Castillo negro

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El frio arrecia en el exterior. Un páramo helado se extiende por todas partes y en todas direcciones. El invierno eterno vuelve a este paraje un bonito, a la vez que despiadado, cuadro inamovible. En el centro de todo esto, coronando la cima de un montículo, un castillo se alza imponente. La negra y antigua piedra resalta entre la blancura de todo lo demás.

Entre los muros de tan imponente castillo, escondido en algún lugar recóndito que no puedo situar, encerrado entre cuatro paredes igual de negras que las demás, allí, en esa habitación desde la que puedo observar solo un rectángulo del exterior, me encuentro yo.

No sé cuánto tiempo llevaré encerrado exactamente. Seguramente sean unos cuantos años, más de cinco quizá. Me encuentro aislado del resto del mundo, solo entre estas negras rocas. En mi pie un grillete de hierro frio se encuentra adherido y, unido a este grillete, una gran bola hecha de algún material parecido al papel.

La bola está compuesta por trozos de tamaño irregular, pegados entre sí por algún material muy potente. Hasta aquí todo sería normal, si es que la normalidad es estar encerrado con una bola atada. Sin embargo, la esfera a la que estoy encadenado tiene unas propiedades muy inusuales.

Como ya he comentado, la bola está formada por trozos de este extraño material. No obstante, la esfera no es un objeto de decoración. Lo único que sé es que, para poder salir de este negro castillo, he de ir quitando trozo por trozo hasta que la bola desaparezca. Quitar el más minúsculo pedazo supone un esfuerzo increíble, debido, creo yo, al material con el que están pegados entre sí. Lo extraño es que cada vez que los trozos van desapareciendo de la bola siento más frio, un frio punzante que me quema, pero, a su vez, si vuelvo a colocar los pedazos retirados un agradable calor me embarga, aunque solo sea por un pequeño instante.

Ese es mi dilema. Si quiero salir por fin de este negro castillo y poder irme a un paradisiaco lugar, más allá de este blanco y despiadado invierno, he de deshacer la esfera por completo. Mas a medida que avanzo en mi objetivo, el dolor llega siempre sin falta. Aún si este frio asesino se va con el tiempo, es un dolor insoportable y siempre termino volviendo a poner los pedazos en la bola.

La única forma de poder soportar el dolor hasta que desaparezca por completo es ir retirando los trozos poco a poco, en pequeñas cantidades. Este sería el método ideal para terminar con el trabajo encomendado, cual es el motivo de que aún no lo haya hecho os preguntareis. La respuesta es fácil y a la vez trae a la luz otra complicación con la que tengo que vivir.

No estoy solo en este castillo. Se que, al menos, existen otras personas también encerradas y condenadas, pero, aunque a veces hable con ellos no estoy seguro de si su existencia es real. Mas, de lo que, si estoy seguro, es de la existencia de la persona que nos trajo y nos encerró en este castillo. Llamo a este ente persona pues es como yo la veo, pero, según me han contado algunos de mis compañeros de cautiverio, adopta distintas formas dependiendo de la persona y su castigo.

Volviendo al tema, mi carcelera todos los días me trae unos cuantos trozos de aquel extraño papel y me obliga a pegarlo en la esfera. Ella dice que es por mi bien, para protegerme del frio que aumenta en intensidad cada día, pero ella hace muchas cosas por mi bien y sigo aquí encerrado.

Con todo esto, como podéis comprobar, esa solución tan fácil, consistente en ir quitando trocitos pequeños, poco sentido tiene, pues para poder lograr eso, primero tengo que despegar todo lo que haya pegado ese día. Teniendo en cuenta, en este hipotético caso, que sería capaz de anteponerme al frio y lograr un objetivo diario más el extra que le quite a la esfera, cosa que me cuesta demasiado. Y aun en este supuesto ideal tardaría una eternidad.

He intentado mil y una formas de escapar. He observado mil y una veces las negras piedras que conforman mi celda. Una ingente cantidad de veces he tratado de retirar rápidamente tiras de material, e ingentes cantidades de veces las he vuelto a colocar. Estoy cuerdo y a la vez ido. Cada día siento el más despiadado frio y el más sincero calor.

Podría ser peor, pienso a veces. Podría tener un castigo doble, al igual que uno de mis compañeros penitentes. Pero esas vanas ilusiones son solo eso, ilusiones. Que más me da a mi tener más o menos castigos si con solo uno ya veo imposible el escape de esta cárcel pétrea.

Ha habido veces que la bola se ha reducido hasta la mitad de su tamaño original y, aun con ese titánico logro, mi carcelera siempre me lo recuerda. Cada vez que experimento un mínimo avance, viene ella a recordármelo. "Felicidades, ahora solo tienes que resistir. Recuerda que añadir es más fácil que sustraer".

Aunque me duela, tiene muchísima razón.

A pesar de que el invierno es eterno, debido a mi larga estancia, ahora puedo percibir claramente como a veces el tiempo se recrudece. Un invierno dentro de otro. Algo inaudito, pero tan real como esta bola y estas solidas paredes. En estas épocas de frio extremo no puedo evitar engordar la pelota. Cada vez son más frecuentes y mis ánimos disminuyen con cada tira, ya sea quitada o añadida.

Ojalá pueda salir de aquí pronto. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Esa era la frase favorita de uno de mis compañeros. No obstante, he podido presenciar como su voz alegre se fue marchitando con el tiempo. Ahora ya no es más que un alma encerrada en su propia penitencia. Tal y como está, aunque le ofreciesen salir y terminar esta tortura, creo que, por costumbre, o más por inercia, preferiría permanecer condenado a algo conocido que ser expulsado al extraño mundo exterior.

No sé si acabaré pensando como él, pero tengo claro que quiero salir de aquí. En estos años, o décadas o... lo que sea, mi bola ha ido reduciendo tamaño de forma irregular. Mas, si consigo mantener el ritmo, llegara el día en el que estos muros no me den los buenos días.

¿Sera el exterior igual de frio que esta celda? 

Castillo negroWhere stories live. Discover now