EL BOSQUE DE ACERO. PARTE UNO

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Era un nuevo día pero las tareas eran las cotidianas, todos divididos en grupos hacían lo que les correspondía sin quejarse, unos ensillaban caballos, otros afilaban lanzas, algunos tensaban arcos y otros colocaban puntas en flechas, sin ninguna prisa o apuro, hacía mucho tiempo que no se acercaba ninguna a manaza y pensaban que así sería por más tiempo.

Fue un niño el que vio el humo negro en el cielo y dejando sus juguetes hechos por el mismo corrió a avisar a los demás, sin saber que pronto tendría que cambiar esos juguetes por otros muy distintos.

—¡Capitán! —llamó a gritos el niño al ver a los adultos y en busca de su líder. —¡Capitán! ¡Hay humo... —dijo jadeando— del otro lado del rio hay humo!

—Calma hijo, quizá sea algún cazador.

—Pero era mucho —continuó el niño recuperando despacio el aliento—, y estoy seguro de que vi el rojo de las llamas.

—Está bien, iremos a investigar —anunció al niño y a los demás que lo habían escuchado y que comenzaban a alarmarse.

El capitán llamó a un par de sus hombres, montaron sus caballos y se encaminaron hacia el rio donde el niño había visto el fuego, al llegar amarraron sus caballos y cruzaron el agua a pie, moviéndose despacio y silenciosos.

—No debimos de haber venido capitán, lo que hagan los vida-corta no es nuestro problema —dijo uno de los hombres.

—Lo sé, pero los demás escucharon lo que dijo el niño y si me quedo de brazos cruzados y se empieza a esparcir el rumor la gente comenzara a temer, no puedo permitir eso, un pueblo con miedo es un pueblo vulnerable. Además de que los vida-corta no deberían estar cerca de nuestro rio y menos prender fuegos, ese fue el tratado.

—Los tratados con ellos fueron hace más de trescientos años, no creo que quede con vida ninguno de los que estuvieron ahí ese día.

—Nosotros estuvimos ahí y seguimos aquí, esos tratados existen y si los quieren ignorar habrá guerra como la hubo antes —contestó el capitán dejando claro que las reglas debían respetarse.

El niño tenía razón había humo, ya no era tanto ni tan intenso, pero el olor a quemado permanecía en el ambiente. Al acercarse más al origen del fuego escucharon caballos y después a sus jinetes, eran al menos una docena de hombres cubiertos con extrañas corazas metálicas que reflejaban la luz del sol que se colaba entre los árboles.

Los vida-corta eran hombres muy parecidos a las hadas, solo que de estatura más baja que por lo que sabían para obtener fuerza física debían aumentar su peso y musculatura, lo cual les daba unos cuerpo un tanto deformes y hasta graciosos, tampoco vivían muchos años, ochenta y cinco o noventa si acaso, de ahí que los llamaran vida-corta.

—Así que son reales, el rey estaba seguro de ellos pero a decir verdad nosotros pensábamos que estaba un poco loco —habló el aparente líder de aquel grupo de vida-corta.

—Están en los límites que les corresponden de este bosque —dijo el capitán hablando mucho más lento de lo habitual ya que las hadas acostumbraban a hablar tan rápido a veces que para oídos extraños les podría parecer más como un zumbido—, y han incendiado vida verde que nos les pertenece —dijo refiriéndose a los árboles.

—Ah sí, solo fueron dos árboles, pero según el rey solo así podríamos hacerlos aparecer... y funcionó.

—Digan a que vinieron y váyanse.

—Digan a que vinieron y váyanse

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***NOTA***

Hoy 2 de Octubre damos inicio a nuestra temporada favorita del año, el Writober, sean todos bienvenidos.



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