PARTE CUATRO

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Orlanti regresaba junto con su esposo de una breve batalla contra los vida-corta, ellos siempre llegaban aparentando valentía pero corrían aterrados cuando veían que sus compañeros se convertían al instante en estatuas de metal con rostros desfigurados por el dolor. Ella le decía a su esposo cuanto anhelaba que la guerra se terminara para que su hijo dejara las batallas y encontrara una buena esposa con quien tener un hijo, entonces fue cuando escuchó a un pequeño llorar al lado de su hermano muerto pocos años mayor que él.

—Niño, deja a tu hermano que se haga uno con la tierra, la vida se ha ido de su cuerpo, regresa a tu casa e intenta vivir en paz.

Pero el niño enfundado en una armadura que le quedaba demasiado grande no paraba de llorar, entonces Orlanti bajó de su caballo para intentar consolarlo mientras su esposo aprovechaba el rio cercano para lavar su rostro confiando de que con quien se encontraban era solo un niño, entonces de repente el niño tomó dos flechas del carcaj que la mujer llevaba a sus espaldas y después de empujarla con fuerza corrió a clavarlas en el pecho del hombre quien se convirtió en una estatua de metal al instante; cuando la hada intentó atrapar al niño traicionero el que se encontraba aparentemente muerto se levantó empuñando una espada demasiado grande y pesada para él dejando caer por su propio peso sobre el brazo de su distraída víctima.

Ahora a Orlanti le faltaba un brazo y los niños estaban dispuestos a convertirla en una estatua mas con la lanza de su esposo, pero la furia que sentía por aquellos niños vida-corta la llenó de fuerza y con el brazo que le quedaba levantó al niño mayor por el cuello y cuando el menor lo quiso auxiliar golpeo su cabeza con la de su hermano rompiéndole el cráneo a ambos a la vez. Pensó en tan solo abandonarlos para que sus cuerpos se pudrieran pero no dejaría que semejantes sabandijas se hicieran uno con la tierra, tampoco los lanzaría al rio o los incineraría, de modo que sacando su hacha los descuartizó y metió las partes buenas y apetitosas en un saco, se acercó al campamento de los vida-corta y con la voz más melódica que pudo entonar los llamó dejándoles el saco colgado de la rama de un árbol y luego escondiéndose.

Los soldados del rey se comieron a los niños de su propia especie pensando que alguna dulce y amable mujer había dejado la carne ahí para ellos como muestra de buena voluntad por su lucha, mientras Orlanti veía satisfecha como esos hombres devoraban como perros hambrientos la carne y hasta chupaban los huesos de aquellos pequeños desgraciados.

Al llegar a su aldea con la estatua de su esposo a rastras y su brazo amarrado a su montura, Orlanti fue interrogada sobre lo ocurrido, ella contó lo que les había pasado pero omitiendo el haber engañado a los vida-corta para que se comieran a sus semejantes, un crimen demasiado bajo de cometer incluso contra sus enemigos. Jamás se arrepintió, siempre sintió que esos infelices se merecían lo que les hizo, pero cada que veía niños hada corriendo cerca de ella sentía infinita vergüenza ante ella misma.



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Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora