Los días se deslizaron como hojas de otoño en el viento. Mis intentos por acercarme más a Carmen se volvieron cada vez más frecuentes, aunque también más sutiles. Siempre buscaba oportunidades para estar cerca de ella, para escuchar su risa, para robarle una mirada furtiva, como un amante secreto. Había algo en su presencia que me hacía sentir vivo y, al mismo tiempo, me sumía en un torbellino de emociones confusas.
A pesar de mis esfuerzos, ella seguía siendo una figura distante. A veces, nuestras conversaciones eran fluidas y agradables, pero otras veces, parecía que el abismo entre nosotros se ensanchaba aún más. Era un juego emocional constante, un sube y baja de esperanzas y desilusiones.
Un día, mientras nos encontrábamos en la biblioteca de la escuela, decidí dar un paso más allá. Había comprado una rosa roja en el camino hacia la escuela, una rosa que representaba todos los sentimientos que había guardado en mi corazón durante tanto tiempo. La oculté cuidadosamente en mi mochila, esperando el momento adecuado para entregarla.
La ocasión se presentó cuando Carmen se sumió en la lectura de un libro en una esquina tranquila de la biblioteca. Me acerqué a ella, nervioso pero decidido. Extendí la rosa hacia ella y le dije: "Carmen, quiero que sepas lo especial que eres para mí. Esta rosa es un símbolo de todo lo que siento por ti".
Ella alzó la mirada sorprendida, sus ojos se encontraron con la rosa y luego con los míos. Hubo un momento de silencio incómodo antes de que ella respondiera. "Hernando, es hermoso, pero..."
Mis latidos se aceleraron y mi estómago se retorció. Sabía que esa palabra "pero" podría cambiarlo todo. "Pero, ¿qué?", pregunté con un nudo en la garganta.
Ella suspiró y miró la rosa con una tristeza en sus ojos. "Hernando, eres una persona increíble, y valoro mucho nuestra amistad. Pero..." Su voz titubeó por un instante antes de continuar. "No puedo corresponder a tus sentimientos de la misma manera".
Cada palabra que pronunciaba era como una daga que atravesaba mi pecho. No esperaba que fuera fácil, pero escuchar esas palabras me dolió más de lo que jamás había imaginado. "¿Por qué?" pregunté, luchando por mantener la voz firme.
Carmen desvió la mirada, como si buscara las palabras adecuadas. "Hernando, he pasado mucho tiempo pensando en esto. Eres una persona increíble, pero no siento lo mismo que tú. No sería honesto ni justo de mi parte iniciar algo más si no comparto esos sentimientos".
Mi corazón se hundió como una piedra en un lago. Había temido esta respuesta, pero enfrentarla fue una experiencia totalmente diferente. "Entiendo", murmuré, aunque cada parte de mí anhelaba que las palabras fueran diferentes.
Ella asintió con tristeza y luego miró hacia la ventana, como si estuviera buscando consuelo en el mundo exterior. "Espero que podamos seguir siendo amigos, Hernando. Tu amistad significa mucho para mí".
No quería perderla, no quería renunciar a lo que teníamos, pero también sabía que necesitaba tiempo para sanar y encontrar una forma de seguir adelante. "Sí, Carmen, yo también valoro nuestra amistad. Pero necesito un tiempo para procesar esto. Espero que puedas entenderlo".
Ella asintió comprensiva, y aunque intenté sonreír, sentía como si algo dentro de mí se hubiera roto irremediablemente. Después de ese día, mantuvimos nuestra distancia por un tiempo. Las conversaciones se volvieron escasas y nuestros encuentros menos frecuentes.
Pasaron semanas, luego meses, y aunque traté de volver a mi rutina diaria, el dolor persistía. Me encontraba atrapado en un bucle de preguntas sin respuestas, de pensamientos incesantes sobre lo que podría haber sido. Mi habitación se convirtió en un refugio donde las canciones tristes y las letras melancólicas llenaban el silencio, como si la música pudiera llenar el vacío que sentía.
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Una Lluvia Amarga
Short StoryBajo la lluvia de un atardecer sin promesas, se cruzaron dos miradas destinadas a perderse en un silencio eterno.