Gorgona

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Mientras daban santa sepultura al cuerpo de mi reciente musa, pude notar entre la muchedumbre un rostro que, aunque apagado por sollozos, podría sustituir a la propia Friné en el cuadro de Jean-Léon. Podía ver en sus gestos como buscaba alejarse de todos para encender un porro, pero de una forma u otra no lo conseguía. De repente se ha desvanecido ante mis ojos la perfección de la que aludía, dejando cruelmente abierta mi imaginación.
Llega la noche, entre las ruidosas sirenas de la policía vigilante, buscando dizque un cruel asesino y la imagen de esa chica en mi cabeza, no consigo conciliar el sueño. Sus dientes eran simplemente perfectos, mordía sus labios y la punta de su lengua saboreando sobre ellos podía volverse el talón de Aquiles de cualquier persona, pero me ha tocado a mí. Era nuestro destino coincidir de esta manera.
Luego de una búsqueda exhaustiva he encontrado a esta chica saliendo del colegio, es solo una niña y ya fuma y se maquilla, es solitaria y parece no amar la vida. Usa una falda más corta que las demás, buscando sobresalir por sus malos hábitos, aparentemente en esto nos parecemos. No busca seguir al resto, quizás eso la haga más interesante. Observarla desde la ventana de su recámara, se ha vuelto mi rutina durante tres días, creo que ya estaré listo para presentarme esta noche.
—Hola, no te asustes— camino hacia ella de forma cautelosa pero seguro.
—¿Quién eres tú, por qué estás dentro de mi habitación, viniste a matarme?— Decía esto sin asombro, sin vacilaciones, sin buscar escapatorias como quien acepta su destino.
—¿Me tienes miedo?— Le pregunté
— ¿Cómo te llamas?— Solo eso me dijo— Sonreí suavemente mientras me acercaba.
—Mi nombre,
tan simple.
Tan vago y escueto.
Tan común en este enorme firmamento— murmuré, citando este poema de Lisbeth Castillo, que estaba seguro, me haría más intelectual, pero ella solo comenzó a reír.
—No quieres decir tu nombre, está bien, el mío es Allison— Extendió su mano dejándome perplejo. Desprendía tanta dulzura de su alma y aun así no me tenía miedo.
—Nunca he tenido sexo, pero me he estado preparando— Me habló de ello naturalmente como si lo estuviera deseando. Comenzó a desvestirse, dejo caer su albornoz y pude notar como gotas de sudor recorrían entre sus senos. Su cintura tenía la forma de una guitarra Fender, pero con el doble de elegancia y valor. Sus piernas eran el paraíso al que todos quisiéramos llegar luego de morir.
Se tumbó despreocupada en su cama, abrió sus piernas para mí y comenzó a tocarse por en cima del panti infantil que llevaba.
—Estoy lista— Solo eso dijo logrando conmutar mis planes por completo.
Me adentré entre sus piernas, tocando suavemente sus labios con mis dedos. Pasé mi lengua sobre su ombligo, deteniéndome a cada segundo para sentir su agitada respiración. Puse mi mano por debajo de su cintura y la apreté fuertemente. Mordí su cuello hasta que sangrara, sus gemidos, eran ópera para mí. Y mientras alcanzaba el punto máximo del placer genuino que la naturaleza me otorgó, miré a sus ojos. Yacía sensual y pura, ruda e inocente, notaba en sus labios húmedos como disfrutaba sentirme, aun así no entendía por qué lloraba.
Entonces, tomé mi puñal, mi fiel amigo y testigo de todas mis andanzas, nuevamente ayudándome a frenar el sufrir de un alma. Agarré su cuello y la besé apasionadamente en un intento por calmarla. Pude sentir como arañaba mi espalda y apretaba su vulva mientras yo eyaculaba, tal momento no tenía comparación alguna. Decidí levantar mi cabeza y sus ojos ausentes cantaban canciones tristes en un idioma desconocido, decían lo indecible. Solo pude pensar, que al menos ya no lloraban. En mis manos, sus ojos parecían artilugio religioso, se mostraban más valiosos que los de Santa Lucia. Ya no lloraba, incluso la sangre que brotaba de su rostro era más placentera que sus lágrimas. Decidí atesorar su mirada y me aseguré cercenando su boca que nadie más sucumbiera ante semejante sonrisa. Ultrajé cada parte de sí, como pirata en tierras desconocidas y me quedé entre sus piernas por otro rato para deleitarme con el sangrar de su garganta.
Ahora me despido, mi hermosa gorgona, tomaré tus ojos como el recuerdo de esta primavera que cesa y me iré victorioso porque pude sosegar tu llanto.

Crónicas de un Asesino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora