—¡Te pedí armas de hada, no un caballo de metal! —gritó el rey.
—Lo sé su majestad, pero el capitán de las hadas me dijo que esto era todo lo que nos podía ofrecer.
—Necesitamos acero de hada... mi abuelo me contaba que cuando un hada era lastimada por su propio acero y se convertía en metal, sus congéneres hacían con su cuerpo más armas, así mantienen el ciclo de sus propias vidas... —relató el rey más para sí mismo y casi como si estuviera dentro de un sueño.
—El claro donde estuvimos estaba rodeado de estatuas de personas petrificadas, su majestad.
—Pero eso no nos sirve —dijo el rey susurrando aun cuando estaban solos—, metal de humanos petrificados es metal cualquiera, necesitamos metal de hadas petrificadas, solo eso puede petrificar a otros seres vivos.
—¿Qué quiere que hagamos, su majestad? —preguntó esperando nuevas órdenes que seguro terminarían en tragedias.
—Debes regresar, vuelve ahí con cien hombres... no, con doscientos hombres y arrebátale de las manos a ese capitán el acero de hada, mátalo con su propia lanza y trae su estatua ante mí para con su cadáver armar a mis ejércitos.
—Sí, su majestad —respondió obediente—. Solo permítame tres días para organizar a mis hombres.
El rey asintió y le hizo un gesto con la mano indicándole que podía retirarse mientras empezaba a hablar aparentemente con su abuelo muerto.
—Capitán Dustgray—llamó el único hombre de confianza que había permitido que se quedara cerca durante su entrevista con el rey—, ¿en serio llevara a doscientos hombres al claro? El otro capitán dijo que los petrificaría a todos.
—Lo sé y le creo, el destino de mi caballo no será el de mis hombres.
—¿Entonces qué hará? —preguntó el soldado preocupado.
—Acabare con esto.
Cuando regresó al claro un hada estaba esperándolo.
—Se les advirtió que de volver a este lugar serian petrificados.
—Solo deseo hablar una vez más con su capitán —dijo alzando las manos—, vengo desarmado.
—Como si eso importara... —murmuró el hada con desprecio.
Entonces y concediéndole el beneficio de la duda, el hada bajo de su caballo, tomó una piedra del tamaño de su pulgar y la lanzó hacia donde se encontraba su campamento, lugar donde se encontraba Ovliant. El capitán de las hadas recibió la señal acordada por si lo necesitaban y acudió al llamado.
—Has vuelto. ¿Vienes a decirme algo bueno o vienes a morir?
—Vengo a proponerte un trato.
De regreso al castillo el capitán Dustgray pidió ver al rey una vez más y a solas. Al final de su charla ambos acordaron la salida de los doscientos hombres al siguiente día.
—Deberíamos celebrar con un poco de vino —Propuso el rey eufórico por su próxima victoria.
—Eso sería maravilloso, su majestad, hagámoslo en los jardines y aprovechemos para ver a las doncellas del palacio —Sugirió el capitán apelando a el gusto del rey por las jovencitas.
Mientras caminaban por los jardines el rey cayó inconsciente, y después de un mes sin despertar el príncipe heredero fue nombrado rey hasta que su majestad despertara, el príncipe Lionel Dustgray estaba a cargo de todo el reino, quien de forma veloz y eficaz detuvo la guerra que se avecinaba haciendo tratados comerciales que trajeron la paz.
Quitándose capa y corona, de nuevo con su vestimenta de capitán, Lionel Dustgray volvió al claro para verse por última vez con Ovliant.
—Ha funcionado y todo gracias a ti.
—Gracias a tu fortaleza, pocos se habrían dado cuenta de que esto era lo mejor.
—Ya era hora de que se comprara el bienestar de la mayoría con la con el sufrimiento de unos pocos.
—Serás un buen rey, Lionel —dijo estrechando la mano del vida-corta—, espero que jamás nos volvamos a ver.
—Al menos por los siguientes trecientos años no sabrás de nosotros.