Me encuentro solo en medio de esta lluvia gélida, cuyas gotas caen como lágrimas congeladas que derrama el firmamento. En mi interior, una vacuidad profunda se entrelaza con un nudo angustiante en mi garganta. Las sombras bajo mis ojos se acentúan, y el dolor es tan abrumador que me deja incapaz de derramar una sola lágrima. Anhelo fundirme con el llanto que cae del cielo, pero me encuentro atrapado en esta ciudad serena. Soy un individuo parado aquí, sumido en la tristeza y destrozado por dentro. No deseo que la tierra me trague, ni imploro nada...
Solo me queda esta escena, o quizás, una película que se aproxima a su trágico desenlace.
Hace dos años, me encontraba en una nueva escuela, no era alguien que entablara muchas conversaciones, para mí, las personas venían y se iban, y nadie parecía querer acercarse a mí. Tuve solo un amigo, pero después, me quedé sin amistades, ni siquiera las mujeres me veían como compañero, era como si fuera un simple conocido.
Parecía que en este nuevo lugar, la situación sería la misma, solo que estaría completamente solo. No tenía expectativas, sin embargo, en la clase de biología, me encontraba solo en una mesa. Una chica estaba sentada detrás de mí, porque había llegado tarde y no había espacio para que se sentara con sus amigas. La profesora había terminado de explicar el tema, y ya era hora de hacer las actividades que nos había asignado. La actividad me resultaba complicada, susurré para mí mismo, hasta que detrás de mí, escuché a la chica decir: "—¿Quieres que te eche una mano?—". Esa pregunta me tomó por sorpresa, y respondí: "—Si quieres—", ya que no me gustaba dar órdenes. Ella cambió de asiento y se sentó a mi lado, comenzando a explicarme todo de manera clara.
Sin embargo, inconscientemente, empecé a entablar una conversación con esa chica. De repente, casi toda la hora se nos pasó en una charla sobre nuestras vidas, incluso preguntas un poco personales. Comenzamos a conocernos mejor, y en un momento le pregunté: "—¿Hey, y cuál es tu nombre? Estamos hablando así nomás, pero ni siquiera sabemos cómo nos llamamos jajaja. Yo me llamo Hernando Campos—". Ella me respondió: "—Bueno, yo me llamo Carmen Acosta. Igual, tienes un lindo nombre—", lo dijo con un tono dulce, y yo le respondí imitando su tono: "—El tuyo lo es más—". Ella se rió, pero la conversación se interrumpió por el timbre del recreo.
Salimos y mi salón estaba en el segundo piso. Mientras bajaba las escaleras, solo podía pensar en esa conversación mágica. Me alarmé un poco porque ninguno de los dos había tomado la iniciativa para algo más. En el patio, mis ojos ignoraban a todas las personas como si fueran árboles, pero cuando veían a ella, mi mirada se pausaba solo para apreciarla, aunque fuera por un segundo. Era la primera vez que me pasaba esto. Tal vez, ¿estoy enamorado?
ESTÁS LEYENDO
Una Lluvia Amarga
Short StoryBajo la lluvia de un atardecer sin promesas, se cruzaron dos miradas destinadas a perderse en un silencio eterno.