PARTE TRES

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—¿Por eso se llama el Bosque de Acero? —Ovliant asintió—. ¿Y eso no siempre es temporal? —El capitán de las hadas volvió a asentir aún más despacio.

—Si nuestras flechas o lanzas entran en contacto con el interior de un ser, sea cual sea, este quedara petrificado de por vida.

Ovliant señaló hacia un lado del claro donde se encontraban, el hombre con el que hablaba y los demás soldados miraron hacia donde les indicó y vieron lo que claramente era un tétrico sembradío de brazos metálicos que salían de la tierra y que la naturaleza aun no alcanzaba a cubrir por completo.

—¿Qué es eso? —preguntó el líder de los hombres temiendo a la respuesta que ya conocía.

—Son los hombres que pelearon contra nosotros en la última guerra entre hombres y hadas, antes de los tratados de paz, ninguno tuvo ni la más mínima oportunidad, no estoy orgulloso de mis actos, pero ante su olvido debo hacer uso de mi paciencia y bondad. Vete y no regreses.

Ovliant y sus hombres les dieron la espalda y emprendieron el camino a casa.

—¿Cómo harán para llevar su caballo hasta su reino? —preguntó uno de los dos acompañantes del capitán.

—No tengo idea y no me interesa. —respondió con desinterés.

Al llegar con su pueblo Ovliant dejó que sus dos compañeros les relataran a todos lo que había pasado, confiaba en que ellos los tranquilizarían, lo que él quería en ese momento era ir a casa y hablar con su madre, Orlanti, una hada que como él había sido capitana de ejercito cuando la guerra entre hadas y hombres iba comenzando y que en batalla había perdido un brazo, de modo que después de los acuerdos se retiró a su hogar y jamás volvió a empuñar una lanza o un arco.

—Madre, fueron los vida-corta los que provocaron el humo en el bosque, quemaron vida verde para llamar nuestra atención. Querían armas para pelear contra otros hombres... son demasiado estúpidos, aunque les diéramos mil armas nuestras jamás podrían lograr nada con ellas.

—Podrían lograr algo —dijo acariciando con pesar el muñón en su hombro donde debería estar un brazo.

—¿A qué te refieres?

—A algo que desearía jamás haber descubierto y que es mejor que nadie descubra, ni siquiera los nuestros.

—Madre, los secretos traen conflictos, si tienes algo que decir, dilo.

—Los secretos pueden atraer el conflicto, pero si se han ocultado es por vergüenza.

—No te entiendo. He venido a ti por consejo y solo me dejas con más preguntas.

—Hijo, mi tiempo se está acabando, las hadas podemos parecer eternas pero no lo somos, siento como la vida abandona mi cuerpo, mi rostro puede seguir siendo el mismo que cuando te traje al mundo pero estas canas en mi cabeza y la ceguera me dicen que el fin está cerca. No dejes que los vida-corta se apoderen ni de una de nuestras armas, jamás.

—Madre...

—Ovliant, hoy es el día, meteré mis pies desnudos en el rio, me tenderé en el y dejare que las aguas disuelvan mi cuerpo y por fin seré uno con la tierra que tanto amamos.

—Si tiene que ser hoy cuando partas entonces dime lo que sea que me pueda ayudar para mantener la paz.

—La vergüenza me lo impide, perdóname hijo mío, nos veremos cuando tu tiempo llegue y espero que ese día sea muy lejano.


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Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora