tono más enojado.
—¿¡Qué no puedes ver el problema que estás causando!?
—¿¡Y qué tiene de diferente él!? ¿¡Qué lo hace diferente a lo que tienen tú y Riven!?
El espadachín volteó asustado hacia sus compañeros Kanmei por la confesión de la Guarda.
—E-Ella y yo no...
—Mientras no estabas, varias almas nunca tuvieron la oportunidad de ser guiadas, perdiendo el rumbo inmediatamente —interrumpió la Kindred —. Y si continúas así, Ahri. Te perderás en el mundo mortal como los humanos que alguna vez terminaron aquí. Tu labor es la más importante de todas, y sólo tú eres capaz de realizarla.
Cayó de rodillas sobre el pasto y las lágrimas comenzaron a salir una vez dicho lo que sus emociones intentaban opacar dejando a un lado su raciocinio. ¿Él amor solía ser así de peligroso?
—... Pero yo lo amo —sollozó.
Todos la observaron con preocupación, con pena.
—Entre tú y él no puede existir algo. Él es un humano y tú un espíritu —continuó la oveja —Si en verdad lo amas, dejarás que viva una vida en paz.
El jefe prefirió ver el show desde otro punto, su oficina y aposentos tenían un balcón que daban a la arena, se veía más lejana pero no tenía ganas de estar presente frente a toda la multitud. Su vida se sentía tan monótona, lo único nuevo era que siempre aparecían flores en su oficina, esto le llegó a preocupar hasta dejarlo sin sueño, ya que quien quiera que las dejara tenía libre entrada en sus aposentos.
Un tauteo lo alejó de sus pensamientos. Giró su cabeza hacia el origen del sonido encontrándose con un zorro blanco, de aspecto curioso y exótico. Tenía las patitas y la cola de color turquesa y en su rostro tenía patrones rosas y turquesas que parecían maquillaje. Lo último que notó en el animal pero que más lo sorprendió fue una flor igual a las que siempre encontraba en sus aposentos en su hocico. Con que era esta criatura la que las traía.
La vulpina se acercó a él para regalarle la flor. El jefe lo meditó unos segundos para después tomarla con delicadeza y cambiar la mirada de la flor al zorro que se había sentado sobre el balcón.
El hombre acercó su mano hacia el rostro del mamífero. La vulpina se apartó brevemente por la sorpresa, pero cambió de opinión sabiendo que podía confiar en él. El jefe acarició su suave pelaje, como si de una mascota se tratase. Pero para Ahri, su tacto la hacía derretirse por dentro.
El sonido de fondo de la arena terminó adormilando al mestizo, por lo que se apartó del balcón para ir a un paso cansado hasta caer en su cama sin molestarse en quitarse el calzado o el abrigo.
La vulpina lo siguió, acurrucándose sobre su pecho. Su respiración bajaba y subía tranquila al son de sus latidos apacibles.
A la mañana siguiente, el zorro blanco ya no estaba, sólo la flor que le había dejado.
Ahora ya no tenía que preocuparse por quién dejaba las flores, pero pronto se enteraría que esa habría sido la última.