Anteriormente había dicho que casi nada me ponía feliz y era muy difícil sacarme una sonrisa. Pero, ¿cómo puedo describir la felicidad y emoción que sentí cuando el jefe me dijo que me ascendió de puesto? Ya no iba a ser más su secretaria y tampoco iba a tener mucho trabajo.
—¡Muchas felicidades por el ascenso, Li!— gritó emocionado Sergio, dándome un abrazo y una pequeña cajita de regalo. Lo miré confundida por el obsequio porque no lo esperaba, normalmente me regalaba chocolates, golosinas o notitas de motivación, y ésta era la primera vez que me regalaba algo diferente—. Ábralo, por favor.
Ante su petición, destapé la cajita roja y dejé la tapa a un lado, viendo el interior del objeto un lindo par de aretes plateados y brillantes en forma de corazón. Eran muy bonitos pero no podía aceptar eso, ¿qué pensaría su padre si le dice que me regaló tal cosa? Podría malinterpretarlo y yo no quería eso, pues podía ser un regaño para él y un despido para mí.
—¿Tu padre sabe que me das esto?
—No, no lo sabe— negó sonriente—. Pruébeselos, por favor.
Relamí mi labio inferior y cerré la cajita, poniéndola en la mesa. Miré atentamente a Sergio.
—Escucha, Se, no puedo aceptar esto— recité despacio y pude notar la decepción y desilusión en su rostro.
—¿Por qué no, Li?
—Porque no quiero problemas con tu papá.
—Pero no tiene por qué saberlo, ¿no?
Bueno, tenía razón. Si él no le decía nada creo que era pasable, pero ¿qué pasaría si lo descubre? La situación sería peor.
De todas formas, sería muy grosero rechazar un regalo como ese. Podría jurar que él había entrado en varias tiendas para encontrar un par perfecto y que me gustara a mí. Él sabía que yo era muy difícil que me gustaran cosas así, pero lo que no sabía él es que sea lo que sea que Sergio me diera, lo atesoraría mucho. Nunca pensé en encariñarme tanto con una persona, sobretodo siendo seis años menor que yo.
—Por favor, acéptelos— habló haciendo un pucherito—. Tal vez no sean la gran cosa, pero... los elegí con el corazón.
Era como que un bebé le diera su chupón favorito a un anciano de claramente avanzada edad. Es decir, el bebé se esforzaba mucho para darle lo mejor al anciano cuando éste mismo se preocupaba del otro, cuidándolo inconscientemente. Y Sergio era ese bebé. Era un niño en un cuerpo de adulto que quería cuidar de mí; tal vez porque soy una persona diferente que todo le fastidia y siempre está con su cara de pocos amigos. Él quería cambiar eso.
La primera vez que sonreí estando con él, Sergio me dijo que era la sonrisa más bonita que había visto en toda su vida. Me dijo que tenía que sonreír más y que si no lo hacía, él sería el encargado de hacer eso. ¿Pueden creer lo lindo que es? Él era el hermanito que siempre quise y en verdad lo apreciaba bastante a pesar de que no lo demostrara.
—Son bonitos, Se. Mucho— señalé—. Pero no lo puedo aceptar. Es un regalo muy lindo, pero n-
—Vaya, vaya. ¿Desde cuándo se llevan tan bien?
Disimuladamente escondí la cajita al oír la voz del señor Chávez, su padre. Él no podía ver el regalo o sino me metería en problemas. Intenté disimular como la grandiosa actriz que soy, poniendo mi cara de pocos amigos y mirar a mi jefe desinteresadamente.
—Sergio me estaba felicitando por mi ascenso, señor Chávez— expliqué sin rodeos.
El hombre cuarentón asintió desinteresado, sabía que realmente no le importaba lo que hiciera su hijo. Es que, por Dios, era un ser sin sentimientos con el corazón de piedra, ¿acaso siquiera había llorado alguna vez?
—En fin, venía contigo para decirte que mañana daremos entrevistas para conseguirte una secretaria— explicó desinteresado—. Ya publiqué el anuncio en la página de la empresa.
Asentí, sabiendo que en verdad yo sería la que haría las entrevistas y él solamente se quedaría sentado sin hacer nada. No le decía nada porque Sergio estaba ahí y tampoco es como que le mentara en cara que fuera un mentiroso. Asimismo, no serviría de nada pelear, pues sabía que aún así no iba a poner de su parte.
Además, me vendría bien una secretaria, así no haría tanto trabajo y me ocuparía con documentos más importantes. Esperaba que la mayoría que presentarán la entrevista sean de mucha ayuda y no personas que realmente solamente están ahí porque sí. No confiaba en nadie y esperaba que los futuros empleados fueran de fiar.
—¿Puedo postularme para secretario, papá?
La inocente pregunta de Sergio hizo que me sorprendiera. Es decir, él aún estaba estudiando y me había dicho hace tiempo que primero quería terminar la universidad y luego empezar a trabajar. ¿Qué pudo haberle hecho cambiar de parecer?
El señor Chávez lo miró sorprendido y con duda, no entendiendo por qué su hijo quería trabajar para mí, o tan siquiera trabajar. Él era un poco estricto con Sergio, y era obvio que primero se debería de encargar de sus estudios y ya luego de su vida laboral.
—¿Por qué?
—Me gustaría empezar a independizarme y creo que esta sería una buena oportunidad para comenzar.
Sergio tenía un semblante calmado, totalmente diferente a la cara de molestia que tenía su padre. Quería reírme, pero debía contenerme. De todos modos, no creía que el Señor Chávez le dejara presentar su currículum, sobretodo si iba a trabajar para mí. Él parecía sospechar entre mi relación con su hijo, cuando solamente nos tratábamos de hermanito menor a hermana mayor. ¿Qué podría pasar por la cabeza de ese maldito cuarentón como para que lo malinterprete?
—Solamente ten en cuenta que no te tendré preferencia— aceptó rechistando—. Te debes de ganar el puesto.
En realidad pensé que lo rechazaría, pero no me sorprende la decisión que tomó. Sergio, por supuesto, se puso contento y agradeció a su padre por esta oportunidad y que no lo iba a decepcionar y bla bla bla. Esas cosas que dicen todos al ser su primera vez trabajando. Afortunadamente, no fui de esas personas; siempre traté indiferente cualquier cosa y así seguiría haciendo.
En fin, mañana me esperaba un largo día para buscar un esclavo.