10- No Lugar

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Hay una belleza oculta en la estructura de cierta clase de mentiras, reflexiona Raimundo, mientras bebe su café matutino en el patio de la universidad y observa discutir a dos muchachas. Una de ellas le reclama a la otra que está cansada de sus engaños. Él se pregunta qué tipo de engaños: ¿Amorosos? ¿Mitomanía? ¿La omisión de alguna información que rompe las normas de la lealtad? Abre su libreta y apunta:

La palabra «engaño» siempre es una villana, a diferencia de la palabra «mentira». Ningún engaño puede ser bueno. Engaño rima con «daño». Pero una mentira no tiene que ser necesariamente mala. La ficción, por ejemplo, es una mentira que construye verdades.

Eso último no se le ocurre a él. En realidad, es una frase que pronunció Lautaro en una de sus primeras entrevistas. Raimundo se topó con ella por causalidad mientras revisaba la revista Paula que una amiga del trabajo tenía en su velador. Era una buena entrevista, a doble página. Aún la tiene guardada en algún rincón de sus cajones. Además de esa frase, también le gustó la foto de Lautaro que encabezaba el titular, tal vez porque seguía conservando su expresión melancólica, de niño perdido. De niño sabio que no alardea sobre lo que sabe, sino sobre lo que se inventa. Lautaro, a diferencia de él, nunca alardeaba: construía hermosas mentiras. Que se volviera cineasta no le sorprendió en lo absoluto.

—El lago Curiñae no es un dios ni es un monstruo: es un valtu —les había dicho en cierta ocasión, mientras recorrían el bosque buscando la antigua cueva de un brujo, un kalku de lengua negra que vestía un macún cosido con piel humana y podía invocar al Anchimallén. El aroma incipiente de la lluvia no los disuadía. Tampoco el rumor sobre el horrible invunche que custodiaba la cueva y habría devorado a dos leñadores ilegales el año anterior.

Cuando le preguntaron qué era un valtu, Lautaro sonrió y se quedó callado. Pero al día siguiente, ofreció más información. El valtu, les dijo, era un ser de otro mundo, similar a un espejo. Su cuerpo era puramente líquido, un cuerpo de aguas oscuras que podía absorber un planeta entero.

—Cuando los valtus son pequeños, se convierten en lagos negros y se quedan durmiendo durante miles y miles de años hasta que reciben la llamada.

—¿Cuál llamada?

—¿Qué pasa cuando reciben esa llamada?

Pero él había vuelto a callarse y sacudir la cabeza, ofreciéndoles su expresión misteriosa de siempre, mientras Liliana le decía que era un chamuyero y que ya no le creía sus historias. Lautaro respondía con un simple encogimiento de hombros. Su forma de defenderse siempre había sido el acto mismo de no inmutarse. Ya entonces, Raimundo admiraba la capacidad de su amigo para elaborar un ambiente narrativo perfecto. En vez de ponerse nervioso por no saber cómo continuar su historia recién inventada, les hacía creer que él tenía el control de la situación allí. Generar expectación con su silencio. Porque Lautaro sabía, siendo apenas un niño, que era mejor construir las mentiras poco a poco, como un personaje de cuento que va dejando caer migajas por el bosque para señalar el camino.


***

Extracto de la entrevista a Lautaro Durán:

«Todas las historias son una forma de realismo»

Tras los pasos del nuevo cine chileno


Algunos reclaman que en tus películas hay muy poco diálogo...

—Me gustan las historias que te hacen sentir todo el tiempo que estás cerca de un secreto que nunca se revela completamente. El silencio es un recurso narrativo perfecto para generar esa sensación: el tema es saber cuándo y cómo ponerlos. Debe quedar algo a la imaginación, incluso a la imaginación del director. Yo mismo me pregunto, cuando la película ya está lista y termino de verla, qué es lo que habrá pasado allí realmente, ¿qué mierda tendría en la cabeza el guionista? Al final, o al menos en mi caso, se trata de crear atmósferas, más que situaciones que deben ir encajando una detrás de otra para justificar el argumento. Y el cine es un medio perfecto para la creación de atmósferas. Siempre digo que soy más un contador de atmósferas que de historias. Entonces pasa que algunos se aburren viendo mis películas, lo cual es entendible, porque no las hago pensando en un inicio, un nudo y un final, sino para que pueda ser vista desde cualquier parte. Si quieren adelantarla, o empezar a verla desde el minuto cincuenta o veinte, no pasa nada. Quiero poder darle esa libertad al espectador. Pero igual tienes que poner un poco de tu parte para disfrutar mejor la experiencia, lo que en el fondo me hace un cineasta objetivamente fome.

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